¿De quién es la culpa?

03 de Septiembre de 2017
  • Actualmente, la mujer es mucho más permeable que antes a ser infiel.

El infiel, el ofendido y el tercero requieren ayuda en el camino hacia la reparación tras un triángulo amoroso.

La infidelidad ciertamente no es un error cualquiera, sino una falta voluntaria. La persona actúa totalmente consciente de lo que hace. “Si yo, adulto, decido involucrarme en una relación triangular, debo hacerme responsable de mis actos (y de mi culpa)”, razona Liliam Cubillos, psicóloga clínica.

Tampoco es una cuestión masculina. Actualmente, la mujer casada, comprometida o en noviazgo es mucho más permeable que antes a ser infiel. “El dogma de que el hombre es mucho más infiel está desactualizado”. Lo cierto es que siempre ella será más señalada que él (será ‘menos mujer’, mientras él, ‘más hombre’).

Y mucho menos es culpa del ofendido. El infiel tiende a justificarse o a racionalizar su falta para no hacerse responsable de las consecuencias, adjudicándole la culpa a la pareja a quien ha faltado: ella no me atiende bien, es fría, ha engordado, no conversa conmigo; él me deja sola, viaja mucho, es un hijito de mamá, quiere que yo lo mantenga. La infidelidad es una decisión personal en la que uno se da un permiso emocional para gozar de una relación con un tercero, sin pensar en las consecuencias.

Hablando de consecuencias

Antes de pensar en la infidelidad como una traición al otro, Cubillos pide visualizarlo así: el primero en traicionarse es el o la infiel. Cuando (después del placer) se aterriza en lo que esto genera, en la dependencia que se ha creado con un tercero, surge tensión, por varias razones.

El efecto es devastador. “Se rompe la relación, la familia y la dinámica con los hijos, se pierde lo que hayan logrado hasta ese momento en cuanto a estabilidad económica; se daña el sentido de pertenencia al grupo familiar y social, porque los parientes y amigos se pierden”. El que esté a favor del uno dejará excluido al otro, y a la larga, advierte Cubillos, los excluirán a los dos.

Pero, internamente, la esencia del yo de la persona infiel es la más afectada. Se preguntará constantemente: ¿Qué hice mal? ¿En qué fallé? ¿No sirvo para amar, para mantener una relación? Sin contar con que, en la mayoría de los casos, el tercero querrá dejar ese lugar y empezará a presionar y exigir.

En la infidelidad, la pareja asiste a la deconstrucción de la obra en la cual habían trabajado hasta ese momento. “Es incontrolable”, dice la psicóloga, “porque el que ‘se dio el permiso’ no alcanzó a dimensionar las consecuencias”. ¿Se puede sanar? Solamente cuando, pese a eso, queda un 50% de afecto por parte de ambos y hay una sinceración de los dos, puede haber una reparación. “Pero es un proceso terapéutico que lleva años. Es imposible hacerlo solos”.

Sentimiento y emoción

Todo compromiso entre dos tiene un fundamento, y en el caso de la pareja es el sentimiento. Solo que a veces, señala Cubillos, la emoción nubla la posibilidad de ver si existe un sentimiento. “La emoción es una ola, el sentimiento es el mar”, y el impulsor de la infidelidad es precisamente la emoción de la ola. Cuando termina, se ve la realidad y los efectos.

Muchas parejas se sostienen desde la emoción, y la infidelidad puede ser la consecuencia de la pérdida de ese encanto. En estos casos, la gente luchará muy poco por mantener el compromiso. “Como dice el filósofo Zygmunt Bauman al hablar de la sociedad líquida: Todo se diluye, todo está permitido, no hay vínculos. No hay perseverancia”.

Además, Cubillos menciona que es un error pensar que la pareja existe solo por que se juntaron dos personas: “Es una relación comunicacional que se va construyendo: hoy te llamo, mañana salimos a comer, pasado mañana viajaremos. Todo va desde el lenguaje y el acuerdo constante”.

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¿Varios acuerdos?

Es común escuchar que alguien dice tener hijos de diferentes compromisos, sin reflexionar en que esta palabra significa tener con otro un común acuerdo de mantener esa relación de comunicación, consideración, respeto, fidelidad, protección y solidaridad de la que habla la psicóloga.

La persona que tiene dos o más ‘compromisos’ afectivos y no puede decidirse por uno, en realidad no tiene vínculo con nadie, ni siquiera consigo mismo, afirma Cubillos. “Entonces necesita vivir una fragmentación de espacios que son más sexuales que afectivos. No sabe lo que quiere. Jamás tendrá un vínculo real. Es un problema de madurez”.

La figura del amante

La ‘otra’, el ‘otro’. Los más odiados. ¿Quiénes son ellos? Los amantes, la tercera persona en una relación. Esa figura es utilizada por la persona infiel para reequilibrar su balanza, afirma Inmaculada Jauregui Balenciaga, doctora en Psicología, autora del texto Fenomenología de la infidelidad: anatomía de un engaño.

Esa nueva pareja, o la pareja ‘no oficial’, es la cómplice del individuo infiel al aceptar el adulterio. Esa condición revela de ella una serie de dificultades a nivel personal, como la falta de empatía, baja autoestima y narcisismo. El Dr. Eduardo Santillán, neuropsiquiatra y neuropsicólogo, agrega trabas para formar relaciones formales, lascivia, depresión, ansiedad, adicción sexual, padecimientos emotivos o psiquiátricos, entre otros, incluyendo el trastorno bipolar o el fronterizo de la personalidad, los cuales necesitan atención especializada.

“Su objetivo es satisfacerse egoístamente; buscar y encontrar nuevas sensaciones. Su libido se eleva ante la audacia y el atrevimiento de poseer a alguien que con una relación formal; venganza o desquite contra su legítimo compañero”, puntualiza.

El amante también es altamente vanidoso. Esto se proyecta dado que el infiel y quien está en el rol del amante se complementan narcisistamente.

“La persona infiel actúa de espejo que confirma a su ‘nueva pareja’ que es la más bella, la más perfecta, la mejor. En este sentido, el infiel también está siendo utilizado”, dice Jauregui.

Ser o no ser ‘no oficial’

En este tipo de vínculos no existe amor ni respeto mutuo, solo pasión. Ambos juegan con los sentimientos de cada uno. Viven una ficción donde el otro cree que recibe lo mejor de alguien, aparentemente, aunque sea furtivo o una vez a la semana.

El amante está condenado a la soledad, pues su emparejamiento es irreal.

En el peor de los casos, la relación puede transformarse en obsesiva y hasta compulsiva, provocando sufrimiento al tercero en ese triángulo amoroso. Más si él o ella pensaba que era el único en la vida del otro, lo que desencadena traumas emotivos, acompañados de ira, angustia, decepción, menoscabo en la autoestima y deseos de venganza.

De ahí la importancia de procurar conocer el entorno de la persona por quien se ha desarrollado la pasión o el afecto, aconseja Santillán, a fin de determinar si no posee alguien en su vida como pareja, sea en el plano formal o informal (‘amigos con derechos’).

Evitar caer en el papel de ‘el otro’ o ‘la otra’ requiere autocontrol para resistir interesarse en personas que viven un noviazgo o matrimonio y valorar los beneficios de vivir regido a principios.

Todo es posible si, además, “aprende a desarrollarse entre valores en el plano afectivo. Si deja de ‘mirar con deseos a la mujer (u hombre) de su prójimo’”, destaca el psicólogo.

Aunque, resalta Santillán, la víctima del adulterio siempre es el engañado. En tanto que a nivel de culpa y responsabilidad de la infidelidad, Jauregui recalca que esta solo la tiene la persona que es infiel y que falta al compromiso de lealtad, quien le falla a la pareja. “Pero la responsabilidad también se revierte sobre el amante, porque alimenta el ego y la fuga del otro a costa de sí”.

Separados en casa

La inmadurez también puede estar en la parte ofendida: todo el mundo se ha enterado menos él, menos ella. ¿Por qué se niega a ver? Porque sabe que le esperan procesos muy dolorosos, responde Cubillos. “La infidelidad ataca la autoestima, la fortaleza, la seguridad. Dependiendo de la estructura psicológica de cada uno, hará mayor o menor crisis”.

Entre las reacciones no sanas está lo que la psicóloga llama el efecto mariposa: Tú me hiciste esto, y te lo recordaré y te lo haré pagar por siempre. Desencadena una fragmentación del vínculo.

También está la opción de quedarse por los hijos. “Es como tener una doble vida. Estamos brindando a los hijos el modelo de disfuncionalidad como si fuera lo normal; se utiliza la mentira como código familiar”.

Otra variable son los bienes. Cuando hay interés económico, deciden no divorciarse, para no dividir el patrimonio. “Se prioriza el tener por el ser: dejan de ser como personas para convertirse en guardianes del tener”.

Por último, otros han celebrado el matrimonio, pero no están casados. ¿Cómo? No emocionalmente, dice la psicóloga. Viven juntos, tienen los anillos, pero siguen su vida de solteros. Ninguno se asume a sí mismo como esposo y esposa. “Es un fenómeno que he observado de manera impresionante, no hay cambios en la dinámica personal”. Aquí se escucha la frase: Tú sabías cómo era yo. “Una pareja, casada, comprometida o unida voluntariamente, ha contraído obligaciones. Sea que se casen por la ley o por la iglesia o que se unan, hay un acuerdo formal al que llegan los dos tras hacer ciertas concesiones cada uno”. Sin eso, no hay compromiso. (D. V.; G. Q.)

INFIDELIDAD: verdadero o falso

El doctor Germánico Zambrano, psiquiatra sexólogo, analiza las creencias más comunes:

1. La infidelidad es culpa del engañado.

No necesariamente. Es un justificativo del infiel para transmitir la magnitud de sus sentimientos de culpa al otro y hacerlo responsable. Eso se llama proyectar los problemas. Es un pretexto para exonerarse, en parte, de la culpa que lo embarga.

2. El que es infiel una vez, siempre lo será

Es un mito, porque las personas aprenden de esta experiencia dolorosa. A muchos les deja una enseñanza de vida, porque el sufrimiento y el dolor que causaron fue muy grande. Hay quienes sí desean mantenerse con su pareja y tratan de salvar la relación hasta donde se puede.

3. Todos somos infieles por naturaleza

Los mamíferos machos tienen la predisposición de esparcir sus espermatozoides para expandir la descendencia. Pero más allá de la biología, la inteligencia y la sociabilidad humana han demostrado que la vida monógama le da mayores oportunidades de supervivencia a los hijos. Las personas con una relación monógama le dedican mayor tiempo que aquellos con 3 o 4 hijos separados por supervisar.

4. Si te engañó es porque nunca te amó

Hay quienes quieren ver así la relación. Por un lado, los ofensores dicen que no se casaron tan enamorados y que por eso se comportaron así. Se llenan de racionalizaciones para justificar lo que pasa en el presente. También el mismo sentimiento depresivo del engañado puede hacer que perciba así su relación para lidiar con la pena y el dolor.

5. Si la pareja no se entera, no es grave

Se puede pensar que mientras se mantiene oculta la infidelidad, no hay mayor tensión con la pareja. Por eso se mantienen estas relaciones paralelas por 10 o 20 años. Pero sí hay un deterioro, aunque no lo perciban: la culpa y el tiempo dedicado a su cónyuge disminuye, así como la calidad de atención que le da.

6. Toda infidelidad significa separación (divorcio)

Depende del grado y de la frecuencia. Cada caso es diferente, pero para todo hay alternativas y sí hay quienes logran reconstruir su relación. Sin embargo, hay quienes no se separan no porque sienten amor hacia su pareja, sino porque se enamoraron de la idea de tener una familia, un hogar ideal. Por eso, a veces ignoran las señales de infidelidad porque no quieren enterarse y verse obligados a decidir.

7. Nunca se puede olvidar una infidelidad

En la mente siempre estará la pregunta: ¿cuándo lo volverá a hacer? Es uno de los temores que más estresa al ser humano. Se volverá a confiar de forma paulatina, pero la confianza nunca llegará ni siquiera al 90%. Tampoco ningún tratamiento puede garantizar que no ocurra de nuevo. Los riesgos dependerán de la actitud del infiel.

8. La mujer engaña porque se enamoró

Sí, los hombres lo hacen de manera impulsiva, bajo un tipo de estímulo erótico (porque los atrae, porque les gusta). Pero, en cambio, en la mujer se ha visto que se vinculan afectivamente, porque la otra persona le dice que la quiere, la escucha. Son pocas quienes lo hacen para pasar el rato o por disfrutar el momento. (D. L.)

 

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