Ser ejemplar

16 de Noviembre de 2014
Liliana Anchundia

‘A tus hijos, más que un buen consejo, dales un buen ejemplo’, dice el refrán. ¡Qué difícil resulta a veces!

Con un grito se le ordena al niño: “¡No le grites a tu hermano!”. Con una nalgada tratamos de ‘enseñarle’ que “no se le pega al amigo”. Si llama un vendedor, a quien no quieres atender, le indicas a tu hijo: “Dile que no estoy”.

Laura María Noboa, licenciada en Orientación y Consultoría Familiar, enumera estas y otras acciones que grafican contradicciones cotidianas: al niño le decimos que hay que respetar las leyes de tránsito, pero estamos apurados y podemos pasarnos la roja… y ejemplos mayores, como embriagarse un fin de semana y en otro rato decirle a los hijos que el alcohol es malo.

Convergencia en decir y hacer

“Para educar a los hijos debe haber una convergencia entre lo que se dice y se hace, refiere la psicóloga clínica Ana María Haddad.

Desde lo educativo –sostiene–, estas actitudes no afectarán a los hijos mientras sean niños, ya que pueden pasar inadvertidas si es que no se hacen evidentes en los reclamos que haga la pareja u otros adultos. Será diferente cuando ingresan a la adolescencia, debido a que una característica del adolescente es cuestionar todo: las costumbres, las órdenes que se dan en casa, las creencias, la música, la forma de pensar, etcétera.

Frente a una situación de exigencia de parte de los padres para que el adolescente cumpla con sus responsabilidades, podría en algún momento ser motivo de reclamo: “Cómo puedes exigirme... si tú haces lo mismo”.

Corregirse

Noboa señala que sí es posible que los adultos puedan hacer un cambio en sus hábitos negativos. Se puede comenzar haciendo una lista de las conductas incoherentes y plantearse cambios posibles, como atender a la vecina cuando toca la puerta y decirle la verdad de por qué no puedes ayudarla; controlar tu furia al volante y no insultar al conductor del carro de al lado; si te equivocas, reconocerlo en voz alta: “No debí hacer eso”. Así le enseñas que es posible corregirse, aunque nos cueste trabajo hacerlo.

Haddad menciona que a pesar del reconocimiento de que algo no anda bien y del deseo de cambio, la situación para un sujeto adulto podría ser imposible de manejar por más que se lo proponga; entonces debería preguntarse: “¿Qué pasa conmigo que no puedo evitar estas actitudes?” y buscar ayuda profesional que le permita explorar elementos inconscientes que le posibiliten hacer cambios.

Agrega que lograr –o no– una “buena formación” de los hijos dependerá en general no solo del discurso de los padres, sino de los principios y valores que se inculcan y practican en la familia nuclear y en la familia ampliada, en la institución educativa, del discurso religioso y de influencias externas, como la TV y las redes sociales.

El diálogo permanente y comprensivo con los hijos, escuchando y tratando de entender posturas –sin hacer juicio de valor impulsivo– permitirá que el padre pueda decir lo que es correcto o no y explicar el porqué.

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