Justo a tiempo para reeducar

13 de Mayo de 2018
  • Indira Solórzano, neuropsicoeducadora, durante el taller para padres ‘Aprender jugando’, realizado el 25 de abril en Belabú Juguetería, Samborondón.
Dayse Villegas

Retomar el aprendizaje en áreas básicas descuidadas como el habla, la motricidad y la identidad es la propuesta de las neurociencias.

En la vida diaria hay muchos episodios de mala enseñanza, que provocan que niños y adultos abandonen las habilidades y destrezas funcionales por enfrascarse en rutinas como estar sentados frente a un monitor. Así, se pierden cosas tan básicas como la capacidad de desplazarse y correr con cierto grado de dificultad, tener buena marcha, resolver un problema, encontrar una dirección, entender una orden.

Lo primordial es reeducar las funciones neuronales no utilizadas, dice Indira Solórzano Murillo, neuropsicoeducadora, especializada en Abordaje de Necesidades Educativas Especiales y en estimulación temprana y preventiva. Las conexiones neuronales (sinapsis), explica, necesitan reestablecerse, para que el niño se desempeñe mejor en el entorno social, escolar, familiar e intrapersonal, para una mayor calidad de vida.

Solórzano, quien trabaja con niños de 0 a 6 años, observa que al final de esa etapa, a los chicos les cuesta mucho buscar soluciones, no pueden tomar decisiones sencillas e incluso tienen pocas habilidades motoras. “No se saben atar el cordón, poner el pantalón, subir el cierre”. Pero más allá están las dificultades de identidad, especialmente en niños que no han visto la dinámica entre el padre y la madre, padre e hijo, madre e hijo, que es algo que se logra durante el juego. La neuropsicoeducación apunta a retomar vínculos emocionales, psicoafectivos, socioafectivos y destrezas y habilidades cotidianas.

El juego como herramienta

Los juguetes son clave en este proceso. Pero no cualquier objeto. Solórzano indica que la elección debe basarse en criterios claros. “En la primera infancia (de 0 a 5 años), los colores que los niños logran detectar mejor son el rojo, el negro y el blanco. Entonces, trate de buscar juguetes en base a esos colores”, mientras va introduciendo otros a medida que el niño crece.

En la segunda infancia, de los 5 hasta los 9 años, se pueden utilizar cosas más complejas. Pero Solórzano pide prestar atención al hecho de que, actualmente, los niños están dejando de jugar a partir de los 8 años. Y esto perjudica el aprendizaje. “A menudo escuchamos diagnósticos de déficit de atención y problemas conductuales. Sin embargo, al hacer una valoración real, nos damos cuenta de que no hay nada de esto, sino fallas educativas”.

Algunas pautas para elegir mejor los juguetes para sus hijos pequeños:

-De 0 a 6 meses, elija colores básicos, rojo, blanco y negro. Al quinto mes, introduzca amarillo, azul y verde.

-Entregue a su hijo juguetes en diseños llanos, sin dibujos o personajes que sean distractores.

-A medida que crece, busque juguetes de encajar y ensartar para que trabaje el tiempo de la dimensión y la motricidad fina.

-Busque elementos llamativos, para estimular la parte motora y mantenerlo sentado más tiempo.

-Al empezar el gateo, busque juguetes de desplazamiento y arrastre, que motivarán al niño a moverse para alcanzarlos.

-Un juguete que no tiene música, da lugar para que el niño pueda producir sus propios sonidos y narraciones.

-Es apropiado usar juguetes con luces de colores. Esto ayudará a trabajar los músculos del ojo, y ayudará más adelante a tener una buena predisposición para el proceso lector.

-Elija juguetes que puedan adaptarse a medida que su hijo crece. Los mejores son aquellos para los que no hay edad.

Entre estos últimos, destaca, están los juguetes de construcción. Mientras más simples en colores y formas, mejor. Son ideales para chicos meticulosos y pacientes, que pueden tomar horas, días y semanas en un solo proyecto, y para niños muy activos, que construirán algo lo más pronto posible para luego darse el gusto de derribarlo.

Una de las posibilidades que estos juguetes ofrecen es que capturan la mirada y las manos del niño, pero lo dejan libre para escuchar y hablar. Ponga atención a lo que el niño relata mientras juega, recalca la educadora, pues hablará espontáneamente de sus vivencias y necesidades, sin que usted tenga que interrogarlo. Los buenos juguetes no absorben totalmente al niño, sino que son una manera de llegar al diálogo, pues lo trasladan a otros escenarios. Sin salir de casa, su hijo y usted pueden visitar los lugares que él frecuenta (escuela, familiares, médico) o también los que desearía visitar o evitar.

Hablar con claridad

Conversar con los niños en un lenguaje claro, no diminutivo ni entrecortado, es importante, pero no por lo que se cree comúnmente, para que sea menos ‘engreído’, sino porque es uno de los fundamentos de la educación. Cuando el niño no puede hablar bien, no es simplemente que ha sido consentido, sino que se le han negado las necesarias herramientas de lenguaje.

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“Una de las funciones de la comunicación verbal es que promueve en el bebé vínculos afectivos”, expresa Solórzano. “Cuando usted le habla o le canta al niño cerca de su pecho, le está brindando un alto nivel de seguridad y una iniciación al lenguaje. La vibración del pecho de los padres se transmite al niño y ese es su primer aprendizaje sobre el movimiento necesario en la parte fonoarticulatoria para producir lenguaje”.

Una vez que el bebé, estando en el pecho, levante la cabeza y fije la mirada en el rostro de mamá o papá, observará cómo mueven la boca, cómo gesticulan, y tratará de imitarlos. “De ahí la importancia de que usted lo mire, le hable, haga gestos, porque esa visión de espejo hará más fácil para el niño producir sus propios sonidos y articularlos”.

La conexión del cerebro con los órganos del habla, resume la especialista, comienza con el vínculo emocional y continúa con la función de dar significado a las palabras: expresar curiosidad, necesidades, compartir experiencias y, con el tiempo, pensamiento crítico.

Una identidad sana

Las dificultades de identidad son otra de las necesidades de educación más evidentes, dice Solórzano. De todos lados, se nos venden ideas de identidad que los chicos no pueden entender. Pero el referente no puede venir de cualquier lado, sino de dos personas. “Indiferentemente de la situación conyugal, divorciados o separados, el padre y la madre son los lentes reguladores de imagen de los hijos. El niño va a entender las atenciones de la parte masculina y de la parte femenina a través de ellos”. En el caso de no tenerlos, puede desempeñar ese rol un familiar. Lo importante, afirma, es que el niño entienda lo que es un hombre y una mujer, seres sexuados, y también que existen atenciones asexuadas: cosas que por equidad nos corresponden a todos.

¿Cómo promover esto? No solo al proveerle la imagen paterna y materna, sino dándole elementos de identidad como individuo. “De los 0 a 8 meses, el niño tiene un vínculo estrecho con mamá. A partir de ahí, se da una separación: entiende que se puede mover individualmente. Esto se crea mediante la atención y vigilancia adecuadas, entornos seguros y la estabilidad emocional de los adultos proyectada hacia los niños”. A medida que crezca, se identificará a sí mismo con mayor facilidad, en comparación con un niño que carezca de estos derechos.

Solórzano aconseja a los padres no tomar esto como una labor de instrucción, sino como parte de sus obligaciones afectivas con los hijos. A medida que enseñen al niño el manejo adecuado e inadecuado de las emociones, este tendrá un mayor grado de identidad, sabrá cómo desenvolverse emocionalmente y podrá desarrollar su propio criterio. Ante cualquier influencia externa, tendrá en claro quién es él o ella, y eso le dará determinación individual para el futuro.

ventanas de la mente

Una idea que defiende la neuroeducación son las ventanas (otra manera de llamar a este proceso es la poda neuronal o poda sináptica). El cerebro no es estático, sino que “existen ventanas plásticas, periodos críticos en los que un aprendizaje se ve más favorecido que otro”, afirma Francisco Mora, autor de Neuroeducación: Solo se puede aprender aquello que se ama.

Así, para aprender a hablar, la ventana se abre al nacer y se cierra a los 7 años, aproximadamente. Eso no quiere decir que pasada esa edad el niño no podrá adquirir el lenguaje, porque gracias a la plasticidad del cerebro, lo conseguirá aunque le cueste mucho más; pero, asegura Mora, nunca adquirirá el dominio de la lengua que tiene un niño que aprendió a hablar a los 3 años.

Para David Bueno, profesor de genética de la Universidad de Barcelona, especializado en la formación del cerebro y divulgador científico, el cerebro tiene hasta los 10 o 12 años una ventana específica para aprender aptitudes, para manejar información, para razonar. “Tal vez esa etapa sea el momento de potenciar la comprensión de un texto; que aprendan a razonar de forma matemática, en lugar de memorizar mucho contenido. Trabajar aquellas habilidades que después conformarán un cerebro con ganas de aprender cosas nuevas”.

En algunos casos, el sistema educativo puede chocar contra esas ventanas cerebrales. Por ejemplo, cuando los niños son muy pequeños, tenerlos sentados en una clase, quietos, “influye negativamente en el cerebro”, alerta el neurólogo mexicano Jaime Romano. Para poder madurar, crear nuevas redes de neuronas, el cerebro necesita experiencias nuevas”.

 

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