Intolerancia a la frustración

18 de Enero de 2015
Liliana Anchundia

Muchos niños y jóvenes tienden a abandonar las actividades que les presentan algún tipo de dificultad, porque no saben enfrentarlas.

Tolerar es soportar, conllevar lo desagradable. El crecimiento personal consiste en sobrellevar momentos frustrantes, de no logro de los objetivos deseados, explica el psicólogo Guillermo García Wong.

El niño de un año tiene muy escasa capacidad de soportar las pérdidas (alejamientos, muertes) de sus seres queridos, y asimismo muy limitadas capacidades de tolerar el que no consiga de inmediato lo que pide. En muchos casos, esto es indispensable para su supervivencia.

Al crecer va aprendiendo que deberá esperar, pues no toda satisfacción podrá ser inmediata, y tolerar que en ocasiones no se cumpla lo que desea sea porque no consiga el objeto de su anhelo o no es lo que había imaginado.

En la adolescencia, menciona, se reaviva esta desesperación por la satisfacción inmediata y total. En la medida en que el chico es amparado por adultos, que también hayan aprendido en su momento a tolerar y que sean capaces de escucharlo en sus dudas, fracasos y decepciones sin declararlo inepto, podrá ese adolescente, él o ella, también volverse tolerante con sus fracasos o el fracaso de su deseo. Una de las más bellas expresiones al respecto la escribió el gran Samuel Beckett: “Inténtalo otra vez, fracasa mejor”.

Sobreprotección

La baja tolerancia a las frustraciones o intolerancia en casos extremos tiene su base en la crianza, explica la psicóloga Zoraya Bohórquez Ruiz.

La forma en que nuestros padres o tutores nos enseñaron a manejar esas situaciones en las que no conseguimos aquello que queríamos, al ser la actitud o capacidad de enfrentar una situación frustrante, está influida por el ambiente que nos rodea.

Algunos padres y madres se esfuerzan en dar a sus hijos todo lo que quieren de manera inmediata. No estamos hablando de sus necesidades básicas como alimentación, sueño y cuidados que sí deben ser cubiertos a tiempo. Nos referimos a permitirles siempre ganar cuando hacen un berrinche porque quieren algo y que nuestra reacción sea darles aquello que quieren para calmarlos, mimarlos en exceso y sobreprotegerlos, lo cual provoca que en el futuro les sea mucho más difícil aceptar algunos fracasos.

Es normal que si pierden en un juego sientan malestar y desánimo, pero que reaccionen con agresividad, gritos, enfados es una alerta. El otro extremo son padres muy exigentes que quieren que sus hijos sean los mejores siempre y reaccionan negativamente ante sus fracasos, esto provoca inseguridad en los niños.

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No ir al extremo

Si la sobreprotección puede acarrear debilidad en el carácter, ¿cómo evitan los padres irse al extremo y no exigir demasiado esfuerzo o responsabilidad a los menores?

Según García, evaluando sus expectativas respecto de sus hijos. En muchas ocasiones, los padres esperamos y demandamos de ellos que consigan lo que nosotros, a su edad, no pudimos: queremos vivir nuestras satisfacciones frustradas a través de la vida de los hijos.

Estas situaciones deben esclarecerse para que los padres se den cuenta de qué es lo que sus hijos buscan, qué objetivos anhelan por sí mismos y qué aprendizajes les son necesarios para su presente y su futuro.

“Nosotros ya vivimos nuestra adolescencia, dejemos que nuestros hijos vivan la de ellos. Siempre dándoles soporte para acogerlos, escucharlos y guiarlos”.

Sin responsabilidad

Un joven que ha crecido sin la posibilidad de poner a prueba sus habilidades podría rebasar la mayoría de edad sin intención de responsabilizarse por sí mismo en cuanto a seguir una carrera, para luego conseguir un empleo y hacerse cargo de sí mismo y de tener su propia familia.

Para García, los jóvenes adultos que se hallan indecisos necesitan apoyo y un espacio profesional de atención. Muchos, la mayoría, buscando información de sus alternativas, tomando breves pero significativas experiencias de estudio y/o trabajo, pueden decidirse sin mayores dificultades.

Sin embargo, otros requerirán tratamiento, pues se han instalado en una desresponsabilización de sí –sus acciones, e ideas, o de sus no acciones y de negarse a pensar– ante el mundo y ante sí mismos.

Se instalan en una permanente y cómoda incertidumbre sin intentar alcanzar alguna certeza sobre algún aspecto clave de sus vidas; mas lo que esconde esa posición de aparente comodidad es un enorme terror a decidir y decidirse qué hacer, qué querer, por ende, decidir quién ser.

Es muy importante, señala Bohórquez, enseñarles a los hijos a enfrentar las adversidades y a continuar. Motivarlos con recompensas a mediano y largo plazo por los esfuerzos demostrados. Enseñarles a controlar la ira, los impulsos.

“El autocontrol permite pensar y tomar decisiones con la cabeza fría, evita las reacciones negativas que son manifestaciones de esta baja tolerancia a la frustración”.

Para ello, los padres deben conocer a sus hijos, saber sus fortalezas, potenciar sus debilidades, brindarles un ambiente adecuado que les permita un desarrollo seguro y equilibrado sin excesos. (F)

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