Después del terremoto: Recuperación emocional de los niños

05 de Junio de 2016
Moisés Pinchevsky

Las psicólogas chilenas Ana María Arón y Andrea Machuca dictaron la charla gratuita ‘Acompañamiento psicosocial en situaciones de catástrofe, con enfoque en niños’.

La sirena era estridente. Cada vez que sonaba, desataba una situación de ansiedad, estrés y angustia entre los pobladores de la ciudad de Iquique, en la costa norte de Chile.

Todos corrían con desesperación porque aquel ruido significaba ‘alerta de tsunami’, lo cual cobró un mayor significado después de que ese país sufrió esa catástrofe natural, tras el terremoto del 27 de febrero de 2010.

Pero la desesperación posdesastre provocaba que tal alarma suene en ocasiones de manera innecesaria, incluso debido a simulacros, elevando el nivel de nerviosismo de la comunidad, especialmente en los niños.

La psicóloga Ana María Arón, experta de la Universidad de Chile, recuerda ese caso como un error que desataba el estado de estrés de las personas. “No creo que ahora sea momento de realizar simulacros (en Ecuador), ya que despiertan la ansiedad de las personas que vivieron el terremoto del 16 de abril; al contrario, lo que debemos hacer ahora es calmar a la población”, comenta durante su visita a la ciudad de Guayaquil para dictar una charla el jueves 26 de mayo en el Centro de Convenciones, por invitación de la Universidad Casa Grande.

La psicóloga Andrea Machuca considera que, más bien, los hogares, centros de estudios y lugares de trabajo deberían establecer los protocolos de comportamiento en casos de desastre y señalar cuáles son los lugares seguros. “El simulacro reedita las emociones sufridas en la catástrofe, y especialmente los niños quizás se confundan y piensen que ocurre de nuevo”.

En la casa

Ana María Arón comenta que resulta fundamental que los adultos estén tranquilos, con buena actitud, para lo cual deben tener espacios para dialogar entre ellos sobre lo ocurrido. “Una madre angustiada, una abuela desorganizada o un adulto que está más asustado que los niños no podrá brindarles esa sensación de seguridad”.

De igual manera con los más pequeños. “Los niños también deben tener libertad para hablar de lo que ocurrió, elaborar objetos, dibujar, jugar… Los adultos debemos dar espacios para que esto ocurra como una manera de ayudarlos”. Así los pequeños pueden contar sus miedos, sus angustias, cómo lo vivieron.

Es muy probable que los niños empiecen a jugar al terremoto, lo cual es saludable ya que necesitan expresarse, agrega Arón. “Es importante que los adultos no se asusten con eso”.

Es más, las expertas recomendaron el libro titulado Cuando la tierra se movió, que contiene cuentos y juegos con esa temática, y que estaría disponible en la Universidad Casa Grande en una versión ‘ecuatorianizada’, añadió Marcia Gilbert, directiva de esta entidad, durante la charla.

En los albergues

En el caso de los niños que perdieron sus padres u hogares, resulta fundamental rastrear a sus vínculos familiares más cercanos, como abuelos o tíos, ya que no es aconsejable que residan mucho tiempo en los albergues. “Eso será muy importante para la recuperación psicológica, ya que el adulto cuidador debería ser alguien conocido que transmita confianza”, indica Arón.

Tal recuperación también tiene que ver con retomar la rutina: saber a qué hora duermen, comen, estudian, juegan… Eso les brinda una sensación de tranquilidad, agrega Machuca.

También es valiosa la coordinación de las acciones, ya que resulta muy perjudicial cuando las entidades actúan sin conectarse con las otras. La sobreintervención en los niños sin coordinación, ya sea por organismos como la Cruz Roja, Ministerio de Salud o Unicef, provoca una asistencia exagerada. “Es contraproducente tener muchas personas que llegan para preguntarles cómo estás, cómo te ha ido, cómo te sientes, y mañana viene otra, y pasado mañana otra”, dice Arón.

Machuca recomienda que el albergue funcione con el formato de familia, con adultos que los pequeños reconozcan como responsables de su seguridad, por lo cual las autoridades deberían permitir que las familias disfruten en esos recintos de cierta privacidad y tengan libertad de agruparse con las personas cercanas. “También hay que determinar ciertos espacios de juego para que la vida poco a poco se vaya normalizando. Incluso que vayan a la escuela, aunque este será un año escolar distinto a cualquier otro”.

En los centros de estudios

Trabajar con los docentes es fundamental, por lo cual hay que buscar estrategias para lograr la calma de los profesores. “Hay que evaluar qué docentes quedaron afectados, qué docentes pueden continuar con los niños y quiénes no”, comenta Arón sobre las zonas más afectadas.

También es importante readecuar los programas educativos. “Los niños no tienen cabeza para seguir trabajando al mismo ritmo con que trabajaban antes. A lo mejor haya materias que queden afuera; los niños tendrán toda una vida para aprender. Es mejor no agregar un factor adicional de estrés”, dice Arón.

Esa regla también debería extenderse a los colegios. “Los jóvenes suelen vivir una situación de estrés muy grande por aprobar las materias, rendir los exámenes, que sería mejor reducirla para su bienestar”, añade Machuca.

Ella agrega que los adultos también deben recuperar esa capacidad de ponerse de pie, lo cual se transmite a los niños de manera positiva. La mayoría de las personas pueden reponerse solas, pero habrá quienes necesiten ayuda psicológica especializada.

Ambas expertas coinciden en que, después de una catástrofe, los pobladores deben quedar mejor preparados ante un posible episodio posterior, “mejor preparados emocionalmente, con mejores protocolos de reacción (...). Por ejemplo, en Chile sabemos que debemos dormir con los zapatos al pie de la cama, ya que en caso de un terremoto los vidrios pueden caer al piso”, dice Arón.

Andrea Machuca comenta que en esos protocolos resulta vital la gestión local; “los planes nacionales son importantes, pero siempre es valioso qué se hace en la comunidad”, dice.

Todo esto ayuda a brindar tranquilidad, a reducir el estrés, porque la vida continúa y hay que darnos cuenta de ello. (F)

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