Tener en cuenta: La verdadera humildad

Por Paulo Coelho
22 de Enero de 2012

Nuestros ojos perciben las superficies. Nuestro corazón se conecta a los misterios y muchas veces al verdadero sentidos de las cosas.

Una cosa debe quedar bien clara para todos nosotros: no podemos confundir humildad con falsa modestia o con servilismo. Como dice Castañeda, un guerrero no dobla su cabeza ante nadie, pero tampoco permite que nadie se humille ante él. A continuación, relato algunas historias sobre el lado positivo de la humildad.

El cielo y el infierno

Un samurái violento, con fama de provocar peleas sin motivo, llegó a las puertas del monasterio zen y pidió para hablar con el maestro.

Sin titubear, Ryokan fue a su encuentro.
-Dicen que la inteligencia es más poderosa que la fuerza -comentó el samurái. -¿Conseguiría usted explicarme lo que es el cielo y el infierno?
Ryokan permaneció callado.
- ¿Ha visto? –rugió el samurái. –Yo conseguiría explicar eso con mucha facilidad: para mostrar lo que es el infierno, basta dar una paliza a alguien.
Para mostrar lo que es el cielo, basta dejar a una persona huir, después de haberla amenazado mucho.
- No discuto con gente estúpida como tú –comentó el maestro zen.
La sangre del samurái se le subió a la cabeza. Su mente quedó enturbiada de odio.
- Esto es infierno –dijo Ryokan, sonriendo. –Dejarse provocar por tonterías.
El guerrero quedó desconcertado por el valor del monje, y se tranquilizó.
- Esto es el cielo –terminó Ryokan, invitándolo a entrar. – No aceptar provocaciones tontas.

La piedra que falta

Uno de los grandes monumentos de la ciudad de Kyoto es un jardín zen, una superficie de arena que contiene quince rocas.
El jardín original tenía dieciséis rocas. Cuenta la leyenda que, tan pronto como el jardinero terminó su obra, llamó al emperador para contemplarla.
- ¡Magnífico! –dijo el emperador. –Es el más hermoso del Japón. Y esta es la más bella roca del jardín.
Inmediatamente el jardinero sacó del jardín la piedra que el emperador tanto  había apreciado, y la tiró.
Ahora el jardín está perfecto –dijo al emperador. –No existe nada que sobresalga, y así puede ser visto en toda su armonía.

“Un jardín, como la vida, tiene que ser visto en su totalidad. Si nos detenemos en la belleza de un detalle, todo el resto parecerá feo”.

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