La caja de pandora

Por Paulo Coelho
21 de Mayo de 2017

Las noticias sobre violencia que sucede en algunos países atraviesa los océanos, las montañas, y llega hasta todo rincón en el mundo. ¿Qué se puede decir? Decir algo no basta, puesto que las palabras que no se transforman en acción “traen la peste”, como decía William Blake. Sé que en este momento existen miles de personas que están haciendo mucho más, trabajando en silencio, sin ayuda oficial, sin apoyo privado, solo para no dejarse dominar por el peor de los enemigos: la desesperanza.

En algún momento pensé que, si cada uno hiciera su parte, las cosas cambiarían. Estoy en Rusia y en una noche, al contemplar las montañas heladas de la frontera con China, tengo mis dudas. Puede que, después de todo, aunque todos hagamos nuestra parte, siga siendo verdad el dicho que aprendí de niño: “contra la fuerza no hay argumentos”. ¿Será verdad esto?

Como muchos, he intentado, he luchado, me he esforzado por creer que llegaría el día en que las cosas mejoren en ciertas naciones, pero a cada año que pasa las cosas parecen más complicadas, independientemente de quien gobierne, del partido, de los planes económicos, o de la ausencia de estos.

He visto violencia en los cuatro rincones del mundo. Recuerdo una ocasión en el Líbano, poco después de la devastadora guerra, en que me encontraba paseando por las ruinas de Beirut con una amiga, Söula Saad. Me comentaba que su ciudad ya había sido destruida siete veces. Le pregunté, en tono de broma, por qué no desistían de reconstruirla y se mudaban a otro lado. “Porque es nuestra ciudad. Porque sobre el hombre que no honra la tierra donde están enterrados sus ancestros, cae una maldición eterna”, respondió.

El ser humano que no honra su tierra, no se honra a sí mismo. En uno de los clásicos mitos griegos de la creación, uno de los dioses, furioso porque Prometeo ha robado el fuego para dar la independencia al hombre, envía a Pandora para que se case con su hermano, Epimeteo. Pandora llevó consigo una caja que tenía prohibido abrir. Sin embargo, del mismo modo que Eva en el mito cristiano, su curiosidad es más fuerte: levanta la tapa y en ese momento todos los males del mundo salen y se esparcen.

Solo una cosa queda dentro de la caja: la Esperanza. Por eso, pese a que todo indique lo contrario, pese a mi tristeza, pese a mi sensación de impotencia, pese a estar en este momento casi convencido de que nada irá a mejor, no puedo perder lo único que me mantiene vivo: la esperanza, esa palabra sobre la que tanto ironizan algunos pseudointelectuales, considerándola un sinónimo de “engaño”. Esa palabra tan manipulada por los gobiernos, que prometen sabiendo que no van a cumplir y desgarran así aún más el corazón de las personas. Esa palabra muchas veces está con nosotros por la mañana, es herida en el transcurso del día, muere al anochecer, y resucita con la aurora.

Sí, existe el proverbio “contra la fuerza no hay argumentos”, pero también existe el proverbio “mientras hay vida hay esperanza”. Y yo me quedo con este. (O)

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