Historias religiosas: Enseñanzas bíblicas

Por Paulo Coelho
14 de Febrero de 2016

“Tú y tus descendientes estarán siempre reconstruyendo un mundo que vino de la nada, y de esta manera dividiremos el trabajo y las consecuencias. Ahora somos todos responsables”.

La otra mujer

Eva paseaba por el jardín del Edén cuando la serpiente se le aproximó. “Come esta manzana”, le dijo.

Eva, que había sido bien alertada por Dios, rehusó.

“Come esta manzana –insistió la serpiente– porque necesitas estar más hermosa para tu hombre”.

“No lo necesito”, respondió Eva, “porque él no tiene otra mujer más que yo”.

La serpiente se rio: “¡Claro que tiene!”

Como Eva no le creyera, la llevó hasta lo alto de una colina, donde existía un pozo.

“Ella está dentro de esta caverna; Adán la esconde allí”.

Eva se inclinó y vio reflejada en el agua del pozo a una linda mujer. Y en ese instante, sin titubear, comió la manzana que la serpiente le ofrecía.

Después del diluvio

Finalizados los cuarenta días de diluvio, Noé salió del arca. Bajó lleno de esperanza, pero en el exterior solamente encontró destrucción y muerte.

Noé se quejó: “Dios Todopoderoso, si tú conocías el futuro, ¿por qué creaste al hombre? ¿Solo para tener el placer de castigarlo?”.

Un triple perfume subió hasta los cielos: el olor a incienso, el perfume de las lágrimas de Noé y el aroma de sus acciones. Entonces, Dios respondió:

“Las plegarias de un hombre justo siempre son oídas. Te explicaré por qué hice esto: fue para que entendieses tu obra. Tú y tus descendientes estarán siempre reconstruyendo un mundo que vino de la nada, y de esta manera dividiremos el trabajo y las consecuencias. Ahora somos todos responsables”.

Un nuevo reflejo, una nueva historia

Caín y Abel se detuvieron en las orillas de un inmenso lago. Jamás habían visto algo semejante.

“Hay alguien allí dentro”, dijo Abel, mirando el agua, sin saber que veía su reflejo.

Caín se dio cuenta de lo mismo y levantó su bastón. La imagen lo imitó. Caín se quedó esperando el golpe; su imagen también.

Abel contemplaba la superficie del agua. Sonrió, y la imagen sonrió. Dio una buena carcajada y vio que el otro también lo hacía.

Cuando salieron de allí, Caín pensaba: “¡Qué agresivos son los seres que viven en aquel lugar”.

Y Abel se decía a sí mismo: “Quiero volver allí porque encontré a alguien con buena presencia y buen humor”.

En el camino de Damasco

Un peregrino caminaba por el camino de Damasco cuando un hombre a caballo pasó corriendo junto a él y casi lo atropelló. Asustado, se dio cuenta de que el jinete tenía la expresión malvada y las manos llenas de sangre.

Minutos después, otro jinete se aproximó a todo galope. El peregrino pudo reconocer a Paulo de Tarso, ciudadano romano, apóstol de un movimiento religioso llamado cristianismo.

–¿Has visto un hombre cabalgando?– preguntó Paulo de Tarso.

Sí, lo vi –respondió el peregrino–. ¿Quién es?

Un malhechor. Tengo que alcanzarlo.

¿Para qué? ¿Para entregarlo a la justicia?

No –respondió Paulo–. Para enseñarle el camino. (O)

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