Estar atentos: Las crisis y sus artimañas (parte I)

Por Paulo Coelho
22 de Abril de 2012

A fin de cuentas, también nuestras almas tienen un servicio de meteorología, y basta con no subestimar cosas aparentemente inofensivas para evitar una montaña de desgastes personales y profesionales.

Como sabemos, Aquiles era hijo de la unión de un mortal con una diosa. Como toda madre siempre quiere proteger a su hijo, lo sumergió en un río que lo haría inmortal, pero lo agarró por el talón, razón por la cual él quedó vulnerable en aquel punto.

De ahí la expresión “talón de Aquiles”, mostrando que, independientemente de la fuerza que creamos tener, siempre existe el modo de alcanzarnos. Es claro que el héroe, en este caso, muere de un flechazo justo en esa parte de su pie. En el 2001 leí El síndrome de Aquiles, del periodista Mario Rosa. El libro trata de la crisis y en su texto, Rosa advierte que esta envía señales.

Desde que leí esa frase, me he dado cuenta de que, antes de que ciertas tormentas lleguen a nuestro patio, nos envían pequeños mensajes de los que, por pereza o por encontrar que no son dignos de nuestra atención, no hacemos caso. Precisamente por eso, en el momento en que el viento empieza a soplar con violencia, nos sentimos absolutamente desprevenidos para los truenos que estallan por todas partes, y solo nos queda, como dice Rosa, procurar administrar de la mejor manera posible la devastación que vendrá a continuación. He usado su libro como guía para intentar trazar un mapa de las tormentas personales.

Origen La crisis viene siempre del exterior, aunque a veces pensemos que solo se manifiesta en el alma. Por lo general, algo insignificante en la infancia puede traer grandes consecuencias en la madurez.

La crisis llega para destruir Por más que intentemos asociar la palabra “crisis” a la “oportunidad” (como los chinos), esa romántica asociación solo es posible cuando estamos preparados para lo imprevisto. Como muy raras veces es ese el caso, la crisis se instala y arrasa todo.

La verdad no ayuda Durante la publicación de mi libro, El Zahir, una escritora rusa dijo, en el periódico de mayor circulación de Moscú, que la historia estaba basada en nuestra “relación amorosa” (la musa inspiradora era, en realidad, Christina Lamb, corresponsal de guerra del periódico británico The Sunday Times). Cometí el tonto error de enviar una carta de desmentido. Resultado: quienes no habían leído el artículo original se enteraron por la carta. Así empezaron las especulaciones respecto a cómo la gente, cuando se encuentra acorralada, siempre se declara inocente.

El problema, por pequeño que sea, puede producir una crisis terrible En Brasil, un caso de soborno de un director de correos desencadenó una serie de denuncias que afectaron al gobierno de entonces. En un matrimonio, un simple retraso a la vuelta del trabajo puede ser la gota de agua que colma el vaso de todo un proceso reprimido, el cual a partir de entonces se hace difícil de contener.

Los hechos no cuentan, lo que cuenta es cómo percibe los hechos la opinión pública Tengo una amiga cuyo padre odia a la madre. La familia vive siempre penurias, con todos en casa peleándose, pero en voz baja. Mientras la hija obtenga notas excelentes en la escuela, que los vecinos no se enteren, que la “opinión pública” no sepa nada, la impresión será que todo está controlado.

Todo se transforma en munición devastadora Como la crisis siempre lleva a un diálogo de sordos, donde el uno no oye lo que dice el otro, los argumentos se vuelven inútiles. Si uno dice “me encantan las naranjas”, la otra persona entenderá que odias las patatas, y estás insinuando que te sientes desgraciado porque justamente esa noche te ha servido un plato de patatas fritas para cenar.

La crisis siempre gira alrededor de un símbolo Puede ser en el matrimonio, la carrera profesional, la empresa, la religión, el amor, el código de conducta.

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