En las tareas diarias: Amar, rezar y ser feliz

Por Paulo Coelho
28 de Agosto de 2016

“Un simple cuenco hace que me olvides. Y el labrador, con todos sus quehaceres y con su diversión por las noches, piensa en mí dos veces al día”.

De la importancia de la alegría

El sabio indio Narada pidió a Dios que le mostrase un hombre amado por Él. El Señor le aconsejó buscar a cierto labrador.

–¿Qué haces para que el Señor te ame tanto? –preguntó Narada al labrador.

–Digo su nombre por la mañana. Trabajo el día entero, por la noche me divierto un poco, y digo su nombre antes de dormir.

–¿Solo eso?

–Solo eso.

“Creo que me he equivocado de hombre”, pensó Narada. Y esa noche tuvo un sueño. En él, el Señor le decía: “Llena un cuenco de leche, ve a la ciudad y vuelve sin derramar ni una sola gota”.

A la mañana siguiente, Narada –acostumbrado a seguir las señales divinas– hizo lo que el Señor le ordenaba. Por la noche, tuvo otro sueño, en el que el Señor le preguntaba:

“¿Cuántas veces pensaste en mí mientras cargabas la leche?”.

“¿Cómo podía pensar en el Altísimo? ¡Estaba ocupado en no derramar el líquido”.

“Un simple cuenco hace que me olvides. Y el labrador, con todos sus quehaceres y con su diversión por las noches, piensa en mí dos veces al día”.

La tienda en Bagdad

Abu Sari tenía una tienda de quincalla en el principal mercado de Bagdad. Se pasaba el día vendiendo, comprando y regateando con los parroquianos. Pero todas las tardes iba a su jardincito al fondo de la tienda y rezaba a Dios. Un día, un monje, que decía estar muy cerca de Dios, buscó a Abu Sari para compartir con él su felicidad.

–¿Dónde vives? –le preguntó el comerciante.

–En las montañas. Allí puedo contemplar la faz del Altísimo y sumergirme en sus bendiciones.

–Si vives en las montañas, eso quiere decir que estás lejos de los hombres, y quien se aleja de las criaturas del Señor no puede estar muy cerca del mundo espiritual.

“Un hombre iluminado vive en medio de un mercado, cuida de sus hijos, protege a su familia, y es justamente esta vida normal la que lo hace estar siempre cerca de la presencia de Dios”.

¿Solo la mitad es sagrada?

El venerable Nitju se aproximó al maestro, hizo una reverencia y se sentó a su lado.

–Ya hice las meditaciones, los rezos y los ejercicios que me mandaste. Pero como nunca ocupan todo mi tiempo, después salgo con amigos y amigas.

El maestro no dijo nada. Nitju continuó:

–Y me quedo con la sensación de que solo la mitad de lo que hago es sagrado.

–Cuando estás sentado a la mesa, ¿aplicas los conocimientos adquiridos durante las prácticas espirituales?

–No. Tan solo me divierto.

–Entonces, tu día es enteramente sagrado, pues equilibras la disciplinta de la búsqueda con la alegría de la vida –concluyó el maestro.

En el camino a Damasco

El hombre caminaba por el camino a Damasco. Recordaba su amor perdido y su alma estaba en llanto. “¡Pobre del ser humano que conoce el amor!”, pensaba. “Jamás será feliz, por el temor a perder a la persona amada”.

En aquel momento, oyó cantar a un ruiseñor.

–¿Por qué haces eso? –preguntó el hombre al ruiseñor–. ¿No ves que mi amada, que tanto gustaba de tu canto, ya no está aquí a mi lado?

–Canto porque estoy contento –respondió el ruiseñor.

–¿Tú nunca has perdido a un ser querido? –insistió el hombre.

–Muchas veces –respondió el ruiseñor–. Pero mi amor continuó siendo el mismo.

Y el hombre sintió más esperanza en su camino. (O)

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