¿Con gatos? Meditación zen

Por Paulo Coelho
15 de Abril de 2012

“¿Y cuántos de nosotros, en nuestras vidas, nos atrevemos a preguntar por qué hemos de actuar de determinada manera? ¿Por qué no buscamos una manera diferente de actuar? “.

Habiendo escrito un libro sobre la locura, me vi obligado a preguntarme cuántas de las cosas que hacemos nos vienen impuestas por la necesidad y cuántas están basadas en el absurdo. ¿Por qué usamos corbata? Si vivimos en un sistema decimal, ¿por qué el día tiene veinticuatro horas de sesenta minutos cada una?

El hecho es que muchas de las reglas que obedecemos hoy en día no tienen ningún fundamento. Y a pesar de esto, si pretendemos actuar de una manera diferente, dirán que estamos “locos” o que somos unos “inmaduros”.

Mientras tanto, la sociedad va creando algunos sistemas que, con el correr del tiempo, pierden su razón de ser, pero continúan imponiendo sus reglas. Una interesante historia japonesa ilustra lo que quiero decir.

Un gran maestro zen, responsable del monasterio de Mayu Kagi, tenía un gato que era su verdadera pasión. Tanto era así que durante las lecciones de meditación lo mantenía a su lado.

Cierta mañana, el maestro, muy mayor ya, apareció muerto. El discípulo más aventajado ocupó su lugar. -¿Qué vamos a hacer con el gato? –preguntaron los monjes.

En homenaje al recuerdo de su antiguo guía, el nuevo maestro decidió permitir que el gato continuase en las clases de meditación. Algunos discípulos de monasterios vecinos descubrieron lo del gato en las meditaciones.

Transcurrieron muchos años. El gato murió, pero los alumnos del monasterio estaban tan acostumbrados a su presencia, que se hicieron con otro gato. Mientras tanto, otros templos empezaron a introducir gatos en sus sesiones de meditación: pensaban que el gato era el verdadero responsable de la fama y de la calidad de la enseñanza de Mayu Kagi, y se olvidaban de que el antiguo maestro había sido un excelente instructor.

Pasó una generación, y empezaron a surgir tratados técnicos sobre la importancia del gato. Un profesor universitario desarrolló una tesis –aceptada por la comunidad académica- defendiendo que tenía la capacidad de aumentar la concentración humana, y eliminaba las energías negativas.

Y de esta manera, durante todo un siglo, se consideró al gato como parte esencial en el estudio del budismo zen en esa región.

Hasta que apareció un maestro que tenía alergia al pelo de los animales domésticos y que decidió prescindir del gato en sus prácticas diarias con los alumnos.

Se produjo una gran reacción en contra, pero el maestro se mantuvo firme en su decisión. Como este era un excelente instructor, los alumnos continuaban con el mismo buen rendimiento en sus estudios, a pesar de la ausencia del gato.

Poco a poco, los monasterios –siempre en busca de nuevas ideas, y ya cansados de tener que alimentar a tantos gatos– fueron eliminándolos de las clases. Al cabo de veinte años empezaron a aparecer nuevas tesis revolucionarias –con títulos bien convincentes como La importancia de la meditación sin gato, o Equilibrando el universo zen apenas con el poder de la mente, sin ayuda de animales.

Transcurrió otro siglo, y el gato salió por completo del ritual de meditación zen de esa región. Pero habían hecho falta 200 años para que todo volviese a lo normal –ya que a nadie se había preguntado por qué el gato estaba allí.

¿Y cuántos de nosotros, en nuestras vidas, nos atrevemos a preguntar por qué hemos de actuar de determinada manera? ¿Hasta qué punto, en lo que hacemos, nos servimos de “gatos” inútiles que no nos atrevemos a eliminar porque cierta vez nos dijeron que los ‘gatos’ eran importantes para que todo funcionase bien? ¿Por qué no buscamos una manera diferente de actuar?

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