Árbol de la inmortalidad: De frutos anhelados

Por Paulo Coelho
07 de Agosto de 2016

“Cuando olvidamos el nombre y buscamos la realidad que se oculta tras las palabras, tenemos todo lo que deseamos, y también tenemos paz de espíritu”.

Cuenta el poeta persa Rumi que en una aldea del norte de lo que hoy es Irán, apareció un hombre que contaba historias maravillosas sobre un árbol que daba la inmortalidad a quien comiese de sus frutos.

La noticia no tardó en llegar a oídos del rey, pero antes de que este pudiera preguntar dónde se hallaba tal prodigio de la naturaleza, el viajero ya había partido.

El rey, sin embargo, estaba decidido a hacerse inmortal, pues quería gozar de tiempo suficiente para convertir su reino en un ejemplo para todos el mundo. Cuando era joven, había soñado con hacer desaparecer la pobreza, enseñar la justicia y alimentar a todos y cada uno de sus súbditos. Pero al cabo de poco tiempo se dio cuenta de que ese trabajo duraría más de una generación. Ahora, sin embargo, la vida le daba una oportunidad y él no iba a dejarla escapar. Llamó al hombre más valeroso y le encomendó la tarea de encontrar aquel árbol.

Este partió llevando consigo dinero suficiente para obtener información, comida y todo lo necesario para alcanzar su meta. Preguntando y ofreciendo recompensas, el hombre recorrió ciudades, atravesó montañas. Las personas honestas respondían que ese árbol no existía, los cínicos demostraban un respeto irónico y algunos trapaceros lo enviaban a lugares remotos con tal de conseguir unas monedas.

Después de muchas decepciones, el hombre renunció a su búsqueda, pese a sentir una inmensa admiración por su rey. Sabía que con ello perdería su honor, pero estaba cansado y convencido de que el árbol no existía.

En el camino de vuelta, al subir una pequeña colina, recordó que allí vivía un sabio. Pensó: “No tengo esperanza de encontrar lo que buscaba, pero por lo menos puedo pedir su bendición e implorar para que rece por mí”.

Al llegar, no aguantó más y rompió a llorar.

–¿Por qué estás tan desesperado, hijo mío?, –preguntó.

–El rey me encomendó la tarea de encontrar un árbol único, pero esta vez regreso sin nada.

El sabio echó a reír: –Lo que buscas existe, y está hecho del agua de la vida que proviene del infinito océano de Dios. Erraste al buscar una forma, un nombre.

“A veces eso que buscas se llama ‘árbol’, otras veces, ‘sol’. La podemos llamar cualquier cosa que exista sobre la faz de la tierra. Sin embargo, para encontrar el fruto hay que renunciar a la forma, y buscar el contenido.

“Cualquier cosa en la que está la presencia de la creación es eterna en sí misma. Nada puede ser destruido; cuando nuestro corazón para de latir, nuestra esencia se transforma en la naturaleza. Podemos convertirnos en árboles, gotas de lluvia, plantas, e incluso en otra persona”.

“¿Por qué detenerse en la palabra árbol y olvidar que somos inmortales? Renacemos en nuestros hijos, en el amor que manifestamos, en cada uno de los gestos de generosidad y caridad que tenemos. Regresa y di al rey que no tiene que preocuparse de encontrar el fruto de un árbol mágico: cada actitud suya y cada decisión que tome ahora permanecerán por muchas generaciones. Pídele, por tanto, que sea justo con su pueblo; si hace su trabajo con dedicación, nadie lo olvidará, y su ejemplo influirá y estimulará a sus hijos y nietos a actuar siempre mejor”.

“Y dile también que todo aquel que busca un nombre permanecerá siempre atado a las apariencias. Todas las luchas que entablamos son por causa de los nombres: propiedad, envidia, riqueza, inmortalidad. Pero cuando olvidamos el nombre y buscamos la realidad que se oculta tras las palabras, tenemos todo lo que deseamos, y también tenemos paz de espíritu”. (O)

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