Vivir con bipolaridad

Por Lenín E. Salmon
09 de Octubre de 2016

Cada vez es más común usar el término “bipolar” para referirse informalmente a alguien que sufre cambios notorios en su estado de ánimo, sobre todo implicando un comportamiento inusualmente impulsivo, agresivo, violento.

Pero el tema es mucho más profundo: la bipolaridad es una seria enfermedad mental. La parte “agresiva” o maniaca puede incluir manifestaciones de agresividad física, insomnio, inflada autoestima (proyectos grandiosos, irrealizables), exagerada locuacidad (hablar por horas de los proyectos, por ejemplo), excesos en la conducta sexual, en el consumo de alcohol o drogas, o en el gasto de dinero. También existe la fase depresiva (de allí su nombre tradicional, psicosis maniaco-depresiva) con la cual alterna en diferentes niveles de intensidad y duración, pudiendo existir también episodios mixtos en los que ambas reacciones se evidencian simultáneamente. Se presume que la herencia tiene mucho que ver: padres bipolares aumentan significativamente (más de 10 veces) la probabilidad de tener un hijo bipolar, comparados con padres sin la enfermedad. Puede suceder a cualquier edad, pero el período más susceptible es entre los 15 y 30 años.

Los síntomas tempranos de la bipolaridad generalmente no son percibidos por quien la sufre, pero la pareja o la familia pueden notarlos. Cualquier persona sana puede tener una reacción impulsiva o depresiva, pero si demuestra excesiva irritabilidad o agitación por una semana o más, acompañada de algunos de los síntomas mencionados arriba, puede tratarse de un episodio de manía o depresión bipolar, que merecería un diagnóstico psiquiátrico y su correspondiente tratamiento médico y psicológico. Es importante el diagnóstico porque no es lo mismo, por ejemplo, depresión en bipolaridad que depresión pura (requieren tratamientos diferentes).

Se puede vivir con la bipolaridad, aceptando que la enfermedad ocupará un lugar importante en la vida. Pero hay que tomar medidas para atenuar factores precipitantes como el estrés, la falta de sueño, problemas de trabajo, dificultades económicas, etc. También hay que reconocer las señales de advertencia de la proximidad de un episodio, como intensa desconcentración, hablar muy rápidamente y de varios temas a la vez, hiperactividad, desasosiego, por ejemplo, y buscar pronto ayuda profesional.

La pareja y la familia también sufren el peso de la enfermedad, y pueden sentir culpa, temor o desesperanza. Pero aun así deben ser la principal fuente de comprensión y apoyo a su ser querido. (O)

salmonlenin@yahoo.com

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