Si se aburren, se enriquecen

Por Ángela Marulanda
17 de Abril de 2016

Hoy en día, con alguna frecuencia, nuestra capacidad como padres se mide por los esfuerzos que dediquemos a mantener a los hijos cómodos y divertidos o por lo menos ocupados. Como consecuencia, se ha asumido como una obligación propia de la paternidad asegurarnos de que ellos estén siempre contentos o por lo menos distraídos. De ahí que los niños vivan hoy sobrecargados de clases y actividades, y que cuanto minuto les quede libre se conecten a la TV o la computadora para distraerlos.

Sin embargo, lo que es inexplicable es que, a pesar de todo lo que tienen para entretenerse, hoy más que nunca los niños viven inconformes y se quejan de estar aburridos. Se podría pensar que, al andar entretenidos con el mundo exterior, se sienten solos y vacíos porque no tienen un espacio para enriquecer su interior.

La importancia de no hacer nada y pasar algún tiempo acompañados tan solo por el silencio y la quietud es algo que nuestra cultura desconoce por completo. Contrario a lo que podría pensarse, el aburrimiento es benéfico para los hijos. Si bien es cierto que es importante que ellos tengan tiempo para gozar, no menos es que lo tengan para descubrirse. Cuando un niño tiene momentos para estar solo, tranquilo, sin distracciones ni actividades, así se aburra un poco, cuenta con el espacio para soñar, desarrollar su creatividad, dar rienda suelta a su imaginación o expresar artísticamente sus sueños. Sin embargo, en nuestro afán por verlos siempre sonrientes, les estamos enseñando a temerle a la calma y al silencio, a la vez que evitando que se encuentren, se conozcan y escuchen su corazón de manera que desarrollen una rica vida interior.

Es en la soledad donde tienen oportunidad para ponerse en contacto con lo más profundo y bello de sí mismos, es decir el alma, ese entorno donde se gesta la riqueza espiritual y que es la fuente de la verdadera felicidad. (O)

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