No es la más fea… es la más bella

Por Ángela Marulanda
13 de Abril de 2014

Vivimos en una era en que nuestro valor personal lo define lo bellas o atractivos que lucimos, nuestro éxito lo determina el dinero que ganemos y la fama la establece el número de seguidores que tengamos en las redes sociales. Sin embargo, a pesar de que Lizzie Velázques nació con una condición que le desfiguró el cuerpo y el rostro, ella ha logrado que sea su riqueza interior la que la defina como persona y la lleve a alcanzar sus sueños.

En una conferencia de TEDx que dio hace poco, ella cuenta que debido al síndrome con que nació, solo pesa 29 kilos y no puede ganar peso, además de que tiene algunas limitaciones físicas. Pero sus mayores padecimientos no fueron sus problemas físicos, sino que a lo largo de su vida escolar fue víctima de toda suerte de burlas e insultos de parte de sus compañeros, incluyendo designarla públicamente “la mujer más fea del mundo” e insistirle en que “hiciera el favor de matarse”.

Sin embargo, gracias al apoyo de sus padres, Lizzie se dedicó a construir sobre sus problemas en lugar de derrumbarse como consecuencia de ellos. Y así logró que su condición no fuera un obstáculo sino un punto de partida para superar sus desafíos e impedir que su deformidad fuera la que la definiera como persona. Su fe, su determinación y su confianza en sí misma fueron decisivas para que se superara y pudiera convertir sus limitaciones en el punto de partida para lograr sus sueños: graduarse de la universidad, escribir un libro y ser conferencista motivacional. Hoy, ella es la autora de tres libros, además de conferencista y destacada profesional.

Lejos de ser “la mujer más fea del mundo”, Lizzie es un ser humano muy hermoso y admirable gracias a que no se concentró en sus desventajas sino a enriquecer sus dones y su vida espiritual. A pesar de todos sus padecimientos, esta joven ha demostrado que la mejor forma de superarse y de combatir la crueldad de quienes tienen, no el cuerpo pero sí el alma deformada, es fortalecer su entereza personal y su riqueza espiritual.

Qué maravilloso sería el futuro de los jóvenes y de la sociedad si los padres nos preocupáramos menos de enriquecer ante todo el intelecto y las capacidades de los hijos y mucho más en inculcarles las cualidades que precisan para nutrir sus almas y cultivar su buen corazón.

www.angelamarulanda.com

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