No cultivar el amor... traerá dolor

Por Ángela Marulanda
16 de Diciembre de 2012

Tener una familia unida y armoniosa, como la que todos quisiéramos, es un compromiso que exige muchísimos esfuerzos, precisamente porque se trata de una empresa muy compleja en la que está invertido nuestro capital afectivo. Pero, a pesar de que el matrimonio es la estructura que lo sostiene, por lo general no tenemos el tiempo para enriquecerlo. Olvidamos que no basta con vivir bajo el mismo techo, mantener la casa y cuidar mucho a los hijos, a la vez que trabajar muy duro para que a la familia no le falte nada. Aunque nuestras necesidades afectivas como personas  y como esposos son lo primordial, generalmente están en un último lugar, no por desinterés o egoísmo, sino por falta de espacio para hacerlo... porque no le damos la prioridad que tiene.

Si examinamos nuestra agenda cotidiana, sería evidente que la mayor parte del tiempo se la llevan, en su orden, el trabajo, los hijos, el estado físico y la casa. Parece que no nos damos cuenta que para sostener el matrimonio no es suficiente que los esposos vivan bajo el mismo techo, duerman en la misma cama, tengan las mismas amistades y compartan el dinero. Lo fundamental es que compartan su ser: sus inquietudes, sus sueños, sus intereses, sus temores y alegrías... su corazón.

El matrimonio es como las plantas: hay que atenderlo con muchísimo esmero para poder combatir las plagas que lo deterioran como son las críticas y las agresiones; podarle la intolerancia y el resentimiento; protegerlo del veneno de la indiferencia; y abonarlo constantemente con una generosa dosis cotidiana de cariño y comprensión. 

La mayoría de las parejas se casan amándose mucho, pero dejan morir el amor porque no lo plantan y renuevan con el esmero que exige. Al igual que las plantas, si no se protegen de la maleza que puede invadirlo, la ausencia, desconfianza y agresiones, lo deterioran a tal punto que la única solución es arrancarlo de tajo... y perderlo todo! Lo que evitará que pasemos por el dolor de arruinar nuestra familia es que cultivemos a conciencia nuestra relación para que nuestro hogar florezca y dé los frutos que soñamos: unos hijos que sean un testimonio vivo de la riqueza y calidad de nuestro amor.
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