Los beneficios de la convivencia

Por Ángela Marulanda
25 de Diciembre de 2016

En los hogares de hoy, con un menor número de hijos y un mayor número de comodidades y entretenciones, los espacios compartidos en familia son muy pocos y se limitan a reunirse a ver algún partido deportivo o un programa de televisión que les interese a todos, pero poco comparten porque están concentrados y embobados con lo que están viendo. Lo grave es que en este caso, lo que logran es atolondrarse unidos.

Es verdad que cuando cada uno de los hijos tiene sus propias cosas y sus propias formas de entretenerse a lo largo de su infancia, posiblemente no tendrán los conflictos propios de la convivencia compartida, pero tampoco tendrán relaciones familiares muy estrechas. Al tener poco en común y que cada cual esté en lo suyo, no pelearán, pero tampoco se conocerán ni se comprenderán. Los vínculos afectivos entre los hermanos no se forjan ni se enriquecen simplemente porque comparten un mismo techo. Para que establezcan lazos afectivos sólidos entre ellos y con nosotros tenemos que compartir espacios, momentos, juegos, intereses, dichas y penas.

Las ventajas de que los niños compartan durante varios años, no solo su habitación sino también sus pertenencias, son innumerables. Es cierto que van a tener altercados entre ellos, pero también van a tener más oportunidades para que practiquen lo que significa convivir en armonía con los demás. Y es así como aprenden a conciliar discrepancias, a negociar, a ceder, a lograr acuerdos y a comprender la importancia de anteponer el bienestar común sobre la conveniencia individual. Se conocen y se enriquecen porque, cuando se ayudan, fortalecen sus vínculos fraternos además de que ejercitan virtudes tan importantes como la generosidad, la tolerancia, el respeto, la solidaridad… es decir, el amor. (O)

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