La riqueza de ser padres

Por Ángela Marulanda
07 de Agosto de 2016

En el mundo consumista del siglo XXI, el prestigio de hombres y mujeres está generalmente ligado a su éxito económico. Quizás por este motivo, hoy el trabajo es la principal fuente de satisfacciones para ambos y, como las obligaciones de padres interfieren con la realización profesional, es fácil olvidarnos de las inmensas satisfacciones que se derivan de ellas.

A pesar de que formar un hogar estable y amable exige grandes esfuerzos, criar a nuestros hijos es la experiencia más enriquecedora y gratificante de la vida… siempre que nos comprometamos de todo corazón con nuestras funciones parentales.

Concebir una nueva vida y dar a luz un hijo es la facultad más trascendente de nuestra condición humana y por eso no hay tarea más enriquecedora ni mejor retribuida que la de alimentar el corazón y el alma de esas criaturas que son “carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre”.

Sin embargo, como nuestra función es capacitar a los hijos para que no nos necesiten y asegurarnos de que desarrollen las capacidades para emprender su propio camino por la vida, ellos son motivo de dicha y de dolor, de paz e incertidumbre, de sueños y de decepciones. A pesar de los incontables desafíos de la paternidad, los beneficios son mucho mayores porque no hay función que nos enseñe tanto a vivir para servir, amar y dar lo mejor de nosotros mismos que la crianza.

Pocas tareas son tan exquisitas como la de llegar a la cumbre de nuestra vida con la profunda satisfacción de haber sido padres que respondemos al llamado que nos hace la naturaleza de crear y nutrir la vida de nuestros hijos. Por eso, no hay una experiencia mejor remunerada –en dividendos afectivos y espirituales– que el cariño, la confianza y la admiración de nuestros hijos, resultantes de nuestra dedicación y guía a lo largo de esos pocos años que están bajo nuestra tutela. (O)

www.angelamarulanda.com

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