Estamos conectados... ¡pero desvinculados!

Por Ángela Marulanda
09 de Septiembre de 2012

Hoy los miembros de la familia a menudo viven “juntos, pero no revueltos”, es decir, bajo un mismo techo, pero poco comparten, poco conversan, y más poco aún disfrutan de su mutua compañía. Como el mundo exterior entra constantemente por todos los medios virtuales hasta los rincones más recónditos de nuestros hogares, ya no hay un espacio ni un momento en el que podamos compartir y conversar tranquilamente los hechos del día con nuestros seres queridos. Hasta esos ratos que antes teníamos para hablar con los hijos mientras íbamos en el carro han sido invadidos por la tecnología moderna, porque la computadora y los videojuegos portátiles, el iPad y los celulares mantienen a cada cual en lo suyo durante todo el camino. Y, como si fuera poco, muchos carros están equipados con televisor y DVD para que durante los viajes largos podamos tener a los niños “tranquilos”, es decir, callados, embobados y aislados.

La vida con tantas opciones como distracciones que nos ofrecen los avances tecnológicos tiene muchas ventajas, pero también desventajas, y la primera es que nos mantiene desconectados tanto de nosotros mismos como de quienes nos rodean. Esto ha empobrecido los vínculos familiares e impedido que tengamos la oportunidad de compartir nuestro diario vivir, así como lo que sentimos, lo que pensamos, lo que soñamos, que es lo que nos permite estar ahí, el uno con el otro y para el otro, es decir, vinculados y no solo conectados.

Es urgente desconectarnos para recuperar los espacios de encuentro familiar. Los necesitamos para dialogar, para conocernos, para ponernos en el lugar del otro y poder comprenderlo; y también para perdonarnos, reconciliarnos y superar las diferencias que nos separan. Es así como enriquecemos las relaciones con nuestros seres más queridos y podemos tejer lazos afectivos sólidos y perdurables.

angela@angelamarulanda.com

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