Cultivaremos lo que sembramos

Por Ángela Marulanda
09 de Noviembre de 2014

Las familias son como las plantas que dan buenos frutos si se atienden y cultivan con esmero. A nadie se le ocurriría esperar una buena cosecha a base de mantener muy bien las cercas y las herramientas que se necesitan para una siembra, pero olvidarse de abonar y regar las matas. Pero eso es lo que los padres a menudo hacemos en nuestra familia, cuando dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo y esfuerzos a mantener a los hijos rodeados de toda suerte de comodidades y entretenciones pero, como trabajamos tanto para “darles todo”, no les damos lo fundamental: el cariño, la estabilidad y la atención personal que son cruciales para que crezcan emocionalmente sanos y moralmente sólidos.

A pesar de que hoy somos más conscientes de las necesidades afectivas de los niños y que nos desvivimos por proporcionarles todo lo que quieren, es fácil olvidarnos de darles lo que más precisan: un hogar estable fortalecido por el amor conyugal y una formación moral sólida nutrida por un ejemplo impecable de lo que está bien y lo que está mal.

Cultivar el afecto y la solidaridad en la familia exige que nos preparemos como padres y procuremos alimentar la comunicación, la comprensión y la unión en el hogar a base de disponer de tiempo para compartir y conocer a nuestros hijos, así como de esforzarnos por enriquecernos como personas y de amarnos como pareja.

Los padres somos sembradores de amor y de vida. Para cosechar buenos frutos en nuestra vida familiar no podemos dedicarnos a cuidar tan solo la apariencia y las capacidades de los hijos, pues eso sería como cuidar las flores pero en el proceso ignorar las matas. Nosotros somos como el árbol, quienes como pareja y como padres necesitamos cultivarnos para que en nuestro hogar se coseche abundantemente el amor y nuestros hijos crezcan inmunes a todo lo que pueda afectar su integridad o arruinar su felicidad… y, por ende, la nuestra. Tenemos que atender y alimentar con mucho esmero nuestra relación conyugal porque solo así sus frutos –nuestros hijos– serán sanos y tendrán una vida abundante.

www.angelamarulanda.com

  Deja tu comentario