Un diario inexistente: Recordar y crecer

Por Paulo Coelho
16 de Marzo de 2014

“También nosotros, en nuestro crecimiento y constante mutación, pasamos por diversas etapas: tenemos que aprender a reconocerlas, en lugar de criticar la lentitud de nuestros cambios”.

Madrid, España

Llego a Madrid a las 8 de la mañana. Voy a permanecer aquí solo algunas horas: de nada sirve telefonear a los amigos ni quedar para verlos. Decido caminar a solas por lugares que me gustan, y termino fumando un cigarrillo en un banco del parque del Retiro.

-Parece que no estás aquí –dice un anciano, sentado a mi lado.

-Estoy aquí –le respondo-. Solo que doce años atrás, en 1986. Sentado en este mismo banco con un amigo pintor, Anastasio Ranchal. Nosotros dos estamos mirando a mi mujer, Christina, que ha bebido más de la cuenta y está fingiendo que baila flamenco.

-Aprovecha –dice el anciano–. Pero no olvides que el recuerdo es como la sal: la cantidad adecuada hace más sabrosa la comida, pero si exageramos, acabamos con el plato. Quien vive mucho en el pasado, termina sin presente para recordar.

Vuelo de Belgrado a Barcelona

En el periódico, un texto que recorto y meto en la maleta de mano. El autor es Timothy Gallaway:

«Cuando plantamos un rosal, vemos que pasa mucho tiempo durmiendo bajo la tierra, pero nadie se atreve a criticarlo diciendo: “Tú no tienes raíces profundas” o “Te falta entusiasmo en tu relación con el campo”. Muy por el contrario, nosotros lo tratamos con paciencia, agua y abono.

»Cuando la semilla se transforma en plantón, a nadie le pasa por la cabeza condenarlo por frágil, inmaduro, o por ser incapaz de ofrecernos inmediatamente las rosas que estamos esperando. Todo lo contrario: nos maravillamos con el proceso del nacimiento de las hojas, seguidas de los capullos, y, cuando las flores aparecen, nuestro corazón se llena de alegría.

»Sin embargo, la rosa es la rosa desde el momento en que ponemos la semilla en la tierra hasta el instante en que, pasado su periodo de esplendor, acaba marchitándose y muriendo. En cada etapa por la que pasa –semilla, brote, capullo, flor– expresa lo mejor de sí misma.

»También nosotros, en nuestro crecimiento y constante mutación, pasamos por diversas etapas: tenemos que aprender a reconocerlas, en lugar de criticar la lentitud de nuestros cambios».

Brissac, Francia

Durante mi estancia en el castillo alquilado por una revista brasileña, un periodista de la región vino a entrevistarme. En medio de la conversación, presenciada por otras personas, él quiso saber:

-¿Cuál ha sido la mejor pregunta que le han hecho?

¿La mejor pregunta? Me parece que ya me habían hecho todas las preguntas, excepto esta que él acababa de dirigirme. Le pido un tiempo para pensar, estudio las muchas cosas que quería decir y nunca quisieron saber. Pero, al final, confieso:

-Creo que es justamente esta. Hubo preguntas que me negué a responder, otras que me permitieron hablar sobre temas interesantes, pero esta es la única que no sé cómo responder con sinceridad.

El periodista toma nota. Y dice:

-Voy a contarle una interesante historia. En cierta ocasión, entrevisté a Jean Cocteau. Su casa era una verdadera acumulación de figuritas, cuadros, dibujos de artistas famosos, libros, etc. Cocteau lo guardaba todo, y sentía un profundo amor por cada uno de aquellos objetos. Fue entonces cuando, en medio de la entrevista, decidí preguntarle: “Si esta casa se incendiase de repente y solo pudiera llevarse consigo una cosa, ¿qué escogería?

-¿Y qué fue lo que Cocteau respondió? –pregunta a Álvaro Teixeira, responsable del castillo en el que estamos, y gran estudioso de la vida del artista francés.

-Cocteau respondió: “Yo me llevaría el fuego”.

Y allí nos quedamos todos, en silencio, aplaudiendo en la intimidad del corazón esta respuesta tan brillante.

www.paulocoelhoblog.com

  Deja tu comentario