La cocina explosiva: Y otras desgracias
“Cuántas personas habrán constatado a sus expensas que nada es tan peligroso para cocineros novatos como el aceite caliente o el agua hirviendo”.
¿Existirán aficionados a la cocina que nunca se hayan quemado o cortado? En mi casa, la cocina de gas tiene la particularidad de volverse peligrosa cuando se utiliza el horno; acercarnos al filo del artefacto, por descuido o pura distracción, resulta fatal. Pensé que podíamos, tanto yo como la persona que colabora conmigo en los quehaceres domésticos, ser los únicos en cosechar en nuestra piel aquel tipo de ampollas, pero supe que el percance era muy común.
El diario chileno La Tercera, en su revista semanal, publicó en el 2011 una receta aparentemente inocente para elaborar churros en su salsa. No se incluían ingredientes peligrosos, sino azúcar impalpable, harina, manjar, crema de leche, licor de naranja y, claro está, aceite para freír... pero existen reacciones posible entre el aceite y otros líquidos: varias personas, al experimentar con la receta sufrieron graves quemaduras cuando saltó en forma descontrolada el aceite a 180 grados centígrados. El diario tuvo que pagar $ 125.000 a las trece personas que quedaron lesionadas. Cuántas personas habrán constatado a sus expensas que nada es tan peligroso para cocineros novatos como el aceite caliente o el agua hirviendo.
Un amigo mío, contagiado por mi entusiasmo, quiso recientemente incursionar en la cocina molecular, con tan mala suerte que provocó un estallido al querer saber por qué no funcionaba adecuadamente el sifón de nitrógeno líquido. El nitrógeno es un gas paciente y no suele estallar, pero ¿a quién se le ocurre querer desarmar el tanquecito para averiguar la razón de su desperfecto?
Recuerdo que, siendo niño, quise llenar el recipiente de alcohol de un pequeño reverbero mientras estaba encendido; desde luego, el tanque de alcohol explosionó entre mis manos, tuve que aguantar la tremenda nalgada que me propinó mi padre antes de llevarme al hospital con quemaduras en los brazos. ¿A quién no le habrá sucedido algo parecido al querer encender una hornilla de gas poniendo el fósforo demasiado cerca? ¿A quién no se le habrá ocurrido probar con cuchara un manjar demasiado caliente, hasta que la boca o la garganta protestasen a su manera con una molestia al deglutir que duró varios días?
Hablemos también de abrir ostras con una cuchilla que se resbala hasta perforarnos la mano, los dedos atrapados en las espinas de un carapacho, el cuchillo afilado que de pronto nos rebana la piel de un dedo. ¿Nunca quisieron enchufar la licuadora con la manos mojadas hasta recibir una desagradable descarga eléctrica? ¿Nunca olvidaron apretar la tapa del procesador antes de arrancar con el motorcito provocando la súbita salida del contenido? ¿Nunca se les resbaló el abridor de lata dejando al descubierto el filo de un envase más peligroso que hoja de afeitar? ¿Nunca, en sus primeras experiencias con el horno de microondas, les ha sucedido oír la detonación de unas yemas explosionando, el súbito siseo que se oye cuando por inadvertencia hemos puesto en el horno cualquier cubierto de aluminio? ¿Nunca se les escapó de la olla la leche hirviendo cuando ustedes atendían una llamada telefónica o abrían la puerta de la casa? Pues cocinar es maravilloso, mas a veces azaroso.
La mayonesa que no emulsiona como es debido porque nos apuramos demasiado al verter el aceite, la salsa bearnesa se nos corta porque quisimos prescindir del baño de María y trabajar directamente sobre la hormilla, la crepé Suzette envuelta en una tremenda llamarada porque se nos fue la mano en el licor de naranja: todo aquello nos vuelve solidarios y definitivamente cómplices.