El vino se respeta: Bebida para compartir

Por Epicuro
30 de Julio de 2017

“Lo más importante es el placer que uno puede sentir sin esnobismo ni complicaciones. Grato es recordar a un amigo, a un ser amado por un vino en particular que se ha compartido”.

Desde hace más de veinte años cuido mis vinos en lo que llaman un wine cellar (armario de vino), es la única forma de poder conservar botellas valiosas en una ciudad donde la temperatura puede subir hasta más de 30 grados, bebo poco, siempre acompañado, no tiene para mí sentido abrir una botella solo para mi consumo.

En primer lugar, un vino descorchado pierde rápidamente sus virtudes por más que se lo quiera conservar en la refrigeradora; luego, si el vino es de gran calidad, es importante compartirlo con personas que sepan lo que están tomando.

El vino no es un lujo, hay botellas de precio moderado que ostentan interesantes aromas y sabores, entre ellos el Uxmal (Sauvignon blanco y Semillon), la gama de Doña Paula, el Trapiche roble.

Los vino llamados Premium, en cambio, tienen precios elevados pero, como sucede en los automóviles, estamos hablando de cualidades sobresalientes con un puntaje que oscila entre 90 y 97. Más allá no hay muchos. Una sola vez me topé con una botella de cien puntos, pues son escasas: era una cosecha tardía australiana espectacular.

Una bodega de vinos, según su tamaño, puede conservar desde pocas botellas hasta más de doscientas. La puerta de vidrio filtra la luz solar o doméstica. A los vinos no les gusta el ruido, peor las trepidaciones producidas por el tráfico callejero. Por esta misma razón dejé de asistir a los eventos donde la gente anda apretada y atropellada, con una orquesta que impide por su volumen sonoro conversar sin alzar mucho la voz. Recuerdo haber presenciado en Mendoza (Argentina) varias fiestas de vino amenizadas con un cuarteto de cuerdas o una orquesta de cámara.

Las temperaturas ideales de guarda oscilan entre 5 grados para los blancos, rosados y espumosos y 12 grados para los tintos. A los vinos tampoco les gusta la prisa. Para saborear un Clos Apalta, un Folly de Montes, una cosecha de Angélica Zapata, un Don Melchor, hay que ir despacio, sorbo a sorbo. Quien se lo manda al gaznate de una sola no sabe realmente lo que toma. A los vinos no les gustan los borrachos, llega un momento en que uno pierde el olfato, el sentido del gusto. Se bebe para guardar intacta la conciencia que tenemos de nuestras alegrías, no se bebe por penas de amor o por desquite, para eso están los aguardientes de efecto rápido.

Al vino le gusta que lo sepan mirar, apreciar su color, sus reflejos, su transparencia, le gusta que lo sepan oler, porque el olfato es más desarrollado que el gusto. Con tan solo husmearlo, uno sabe cuál será el paso siguiente en una cata seria.

No es necesario buscar afanosamente aromas de flores, de frutas, de madera, eso llega solo, puede diferir de una persona a otra porque no tenemos todos la misma memoria de olores y sabores. Más importante es buscar el equilibrio entre el dulzor, el amargor, la acidez, el cuerpo, el grado alcohólico.

Los grandes vinos tienen una larga persistencia, un perfecto retrogusto, otros pasan sin pena ni gloria. Ciertos pueden conservarse por muchos años, dependiendo del trato que se les da.

Lo más importante es el placer que uno puede sentir sin esnobismo ni complicaciones. Grato es recordar a un amigo, a un ser amado por un vino en particular que se ha compartido. (O)

epicuro44@gmail.com

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