Un rostro para cada danza

11 de Enero de 2015
DPA

La elaboración de máscaras talladas en madera ha perdurado a través de varias generaciones en Tócuaro, un pueblo de unos 700 habitantes del oeste de México.

La mayoría de los pobladores de esa localidad del estado de Michoacán se dedica, con las manos, a esta actividad para lograr el sustento económico. Y su minucioso trabajo ha conseguido reconocimiento tanto en México como en el extranjero y ha traspasado las fronteras del pueblo.

Artemi Hernández Ramos nació en Tócuaro hace 62 años y desde los 9 aprendió el oficio de su padre, lo mismo que sus siete hermanos mayores. Hoy tiene un taller donde continúa la tradición en la Casa de Artesanías de la plaza de San Francisco, en la ciudad de Morelia, capital de Michoacán. “Empecé lijando piezas y algunas las echaba a perder, entonces me regañaban muy duro, pero era la única manera de aprender”, recuerda el artesano.

Trazos prehispánicos, colores fuertes y expresiones simbólicas son los principales rasgos que definen los rostros de madera que se usan para diferentes danzas michoacanas. La imaginación del artesano es el factor clave para dar rienda suelta a las múltiples formas que se dibujan en cada caso.

Son incontables las máscaras a las que Hernández ha dado forma en su larga trayectoria partiendo de un pedazo de madera, preferentemente recién cortada del árbol. “La máscara de viejito es la que siento más mía y la hago con más cariño porque además es la que más se vende”, cuenta Hernández.

Esa figura de anciano sonriente con peluca de fibra forma parte del tradicional atuendo para los bailadores de la Danza de los Viejitos, una representación propia de Michoacán, originaria de la localidad de Jarácuaro. Se remonta a la época prehispánica y escenifica el baile de cuatro hombres en honor a Huehuetéotl (dios del fuego).

En Michoacán hay alrededor de 80 danzas diferentes y cada una cuenta con su máscara. Entre ellas, la Danza de los Cúrpites, Los Enguangochados de Janitzio o Los Negros de Uruapan. Por eso también es uno de los estados del país con más actividad artesanal, junto con Oaxaca.

Otra de las máscaras más arraigadas es la de diablo, que se utiliza en la danza de las pastorelas. Se añaden imágenes de animales, como serpientes o iguanas, para representar en el baile la lucha del bien contra el mal. En la mayoría de los casos la comunidad integra un valor religioso a las danzas.

Barro y madera

A Hernández le apasiona su trabajo y le gusta investigar sobre las técnicas y procedimientos que se utilizaban en el pasado. Los primeros artesanos de máscaras usaban el barro como materia prima y fabricaban sus propias herramientas según las necesidades que tuvieran.

Con el paso del tiempo se sustituyó definitivamente el barro por la madera, porque la pieza resulta menos pesada y más manejable. Ahora los utensilios con los que se corta la madera y se moldea la máscara son cuchillos, gubias, machetes y azadas.

“Para nosotros no existe la modernidad porque todo debe ser manual y de nada nos sirven las máquinas y nuevas tecnologías. Incluso si usamos la pistola (de pintura), lo que sucede es que se desperdicia la pintura”, dice el artesano.

Hernández realiza máscaras de distintos tamaños de viejito, tumbi, diablo o cúrpite, desde pequeños llaveros hasta rostros grandes alargados. Las más extravagantes y artísticas son las que diseña para participar en los concursos de máscaras. Puede dedicar desde una semana hasta varios meses para su elaboración.

El artesano transmite su formación a sus sobrinos, su familia más cercana, para asegurar que las legendarias máscaras de Tócuaro permanezcan vigentes dentro de la cultura michoacana. (I)

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