Sacar lo justo para vivir del mar

03 de Agosto de 2014
  • Avelino Mosteiro, de 54 años, recolecta a los percebes.
  • Lala González (i) y su hermana Susana recogen percebes en la costa de Baiona, en la región norte de España.
  • Estos percebes pueden ser recolectados en el momento del ciclo lunar cuando las mareas están en su punto más bajo.
  • Los coleccionistas de percebes organizan sus capturas antes del inicio de la subasta diaria en el mercado de pescado en Baiona.
Suzanne Daley - The New York Times

Los percebes, comparados con las ostras, son aclamados en algunos restaurantes españoles. No obstante, en algunas zonas de la costa hay multas por pesca furtiva.

Roberto Mahia, de 44 años, estaba recargado en su coche, esperando a que saliera el sol antes de ponerse el raído traje de buzo que estaba a sus pies, cuando se detuvieron dos vehículos no lejos de allí. “Esos son pescadores furtivos”, declaró Mahia, mirando fija y duramente en la dirección de los faros delanteros. “Conocemos esos coches”.

No obstante, en esta mañana, no habría confrontación. Pronto, los recolectores furtivos siguieron su camino, al parecer no estaban dispuestos a liarse a golpes con Mahia y los otros hombres reunidos aquí, quienes estaban entrenados y autorizados para abrirse paso entre las olas al romper en la rocosa costa gallega, en el rincón noroeste del país, para sacar a los tirones y recoger un raro premio para sibaritas: los percebes.

El trabajo siempre ha sido peligroso. Todos los hombres que esperaban el alba tenían cicatrices que mostrar. A Avelino Mosteiro, de 54 años, le dieron 18 puntadas bajo el brazo. Sin embargo, el trabajo también se solía pagar muy bien antes de la crisis económica, cuando los restaurantes clamaban por estos raros crustáceos.

Hoy, no obstante, los hombres y las mujeres que lo hacen para vivir indicaron que es difícil llegar a fin de mes. Sin duda que son menos los europeos que pueden pagar gustos caros de cualquier tipo.

Aun peor, están los furtivos, muchos de los cuales son desempleados que tratan de ganar dinero de cualquier forma. Su intervención hace que bajen todavía más los precios y dejan a la zona sin los crustáceos, obligando a los recolectores autorizados a trabajar en zonas más remotas y difíciles, con frecuencia por una captura pobre. “Hace quince días estábamos en esas rocas”, dijo Mahia señalando a la distancia, hacia una saliente escarpada. “Dos éramos recolectores legales y once eran furtivos”.

Recolectores de percebes

En los vertiginosos días antes de la crisis económica de España, los recolectores de percebes, muchos que aprendieron de sus padres el arte de esquivar las olas, podían ganar más de 800 dólares en unas cuantas horas.

Sin embargo, una mañana reciente, los hombres aquí habían recolectado solo unos dos kilogramos de percebes cada uno, en su mayoría pequeños y de menor calidad a la ideal. Quizá, dijeron, podrían sacar unos 135 dólares por ellos, a lo mejor, menos.

En el pasado, dijeron, ni siquiera habrían tratado de salir en un día con el mar tan picado. Sin embargo, a últimas fechas no pueden darse el lujo de dejar pasar ninguna oportunidad. Se pueden recolectar los percebes solo en ciertas condiciones, incluido el momento del ciclo lunar en el que las mareas están en su punto más bajo.

A lo largo de la costa gallega algunos restaurantes ofrecen percebes en cerca de 80 dólares la ración. En Madrid el precio puede ser mucho más alto. Cocinarlos es sencillo. Por lo general, se hierven solo unos minutos. Los aficionados los comparan con las ostras, no por su textura, que es más correosa, sino por el sutil sabor a mar.

Pagan con la vida

Funcionarios españoles concuerdan en que la tasa de desempleo ha provocado que sean cada vez más las personas sin entrenamiento las que se arriesgan a llegar a las entrantes rocosas en esta zona, lo cual, en ocasiones, pagan con la vida.

“Si de cuando en cuando usted oye hablar de alguien que murió haciendo esto, casi siempre se trata de un furtivo”, explicó Rosa Quintana Carballo, ministra regional del ambiente rural y el mar de Galicia.

En algunas zonas, como en Baiona, un pueblo más al sur de la costa, los recolectores autorizados están tan frustrados que pagan a guardias de seguridad privada para patrullar la zona por tierra y por mar. Ellos pagan una parte y el gobierno otra.

Una mañana, uno de los guardias de Baiona, Darío Freire, remontó su todoterreno por la colina para poder usar los binoculares y escanear la costa. Comentó que confrontar a los furtivos es algo peligroso.

“Me han golpeado y amenazado con un palo”, expresó Freire. “Han lanzado cosas contra el coche y despedazado las ventanas. No es fácil”.

En su mayor parte, contó, solo alerta a la Policía, la cual les extiende citatorios a los furtivos. Sin embargo, al igual que José do Val, de 62 años, quien admitió de inmediato que estuvo recolectando percebes esa mañana, la mayoría de los pescadores furtivos están demasiado quebrados como para pagar las multas, así es que no son un freno.

Do Val, quien dijo que fue ejecutivo en una compañía de distribución de alimentos y cenaba percebes con regularidad, estimó que ha acumulado multas por más de 135.000 dólares por pesca furtiva. “Realmente no estoy seguro de cuánto era. No es algo que realmente me interese”.

Tasa de desempleo

Galicia batalló en los últimos años con una tasa de desempleo de cerca del 27%, una de las más altas del país. Otrora tuvo una próspera industria de la navegación. Sin embargo, ahora es un desastre y hay pocos empleos que paguen bien. Las unidades policiales asignadas a detener a los recolectores furtivos de percebes se pueden desplazar poco y tienen otros asuntos quizá más urgentes, vigilando a quienes buscan almejas en zonas contaminadas, por ejemplo, y luego las blanquean para que parezcan que están buenas.

“Después de lo que he visto, no vuelvo a comer almejas”, contó Juan da Rocha, quien dirige a la unidad de la Policía regional concentrada en la pesca ilegal.

En Baiona, muchos recolectores de percebes son mujeres. Susana González trabaja con sus tres hermanas, quienes, como ella, estudiaron otras profesiones, pero terminaron con trajes de buzo. Si bien recolectar percebes es difícil, para la mayoría de las personas que están levantadas al amanecer, en el mar, sin ningún jefe, es una forma de vida atractiva. “Eres libre”, dijo González. “Me gusta eso”.

Después de una fructífera mañana recolectando, las mujeres se reunieron en la casa local de subastas con la esperanza de que todo lo que sale de Madrid sobre la recuperación económica signifique precios más altos. Sin embargo, no fue el caso. Hasta los percebes más grandes se vendieron en cerca de 40 dólares el medio kilogramo, menos de la mitad del precio de apertura. “Realmente pensamos que nos iría mejor”, manifestó González, suspirando.

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