Pakistán: A flote por los libros

21 de Abril de 2013
Declan Walsh - The New York Times

El analfabetismo es masivo en el país asiático y la elevada literatura sigue siendo tema de interés para una minoría.

Asolada por los ataques yihadistas y las agresiones morales de los conservadores religiosos, la célebre vitalidad cultural de Lahore ha menguado un poco en los últimos años. Ya no se celebra el famoso festival de vuelo de cometas; un festival de artes escénicas se desvaneció después de un ataque; y los conciertos tienen lugar en circunstancias restringidas. Pero, en febrero, la ciudad dio la bienvenida a la primavera con una estridente fiesta: una celebración de libros.

Miles de personas atestaron un alto edificio de ladrillo rojo para el I Festival Literario de Lahore, paseándose entre las sesiones para escuchar y conocer a sus héroes del prominente firmamento de novelistas de Pakistán. Pareció tanto un concierto de rock como un evento académico, y estallaron disputas cuando la gente se empujaba para entrar.

Una atracción estelar fue Mohsin Hamid, un nativo de Lahore educado en Princeton, cuya nueva novela, How to Get Filthy Rich in Rising Asia(Cómo hacerse un inmundo rico en el surgimiento de Asia), ha sido publicada en medio de la aclamación de la crítica. Usando jeans y zapatos deportivos, recibió una exultante bienvenida de la multitud local. Hubo embeleso. Un hombre se puso de pie para decir que había viajado a Lahore específicamente para imitar las escenas de sexo y drogas de las novelas de Hamid.

Hamid no fue el único atractivo: discusiones incluso más esotéricas sobre la poesía y la escritura, o académicos deliberando sobre la accidentada trayectoria del país provocaron llenos totales que sorprendieron incluso a los autores veteranos. “Fue muy emocionante; es la primera vez que veo esta beatlemanía entre los fanáticos literarios”, dijo William Dalrymple, un historiador británico que participó en varias sesiones. “Nadie lanzó prendas íntimas, pero hubo un grado de histeria más alto de lo que yo hubiera visto jamás. Me sentí como si nos trataran como estrellas de rock”.

El festival siguió a un evento literario con igual afluencia en Karachi, la ciudad más grande de Pakistán. En conjunto, echaron mano de un pozo de entusiasmo reprimido por el debate cultural y político entre los paquistaníes jóvenes y ofrecieron un brillante contrapunto a la imagen más común de Pakistán como un país asolado por las fuerzas del extremismo. “Fue un espacio vibrante e intelectual”, dijo Faraz Ahmed, un estudiante de finanzas de 19 años de edad y aspirante a escritor. “Nunca había estado en algo así”.

Más que libros: el debate

Los festivales literarios están cobrando popularidad en todo el sur de Asia. Desde el primer evento importante en Jaipur, India, en el 2005, otros 30 festivales han surgido en toda India, con un puñado más en Sri Lanka, Bangladés y Nepal. Muchos prueban los límites de la libertad de expresión.

En Birmania, donde los grilletes del régimen militar se están soltando, la gente acudió en tropel a escuchar a Aun San Suu Kyi en un nuevo festival ahí a principios de marzo. El año pasado estalló la controversia en Jaipur después de que clérigos musulmanes evitaron que hablara el autor Salman Rushdie. Este año, los organizadores de Jaipur estimaron que al menos 140.000 personas asistieron en cinco días.

En Pakistán, los festivales giran en torno a más que libros, buscan convertirse en pare de la conversación nacional sobre la dirección del país. Regularmente, el debate público tiene lugar en los estridentes programas de debate televisivos, a los cuales los críticos acusan de enmarcar los temas de una manera polémica y divisiva.

Los eventos literarios en Karachi y Lahore ofrecieron un ángulo más considerado del debate, mezclando la charla sobre las armas nucleares y la guerra en Afganistán, con las complejidades de la poesía urdu. Algunos autores ampliaron el alcance: en una sesión, Mohammed Hanif, autor de la popular novela A Case of Exploding Mangos, discutió las ejecuciones extrajudiciales en la occidental provincia de Baluchistán; en otra hizo reír a carcajadas al público con su relato, en el que describió el imaginado examen anal de un exdictador militar, el general Mohammad Zia ul-Haq.

Con su grandiosa arquitectura mongola y sus elegantes avenidas de la era colonial, Lahore es considerada la capital cultural de Pakistán, con una próspera escena musical, artística y literaria sufí. Sin embargo, en los últimos años esa vitalidad se ha apagado, en cierto grado, debido a la violencia.

Fue muy emocionante; es la primera vez que veo esta beatlemanía entre los fanáticos literarios. Nadie lanzó prendas íntimas, pero hubo un grado de histeria más alto de lo que yo hubiera visto jamás”, William Dalrymple, historiador británico

Un importante festival de artes escénicas fue blanco de ataques explosivos por parte de extremistas en el 2009 y no se ha celebrado desde entonces. Basant, el gran festival de primavera en el cual los niños vuelan cometas en las calles mientras los adultos están de fiesta en las azoteas, ostensiblemente ha sido prohibido por preocupaciones de seguridad, aunque algunos creen que la presión de los conservadores también desempeñó un papel. “La excusa de la seguridad fue usada para apaciguar a los electores religiosos conservadores”, dijo Najam Sethi, un veterano comentarista político.

¿Y la literatura pakistaní?

El preocupante brote de cruentos ataques sectarios que ha recorrido a Pakistán este año perduró sobre ambos festivales. En Lahore, varios oradores hablaron conmovedoramente del asesinato de un médico chiita y su hijo en la ciudad una semana antes. En Karachi, el estado de ánimo alegre se vio moderado por un devastador ataque explosivo que ocurrió a medio festival en la ciudad occidental de Quetta, que mató a por lo menos 84 chiitas hazaras.

Pese a todo eso, los festivales también fueron un recordatorio del considerable éxito de Pakistán en la literatura internacional. Intizar Hussain, un escritor en idioma urdu de 89 años de edad, ha sido considerado para el Premio Man Booker de este año; y para algunos en la audiencia, ofreció algo raro: la oportunidad de celebrar la condición de ser paquistaní. “Usted es fuente de orgullo para Pakistán”, dijo un hombre mayor a Hamid, el autor, en medio de atronadores aplausos. “Está enviando el mensaje de que somos personas normales, no terroristas”.

Los festivales también enfrentaron críticas. Algunos dijeron que los festivales se enfocan demasiado en la literatura en inglés, que es poco comprendida por muchos de los 190 millones de habitantes de Pakistán, que mayormente hablan urdu, punyabí y otros idiomas. En Lahore, en particular, las multitudes en gran medida procedieron de la pequeña categoría superior de la ciudad.

Contra eso, las considerables multitudes –hasta 60.000 personas entre ambos festivales, según los organizadores– fueron testimonio de la creciente penetración de la educación en inglés. Aunque solo el 1% de los paquistaníes tenía educación privada en 1975, manifestó Mosharraf Zaidi, director de la campaña de los derechos educativos Alif Ailaan, hoy al menos un tercio asiste a escuelas no gubernamentales.

En el extremo inferior de la escala social, sin embargo, la educación está en crisis, unos 25 millones de paquistaníes entre los 5 y 16 años de edad no asisten a la escuela, dijo Zaidi.

La atención cambiará de la prosa a la política en los próximos meses, pues se esperan elecciones a principios de mayo, y pocos creen que algunos festivales literarios puedan derrotar al talibán.

Otras formas de cultura han sido blancos de ataques en los últimos años; varias salas de cine características fueron incendiadas durante motines contra una cinta de producción estadounidense que denigraba al profeta Mahoma el otoño pasado. En un país de analfabetismo masivo, la elevada literatura sigue siendo tema de interés para una minoría.

Sin embargo, por dos semanas en ambas ciudades, los amantes de los libros ahondaron en un mundo de palabras que, pese a toda su turbulencia, ofreció la oportunidad de una historia diferente.

MÍTICO CAFÉ DE LETRAS

El Pak Tea House, un minúsculo café en la ciudad de Lahore, fue antaño un referente cultural en Pakistán y, tras años cerrado, este antiguo símbolo del debate ha reabierto en un país que busca salir del letargo intelectual.

Cuando Pakistán daba sus primeros pasos a fines de los cuarenta, el local fue refugio de mitos de la literatura local como Faiz Ahmed o Hasán Manto, y en las décadas siguientes albergó entre sus ajadas paredes incontables veladas de debate cultural y político.

Para algunos, el esfuerzo del Gobierno regional que lo ha devuelto a la vida –después de que su anterior propietario quisiera poner una tienda de neumáticos– es un empeño estéril porque la vida que el Pak Tea House representaba se ha ido para no volver. “Lugares como el Pak Tea House deben crecer de forma natural y ese sitio ya no puede ser lo que era”, afirma la escritora y analista política Ayesha Siddiqa, quien sentencia que “no volverá porque el país y su literatura han cambiado”.

“La ciudad de Lahore se ha comercializado, la literatura que salía de ella, también”, lamenta Siddiqa, quien dice que los actuales escritores paquistaníes están muy alejados de Manto y Faiz, “a quienes ni siquiera entienden”.

“El Pak Tea House no puede ser lo mismo que fue”, secunda el escritor Razá Rumi, quien matiza, sin embargo, que la reapertura del local “es una buena idea que puede traer buenas cosas”.

Rumi, director de un prestigioso centro de estudios políticos, puso en marcha un blog llamado precisamente pakteahouse, en homenaje al entonces cerrado café “para mantener lo que representaba ese lugar”.

“Pakistán tiene una profunda cultura de debate y disenso, y tras años en el que el diálogo en la esfera política y cultural ha estado casi cerrado, parece que vuelve a surgir”, opina este lahorí de nacimiento.

El local, en los bajos de un edificio de propiedad de la asociación juvenil cristiana YMCA, abrió en la céntrica calle Mall de Lahore como India Tea House en los años 30, cuando la ciudad era el centro cultural de una nación que luchaba por su independencia.

En 1948, tras la partición y la creación de Pakistán, el local fue rebautizado como Pak Tea House, pero continuó siendo durante décadas un foco de contraste de ideas entre intelectuales y escritores de un país que buscaba una identidad aún no hallada.

La decadencia llegó en los años setenta, cuando Pakistán se sumió en una cerrazón que desembocó en el régimen islamizante del general Ziaul Haq, cuyas consecuencias se sienten todavía hoy y que tuvo un efecto devastador sobre la libertad de pensamiento.

La falta de rentabilidad llevó al dueño a cesar la actividad, a fines de los años noventa, pero los jueces decretaron el año pasado que el mítico café debía ser reabierto por su interés cultural.

Tras invertir unos $ 75.000, el Gobierno del Punyab resucitó el Pak Tea House, ahora gestionado por el Ayuntamiento, con la intención de reverdecer viejos laureles y de paso ganarse algunas simpatías de cara a los comicios de mayo.

El encargado, Mohamed Ayub, es un veterano funcionario del departamento municipal de alimentos y restauración que se toma su labor con ilusión, aunque reconoce que es profano en la tarea que le ha tocado.

Como recuerda el librero y propietario de la centenaria editorial Ferzonsons, Zahir Salam, Lahore ha cambiado, el Pak Tea House ha quedado totalmente desplazado del centro “y la calle Mall ya no tiene el ambiente que yo recuerdo de mi infancia en los cincuenta”.

En un país que lucha por consolidar su democracia –las elecciones del mes que viene serán una prueba de fuego–, ese papel no es menor ya que, como recuerda Ayesha Siddiqa, “no puede haber democracia en un país en el que la gente no lee ni escribe libros”. EFE

 

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