Los franceses siguen yendo a las librerías

02 de Septiembre de 2012
ELAINE SCIOLINO THE NEW YORK TIMES

En Francia las ventas de libros electrónicos se han rezagado gracias a que sus habitantes prefieren visitar las librerías. Editores y dueños de estas reciben ayuda del gobierno.

Los franceses, como siempre, insisten en ser diferentes. Mientras las librerías independientes quiebran repentina y totalmente en EE.UU. y Gran Bretaña, al mercado de los libros en Francia le va muy bien. Este país alardea de tener 2.500 librerías y por cada librería de barrio que cierra parece que se abre otra. Así, las ventas de textos se incrementaron el 6,5% del 2003 al 2011.

Los libros electrónicos solo representan el 1,8% del mercado editorial general aquí, en comparación con el 6,4% en EE.UU. Los franceses tienen una reverencia de siglos hacia la página impresa. “Hay dos cosas que no tiras en Francia: el pan y los libros”, dijo Bernard Fixot, dueño y editor de XO, una pequeña editorial dedicada a sacar éxitos de venta como pan caliente. “En Alemania, el estatus social creativo más importante se le da al músico. En Italia, al pintor. ¿Quién es el creador más importante en Francia? Es el escritor”.

Una razón más imperiosa es la intervención del Estado. En el mundo anglófono de los libros reina el libre mercado; aquí lo vence la fijación de precios.

Desde 1981, la ley Lang, llamada así por su proponente, Jack Lang, el entonces ministro de Cultura, estipula precios fijos para los libros en francés. Los vendedores de textos –hasta Amazon– no pueden hacer descuentos de más del 5% por debajo del precio de lista del editor, aunque este portal peleó y ganó el derecho el envío gratuito.

El año pasado, mientras los editores franceses observaban horrorizados cómo los libros electrónicos invadían el mercado de la obra impresa en EE.UU., cabildearon exitosamente con el gobierno para también fijar los precios de los textos electrónicos. Ahora los propios editores deciden el valor de ellos; cualquier otro descuento está prohibido.

Además existen instituciones financiadas por el gobierno que ofrecen subvenciones y préstamos sin intereses para los aspirantes a dueños de librerías.

Momentos nostálgicos

El contraste entre el destino de las librerías en inglés y francés se aprecia en París hoy día. Después de 30 años en el negocio cerrará la librería más importante de textos en inglés en París. Durante una generación, autores como David Sedaris, Susan Sontag, Raymond Carver y Don DeLillo dictaron conferencias e hicieron lecturas en el local, la Village Voice, en una de las calles más chics de St.-Germain-des-Pres.

“Cuando Stephen Spender dio una plática, Mary McCarthy estaba entre el público”, escribió Hazel Rowley en un ensayo sobre la librería en el 2008. “Una noche, Edmund White presentó a Jonathan Raban, y Bruce Chatwin estaba entre el público”. Sin embargo, Village Voice no pudo sobrevivir a los grandes descuentos de Amazon y los vendedores de libros electrónicos.

El fantasma de las pérdidas flotaba durante una fiesta el 16 de junio, cuando cientos de admiradores se amontonaron en la librería y luego salieron a la calle estrecha para llorar su pérdida. “Quiero que sepan el privilegio que es que hayan venido para estar conmigo, en mi pequeño estudio oscuro y lleno de cosas, en la parte trasera de la librería, para platicar, conversar de libros, de su trabajo y de la vida”, dijo Odile Hellier, la fundadora y dueña. “Voy a extrañar entrañablemente esos momentos y solo puedo esperar que haya otro pequeño estudio oscuro donde pueda estar y compartir ideas, y todo lo demás”.

Es posible que tenga que ser en librerías en francés como L’Usage du Monde, en el otro extremo de la ciudad, en el corazón de un barrio aburguesado en el Distrito 17, y que festejará su primer aniversario en agosto.

Los dueños, Katia y Jean Philippe Perou, recibieron subvenciones del Centro Nacional del Libro del Ministerio de Cultura y el gobierno regional de París, así como un préstamo sin intereses de una organización con el poco manejable nombre de Asociación para el Desarrollo de la Librería de la Creación. “No podríamos haber abierto nuestra librería sin los subsidios que recibimos. Y no podríamos sobrevivir ahora sin los precios fijos”, dijo Perou.

Resistencia y espera

Por debajo de la superficie hay pronósticos de que Francia solo está retrasando lo inevitable y, tarde o temprano, prevalecerán las fuerzas del mercado. A pesar del atractivo de la librería de barrio, se adquirió el 13% de los libros en francés por internet en el 2011.

Un acuerdo que anunció Google en junio con la Asociación de Editores Franceses y la Societé des Gens de Lettres, un organismo de escritores, permitiría a los editores ofrecer versiones digitales de sus obras para que las comercialice Google. Hasta ahora las ventas de libros electrónicos se han rezagado en Francia y gran parte del resto de Europa, en parte debido a las disputas por los derechos.

“Estamos en un momento de exploración, de ensayo y error, de experimentación. Se han visualizado muchos escenarios. El menos probable es, con seguridad, el de una resistencia victoriosa del libro impreso”, escribió Bruno Racine, presidente de la biblioteca nacional francesa, en Google y el Nuevo Mundo, su obra del 2011.

Un estudio de 59 páginas del Ministerio de Cultura en marzo recomienda retrasar la decadencia de las ventas del libro impreso, incluido limitar los incrementos en la renta de las librerías, proporcionar fondos de emergencia para los libreros de esta industria e incrementar la cooperación entre la industria y el gobierno. “Operar una librería es un deporte de combate”, concluye el informe.

Un lugar determinado a preservar el libro impreso es Circul’livre. Esta organización se apodera de una esquina de la Rue des Martyrs, en el sur de Montmartre, el tercer domingo de cada mes. Un grupito de retirados clasifica libros usados por temas y los exhibe en cajones abiertos.

Los libros no están a la venta. Los clientes solo se llevan tantos como quieran siempre que se adhieran a un código de honor informal de no vender ni destruir su recompensa. Se los anima a dejar sus libros viejos, un sistema que mantiene al inventario reabastecido.

“Los libros son cosas vivientes”, dijo Andree Le Faou, quien es parte de los organizadores voluntarios, mientras pregonaba la biografía en tres volúmenes de Henri IV. “Es necesario respetarlos, amarlos. Les estamos dando muchas vidas”.

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