La juventud que estremeció al mundo
Mayo del 68 francés fue un tiempo en que la juventud sintió que podía cambiar el mundo, no ya con las ideologías y los partidos, sino con una nueva actitud de inconformismo ante los valores tradicionales. El legado de 1968 es una profunda reflexión para la sociedad actual.
Lo que pasó en 1968, no solo en Francia, sino en otras partes del planeta, no ha perdido actualidad; todo lo contrario, casi todos los debates de hoy tienen algo del espíritu de la juventud que se forjó en los 60. Mark Kurlansky ha dicho: “No ha habido un año como 1968 y es improbable que haya de nuevo otro así”.
Hasta el momento presente, no han dejado de despertar posturas en todas las direcciones imaginables el pop musical y artístico, el feminismo como militancia y como pensamiento, el sincretismo religioso, la lucha por los derechos civiles, el pacifismo como acción política, los políticos obsesionados por la imagen, el tratamiento de la juventud como clase, la droga como una opción liberadora, la libertad en las relaciones sexuales… Todos estos temas provienen de 1968.
¿Una revolución?
No es que las novedades arriba señaladas hubieran sido desconocidas antes de aquel año, sino que solo entonces adquirieron una tremenda relevancia gracias a la televisión. Por eso, lo que empezó en los sesenta aún nos llega. La explosión de libertad coincidió con la explosión de los medios masivos de comunicación.
Por mucho tiempo se ha discutido, y se seguirá poniendo en el tapete, si lo que se originó en 1968 fue una verdadera revolución. En el sentido de dar un golpe transformador de la estructura de los Estados, parece que no; en la visión de haber generado cambios profundos, aunque algunos lentos, parece que sí.
Pero el paso del tiempo no perdona: los que recuerdan su experiencia de cuando tenían 20 años ahora tienen 70. ¿Qué se hizo el revolucionario de la juventud? ¿Sigue en pie o ya desfalleció? ¿Es consecuente con un ideal armónico de la vida o se aburguesó? En fin, seguimos aprendiendo de 1968, un año bautizado como “El comienzo de una larga lucha” o “El año que murió el sueño”.
Lo básico del movimiento juvenil de 1968 fue el descubrimiento de una nueva forma de rebelarse contra el sistema. Aunque en esa época había en África, Asia y Latinoamérica procesos de descolonización y guerrillas izquierdistas, en general fueron las revueltas pacíficas y las demostraciones masivas las que marcaron el rumbo de la rebelión. Y es que quienes lideraban las acciones, en ese momento, no estaban interesados por el poder.
En las rebeliones culturales de los sesenta, rebelde es aquel que se opone al sistema. Y estas rebeliones fracasaron en la medida en que no consiguieron revolucionar los sistemas políticos, tanto en el capitalismo occidental como en el socialismo del Este. Sin embargo, estos “perdedores” conquistaron un lugar importante en el mundo. Según algunos estudiosos, esta revolución fue “divertida” porque reivindicó el hedonismo y porque sus líderes pudieron adaptarse cómodamente al capitalismo.
Un valiente mundo mejor
Los años 60 asentaron el sueño de levantar un mundo mejor, un sistema distinto, la posibilidad de trastocar valores burgueses y vivir con mayor placer. Para Ramón González Férriz, en cambio, “hoy, el político más radical es simplemente un reformista, y el intelectual más revolucionario –sea de derechas o de izquierdas– suele ser un lunático encerrado con el solo juguete de sus ideas”. Georges Pompidou, que era primer ministro en los días de las convulsiones, poco después de las revueltas dijo: “Nuestra civilización está siendo cuestionada. No el gobierno, no las instituciones, ni siquiera Francia, sino la sociedad moderna materialista y carente de alma”.
Los muchachos de París eran unos completos inconformistas y por eso decían que nuestra civilización estaba mal. Ellos despreciaban el gobierno, rechazaban la regulación extrema de las universidades, se oponían a la coerción de su libertad sexual, y sobre todo creían que el capitalismo de posguerra y la cultura burguesa debían ser aniquiladas. Muchas autoridades gubernamentales no comprendieron esto y pensaron que se enfrentaban con una revuelta comunista, que no era. Nunca los jóvenes pretendieron dar un golpe de Estado.
Algo que explica la rebelión fue el inmenso disgusto ante el autoritarismo de cualquier signo ideológico o político. Por eso los efectos de esta revuelta se dieron tanto en la primavera de Praga, cuando el ejército soviético aplastó un movimiento de reforma en un país socialista que apostó por “un socialismo con rostro humano”, impensable para el sectarismo comunista, como en México, cuando el Gobierno mexicano asesinó a los estudiantes en la plaza de Tlatelolco, que resistían el autoritarismo gubernamental.
Los jóvenes de entonces, si vivían en el comunismo, se rebelaban contra el comunismo; si vivían en el capitalismo, se rebelaban contra el capitalismo. El factor histórico decisivo que origina 1968 son el movimiento por los derechos civiles; una generación que rechazaba toda forma de autoridad; la guerra; la televisión (en 1968 reportar lo que estaba pasando en otra parte del mundo en el mismo día era una novedad).
La palabra liberada
Algo estalló en 1968: acabar con la mentalidad del mundo de la posguerra, que se concretó en el intento de acabar con ese mundo y de construir uno nuevo. Toda la revuelta fue fruto de la improvisación y, con excepciones, los protagonistas no sabían qué objetivos perseguían: “sabían qué estaban haciendo, pero no para qué”.
En 1968 se dio una espectacular liberación de la palabra, que busca no someterse a ninguna represión: entonces se habló mucho en debates, asambleas, manifiestos, chistes, canciones, poemas, grafitis, discursos. Y lo más asombroso es que el ideario de esas revueltas sigue en el debate público. Por eso, para algunos, 1968 es un prolongado año que dura hasta ahora.
Los títulos de libros recientes muestran las diversas perspectivas de comprender qué fue esa época: 1968: El año que estremeció el mundo (2004), de Mark
Kurlansky; La revolución divertida: cincuenta años de política pop (2012) y 1968: El nacimiento de un mundo nuevo (2018), ambos de Ramón González Férriz; 1968: el año en que el mundo pudo cambiar, de Richard Vinen (2018); De la revolución a la ética; Mayo del 68 y el pensamiento francés contemporáneo (2007), de Julian Bourg.
El 68 de Jorgenrique Adoum
El poeta ecuatoriano Jorgenrique Adoum (1926-2009) escribió Mayo de 1968 (¿siglo XXI?), un poema en el que un testigo-participante de los acontecimientos parisinos recorre los boulevares encendidos, cavila en la soledad de su vivienda y participa de la acción popular, azorado por la proeza colectiva. Los hechos que hierven a cielo abierto se cruzan con sus afectos y surge una visión, a la vez, optimista y triste, sobre el destino de la lucha callejera, el Estado y la frágil condición que nos define.
El mayo francés de estos versos fue (¿es?) una hermosa forma de apostar por lo soñado, por la utopía buscada; sin embargo, se imponen la tosca realidad del poder y las fuerzas del orden. Escribe Adoum: “Huelga general, descontento en el paraíso, semanas como un domingo de siete días”; “es proletario quien ningún poder tiene sobre el empleo de su vida”; “La muerte es necesariamente una contrarre-volución”.
Irrepetible e irrenunciable
1968 parecería ser un año irrepetible. Según Julian Bourg, “en el nivel del mito y la realidad, Mayo del 68 fue uno de los sucesos más significativos del siglo XX, ya que lo que prometió y sigue prometiendo Mayo del 68 es un mundo no obligado a la utopía del mercado, al terror y contra-terror, al fundamentalismo religioso y a la tiranía de las masas”.
A cincuenta años de ocurrido, Mayo del 68 es para nuestra actualidad un suceso a la vez cercano y lejano, a la vez fresco y remoto, pues reconocemos la genealogía de sus principios, que son base de nuestra comprensión de la convivencia social de hoy: apertura, libertad, igualdad, solidaridad y diálogo, lo que creó una suerte de ética de la liberación. Lo que produjo 1968 como pensamiento es irrenunciable, no se puede volver atrás. Uno de sus preciosos legados es la convicción de que otro mundo es posible.
LOS GRAFITI
“La imaginación toma el
poder”. Sorbona
“La poesía está en la calle”.
Calle Rotrou
“Prohibido prohibir. La libertad comienza por una prohibición”. Sorbona
“Sean realistas: pidan lo
imposible”. Censier
“No hay pensamiento revolucionario. Hay actos revolucionarios”. Nanterre
“Cambiar la vida. Transformar la sociedad”. Ciudad Universitaria
“Un pensamiento que seestanca es un pensamiento que se pudre”. Sorbona
“Decreto el estado de felicidad permanente”. Ciencias Políticas
“En los exámenes, responda con preguntas.” Sorbona