El delicado balance de Philippe Petit
El francés que se volvió famoso al caminar en un cable entre las Torres Gemelas de Nueva York en 1974 habla acerca de su experiencia como funambulista.
Hace 40 años, un 7 de agosto Philippe Petit se enfrentó a las Torres Gemelas, la desaparecida dupla de edificios considerados unos de los más altos del mundo. Tras seis años de planificación, observación y obsesión, instaló de contrabando (no tenía permiso para la hazaña) 200 kg de alambre entre el complejo de edificaciones del World Trade Center.
Ante el estupor de miles de transeúntes, se paseó como si nada por las nubes, a una altura de 417 metros. Lo llamó el ‘crimen artístico del siglo’ (claro, lo arrestaron después de la caminata).
Aunque en ese momento sufrió una leve crisis de confidencia ante el abismo que se le abría desde el techo, Petit a sus 64 años aún camina por ‘todo lo alto’ en un alambre. Practica tres horas al día, todos los días, menos uno para descansar. “Lo cual no es del todo cierto, porque me pongo a trabajar furiosamente en otras cosas. ‘Descanso’ no es una palabra para mí”, revela el alambrista francés.
La primera vez que subió a un cable fino tenía 16 años. “Puse una cuerda larga alrededor de dos árboles y le di varias vueltas hasta que ya no tenía más cuerda. En total había como 16 vueltas de cuerda entre estos dos árboles. Había creado la cuerda floja más ancha del mundo. Tomé una rama como un palo de equilibrio. Todos los días quitaba una vuelta, y luego quizás diez días más tarde, ya estaba en una sola cuerda”, evoca.
Pero cuando puso los pies en el World Trade Center en 1974, pensó que en realidad podría ser imposible caminar entre las Torres Gemelas. “Miré hacia arriba y me di cuenta de que mi sueño se hacía añicos; (sentía que) nunca sería capaz de caminar arriba, que nunca sería capaz de llevar una tonelada de equipos hasta allí en secreto. Pero en ese momento, pensar que era imposible fue el látigo que necesité para empezar a trabajar en él”.
Se dice que a Petit se le ocurrió cruzar la distancia de las torres cuando en la sala de espera de su dentista en París ojeaba un artículo de revista sobre el World Trade Center, el cual todavía no estaba construido. Se obsesionó con la idea, coleccionó todos los recortes de prensa sobre ellas y viajó varias veces a Nueva York, para tomar fotografías.
Sentía un amor especial hacia ellas, por eso se sintió emocionalmente golpeado tras los eventos del 11 de septiembre del 2001. “¿Qué puedo decir de cómo me sentí, cuando dos torres que me encantaban, dos piezas de acero y cristal y hormigón cayeron, llevándose con ellas miles de vidas humanas? Esa es la tragedia real. Pero para mí esas torres eran casi humanas. Estaba enamorado de ellas, por eso me casé con ellas el día que las uní con la cuerda floja”.
La predilección por lo prohibido, al parecer había empezado a desarrollarla desde su niñez. De niño lo expulsaron de cinco escuelas diferentes. ¿Por qué? “Me divertía romper las reglas, obviamente. Mis padres no eran malos padres. Simplemente no entendían que yo quería ser un juglar errante, mitad hombre, mitad pájaro”, recuerda. Es más, Petit es uno de los primeros juglares callejeros modernos de París, pues inició su carrera en 1968.
Antes de convertirse en un funambulista, término con el cual se conoce a quienes practican el arte de caminar a lo largo de un alambre delgado o cuerda, Petit fue un artista callejero por varios años (equilibrista, mimo, monociclista, mago) y confiesa que aún le apasionan las presentaciones en la calle. “Y no la abandonaré. Creo que es lo que realmente me mantiene cuerdo o me impide matarme a veces. Cuando me desespero y nada funciona, me voy a las calles”.
Todas estas experiencias, el francés las ha reunido en más de 10 libros, y el último es Creatividad, el crimen perfecto, a la venta desde mayo. ¡Cuidado! “No se equivoquen, desprecio los libros sobre creatividad”, dicta la advertencia en la primera página de la obra. “Seamos francos, los odio”, ha explicado el artista. En realidad el texto habla sobre su propio proceso creativo, argumentando que para cada acto verdaderamente creativo, se requiere la transgresión de alguna clase.
Por supuesto que caminar sobre la cuerda floja es peligroso, pero para él la muerte no es un riesgo. “No, no lo es. Creo que es una actividad muy mala para poner la vida en peligro o jugar con ella. Pero nunca voy a dar el primer paso sin estar absolutamente seguro de que podré dar el final”.