Fresa y chocolate

31 de Mayo de 2015

A mediados de la década de los 90, una película cubana titulada Fresa y chocolate llegó a las salas de cine latinoamericanas. Estaba dirigida por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío.

Narraba cómo se iba fraguando una amistad entre dos hombres: David, un joven comunista de condición paupérrima que gracias a la revolución tenía la oportunidad de cursar estudios universitarios, y Diego, un homosexual culto, católico, patriota, analítico y admirador de José Lezama Lima, pero marginado de la sociedad cubana por sus preferencias sexuales y porque no se sujetaba a los esquemas imperantes. El guion era de Senel Paz.

Esta cinta, que obtuvo premios en varios festivales, estaba basada en un cuento del propio Senel Paz, publicado en 1991, titulado El lobo, el bosque y el nuevo hombre. Hace poco lo leí. Y mientras lo leía pensaba en la conciencia de adhesión y fidelidad al régimen que hay en David, lo que lo lleva a querer denunciar las acciones supuestamente contrarrevolucionarias de Diego, el homosexual a quien conoce en la famosa heladería Coppelia (donde Diego habiendo helado de chocolate pide de fresa) y de quien finalmente se hace amigo entrañable. En esa relación de amistad, que lo edifica también como ser humano y como intelectual, David comprende que la revolución es ortodoxa y que quizá más importante que las ideologías son los afectos. Aprende a tener una mirada menos prejuiciosa y estigmatizadora. A ser más libre.

Diego es un hombre de treinta años, que lee a Vargas Llosa, José Lezama Lima, Dulce María Loynaz, Guillermo Cabrera Infante, entre otros autores (algunos de los cuales están en la otra orilla de la revolución), que investiga la poesía femenina cubana del siglo XIX y realiza estudios sobre la ciudad. Gusta de la música y el ballet y defiende la cubanía. Incluso participó en el proceso alfabetizador. Pero en Cuba no hay sitio para él. Lo vigilan. Lo creen contrarrevolucionario. Es un sospechoso permanente. Está estigmatizado, entre otras cosas, por su homosexualidad. Él tiene la convicción de no marcharse jamás, pero, finalmente, lo hace. Y aunque cree que “la revolución terminará enmendando sus torpezas”, no puede esperar diez o quince años a que recapaciten. La vida pasa.

Con El lobo, el bosque y el nuevo hombre Senel Paz construye una crítica a la revolución cubana, pero una crítica desde adentro: ¿por qué Diego es sospechoso? ¿Por qué no puede ser considerado también un revolucionario si ha trabajado por Cuba y la revolución? ¿Quién es el verdadero revolucionario? A casi 25 años de publicado este cuento, ¿cuánto de lo que se narra en esta obra de ficción está vigente? La respuesta no la sé. Pero por lo menos el cuento tiene un final esperanzador. David se promete que al próximo Diego que se atraviese en su camino lo defenderá a capa y espada, aunque nadie lo comprenda. Y también afirma que no se va a sentir más lejos de su espíritu y ni de su conciencia por eso, sino al contrario, “porque si entendía bien las cosas, eso era luchar por un mundo mejor”. Y en honor a su amigo Diego, David vuelve a Coppelia y pudiendo pedir un helado de chocolate, pide uno de fresa. (O)

claramedina5@gmail.com

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