Desde el mar: El cambio climático

23 de Marzo de 2014
Bruno Yánez Rosado*

Este biólogo marino guayaquileño ha dedicado su vida profesional a proteger la salud de los recursos hídricos. Desde altamar, él reflexiona sobre el momento crucial que atraviesan las tres cuartas partes del planeta.

Viví toda mi niñez en la ribera de los manglares, en el suburbio de Guayaquil, por eso quizás mi interés por la vida que proviene del agua, esa misma motivación que me impulsó a graduarme de biólogo y trabajar por 10 años en el cuidado de los manglares de Churute y de El Morro.

La vida laboral me ha permitido seguir cerca del agua. En la actualidad trabajo y vivo en medio del mar a bordo de un barco en un proyecto de investigación.

Por ello soy testigo de las bondades que el mar nos da, evidenciadas en pescadores que diariamente llenan sus redes de peces, y turistas que se apresuran para observar delfines, ballenas, aves marinas o sencillamente la salida del sol o el ocaso del día; el mar nos brinda de todo.

Mi trabajo también me ha permitido observar en primera fila el impacto del calentamiento global, porque los espejos de agua reflejan con pureza aquello que ocurre en el planeta.

El mar de Santa Cruz exhibe la pureza que debemos proteger en el planeta.

Me preocupa saber que el nivel del mar se eleva cada año. National Geographic indica que a lo largo del siglo pasado, el Nivel Medio del Mar (GMSL, por sus siglas en inglés) aumentó entre 10 y 20 centímetros. Y la situación empeora, ya que la tasa anual de aumento en los últimos 20 años ha sido de 3,2 milímetros, más o menos el doble de la velocidad media de los 80 años precedentes.

Otros estudios señalan la posible desaparición de especies. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) publicó una lista de las diez especies más amenazadas por el cambio climático, como la ballena beluga, el pingüino emperador, el pez payaso, el zorro ártico y el koala, afectadas por nuestras emisiones de CO2. El reporte agrega que las especies polares son especialmente perjudicadas por la pérdida de hielo.

Esta situación provoca incluso la desaparición de islas, como Lohachara, cercana a la India, que aunque no es el único caso, sorprendió mucho en el 2006 porque años antes tenía casi 10.000 pobladores, quienes fueron evacuados para transformarse en “refugiados medioambientales”, término que lastimosamente existe porque el planeta lo permite.

Un mal análisis de este escenario podría culpar al mar por ofendernos, cuando al conocerlo de cerca observamos que solo nos protege, dándonos oxígeno, alimentos, belleza, comercio, turismo, economía... en fin, dándonos vida.

Aunque nosotros como seres imperfectos le devolvemos tan hermoso don, por ejemplo, llenando de basura esos escenarios.

Cada día me pregunto qué deberíamos hacer para que el mar no se altere. Lo bueno es que somos muchos con la misma mentalidad. Buena parte del planeta trabaja en impulsar el uso de fuentes de energía alternativas a los hidrocarburos fósiles, con lo cual disminuimos las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), como dióxido de carbono (CO2) y metano.

Esos gases contenidos en la atmósfera retienen excesivamente el calor produciendo el efecto invernadero, el cual derrite el hielo de los polos y altera los hábitats.

Así le ocurrió seguramente al hogar del águila pescadora, un ave antes considerada migratoria, pero que hoy se ha asentado en los manglares de Churute porque allí ha encontrado las condiciones apropiadas para alimentarse y reproducirse. Posiblemente, esta sencilla ave sea uno de los indicadores reales del cambio climático, ya que su hábitat anterior seguramente se destruyó y buscó otro con las mismas condiciones.

Los humanos no podemos hacer lo mismo, así que debemos trabajar con más entusiasmo para proteger nuestro planeta.

*Bruno Yánez es responsable ambiental de la empresa Geología Geolago en un proyecto de exploración de gas y petróleo en el golfo de Guayaquil.

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