Con uno mismo y con el mundo: El espíritu crítico
Es un reto milenial que no debe olvidarse porque es crucial en la condición humana.
Una novela de Carmen Martín Gaite tiene un título desconcertante: Lo raro es vivir. Y es que la humanidad ha hecho del vivir un arte cuyo sentido cuesta fijar. Y para que el vivir no sea raro viene en nuestra ayuda el espíritu crítico.
Es natural apreciar a una persona que sabe discernir con claridad y tomar las mejores opciones en la vida cotidiana. Seguramente es alguien que ha entrenado bien su capacidad de examinar el entorno que lo rodea. Podemos decir que esa persona es crítica o, mejor, que está animada por el espíritu crítico, que es esa capacidad que busca mejor comprender el sentido de la vida, por un lado, y, por otro, ese don que cuestiona con argumentos lo que se está haciendo.
No en vano la etimología de la palabra crítica tiene que ver con el acto de poner en crisis. Criticar es quebrar una afirmación consagrada; criticar es menoscabar el sentido común; criticar es construir una posibilidad de dar con una verdad, aunque sepamos que la validez de esta no es eterna. Y el espíritu crítico sería esa capacidad que nos permite tomar decisiones importantes.
Montaigne frontal y Cervantes irónico
Las personas de espíritu crítico han facilitado desarrollos intelectuales que dieron pie para pensar de nuevas maneras. En el origen de nuestra modernidad está Michel de Montaigne, quien escribió durante muchos años Los ensayos (1595, en la edición final). Con Erasmo, es el gran transmisor del Renacimiento y un humanista que creía que la lectura de los grandes libros podría ayudar a vivir.
Montaigne se expresó frontalmente, sugiriendo y dando a entender; apelando al entendimiento de cada uno, estimulándolo para que cada individuo sacara sus propias conclusiones. Desconfió de los sistemas de pensamiento rígidos y, por eso, fue enemigo de fanatismos y fundamentalismos. En un momento decisivo para la historia humana, Montaigne puso de relieve los valores de tolerancia y libertad. Afirmó: “Así, lector, soy yo mismo la materia de mi libro”, lo que revela que el espíritu crítico es autocrítico por excelencia.
Miguel de Cervantes, con Don Quijote de la Mancha (1605 y 1615), reinventa un género –la novela, una de las cimas del espíritu crítico– que es burlón, irónico, no solo con uno mismo sino con el mundo, y que erige la crítica, precisamente, en la capacidad de reírse de sí mismo y de la autoridad que le han dado a los libros de caballerías. Según Javier Cercas, Cervantes inventa una escritura que rehúye dar respuestas claras e inequívocas, y que, más bien, admite hacer preguntas que no pueden ser respondidas.
¿Está loco el Quijote? ¿No sugiere él, antes bien, ideas muy sensatas? ¿Es Sancho un personaje de pocas luces? ¿Pero él no exhibe en muchos episodios una cordura excepcional? El espíritu crítico cervantino se adelantó a muchos postulados filosóficos que aseguran que la determinación de la verdad es relativa, según la posición de quien observa un acontecimiento.
Una monja y los enciclopedistas
En México, en 1690, sor Juana Inés de la Cruz escribió la Carta atenagórica, para refutar afirmaciones teológicas de un cura portugués. ¿Cómo fue posible que en la Nueva España colonial una simple monja refutara a un teólogo de prestigio? Sin duda, esto sucedió por el espíritu crítico de la monja que experimentó la realidad contradictoria de su sociedad estratificada que, entre otras vilezas, impedía el saber de las mujeres.
El espíritu crítico no deja pasar las injusticias. Sin embargo, sor Juana fue silenciada y castigada por haber expuesto públicamente su inteligencia, su sensibilidad y, especialmente, su condición de mujer crítica. Sor Juana representa a los que no se quedan callados, a quienes hacen de la contestación un mecanismo de supervivencia.
En el siglo XVIII, el proyecto de La Enciclopedia dio paso a un gigantesco impulso que favoreció el espíritu crítico, generalmente asociado también con los grandes cambios sociales revolucionarios. Apoyados en un endiosamiento del concepto de razón, d’Alembert, Voltaire, Diderot y Rousseau reescribieron la visión del mundo que hasta entonces estuvo dominada por fuerzas extraterrestres. Entonces la lógica y el pensamiento racional imperaron. Ya no se buscaba un héroe que condujera solo el destino de una nación, sino ciudadanos responsables de sus actos y del mejoramiento colectivo.
El espíritu crítico le dio importancia al escepticismo porque su propósito fue divulgar las nuevas ideas, combatir la ineptitud y la mentira religiosa, luchar por la tolerancia, usando las armas de la burla, la risa y la ironía. Voltaire fue un espíritu crítico por excelencia.
En Cándido, o el Optimismo (1759), tras mostrar su protagonista el fracaso de las ilusiones iniciales, se acuña una de las máximas que hasta hoy nos hace meditar en la obligación de conocerse a uno mismo: “Tenemos que cultivar nuestro huerto”, un ideal de paz y de orden económico que día a día perseguimos.
Kafka, pesimista y Shaw, escéptico
El siglo XX estuvo lleno de espíritus críticos. ¿Quién más para representarlos que Franz Kafka, que en su novela Metamorfosis (1915) puso la existencia humana a la altura de la vivencia de un bicho repulsivo? En un momento de ascenso de la violencia bélica, Kafka plasmó un alegado en contra de la alienación contemporánea, que resultó ser no solo la del capitalismo, sino también la del experimento socialista que sometió la condición humana con parámetros ideológicos supuestamente populares. El hombre convertido en insecto, y despreciado por el jefe del trabajo y por la familia, sintetiza la falta de sentido de la vida humana.
Nadie como George Bernard Shaw, con sus Aventuras de una negrita en busca de Dios (1932), para subrayar la importancia del espíritu crítico. En esa deliciosa novela, una negrita busca al creador supremo en la selva africana, porque la misionera que la ha convertido al cristianismo le ha dicho que la Biblia es una estupenda guía para hallarlo. La negrita se enfrenta al Dios del Antiguo testamento, a predicadores, a científicos, a magos, con una lógica impecable apegada a la experiencia vital más que a las creencias.
Shaw coloca el espíritu crítico como la genuina capacidad de asombrarse del mundo. Y nos advierte: “Siempre tenemos el entendimiento algo turbio”. El espíritu crítico, que es el de la integridad intelectual, nos provee de cierta luz para darle sentido a nuestras experiencias. (I)