Antiguas creencias de Semana Santa
Una mirada a las costumbres y a la gastronomía de ayer y hoy en rituales íntimos y comunitarios.
Yo pecador me confieso, era lo que yo le prometía al sacerdote en misa de Viernes Santo. Hoy, después de un montón de años, deseo testimoniar sobre esas antiguas y actuales creencias de esa fecha.
Ahora, medio siglo después, recuerdo que durante la Semana Mayor, las 24 horas del día, las emisoras de radio de Guayaquil solo programaban música sacra. Casa adentro, imperaban los rezos y las buenas conductas. En las iglesias, las misas eran unas más largas que otras. Eran días de duelo. Era pecado reír, cantar, jugar, reñir y hacer travesuras. Los adultos tampoco farreaban, bailaban ni ingerían bebidas alcohólicas.
No olvido aquella creencia de que si uno durante el Viernes Santo se bañaba en el mar se convertía en pescado, sirena y hasta le saldrían escamas en la piel. Una escena digna de nuestro realismo mágico.
Aunque ahora para una gran mayoría la Semana Santa es un largo feriado con el que finaliza la temporada playera. La gente se traslada a los balnearios en donde hay eventos festivos, pero antes imperaba la celebración religiosa. Actualmente la mayor manifestación religiosa en dicha fecha en Guayaquil es la procesión del Cristo del Consuelo.
El sabor ‘santo’
Toda fiesta tiene su plato emblemático, el de Semana Santa es la fanesca. Existen algunas versiones de su origen. En sus Comentarios reales el Inca Garcilaso de la Vega se refiere a un plato que los indígenas consumían en la ceremonia del año solar durante el mes de marzo. Por aquello se cree que los españoles, al verse imposibilitados de eliminar dicha costumbre le dieron una connotación católica. Así sus doce ingredientes: arveja, choclo, chocho, haba, lenteja, frejol, garbanzo, maní, melloco, mote, zambo y zapallo simbolizan a los doce apóstoles y el pescado es la representación de Jesús.
La historiadora Jenny Estrada, en Sabores de mi tierra. Historia y tradiciones de la mesa guayaquileña, cataloga a la fanesca como plato suculento pero de laboriosa preparación.
Recuerda que se lo preparaba con un bacalao importado de Noruega, que desde el miércoles se lo empezaba a desaguar para eliminar su exceso de sal, ese mismo día se adquirían todos los ingredientes. El Jueves Santo, muy por la mañana, se cocinaba la fanesca en la olla más grande y se removía con una cuchara de palo. A la diez de la mañana, el seductor olor de la fanesca se apoderaba de la casa y de todo el vecindario. Al mediodía comenzaban a llegar la parentela, amigos y vecinos a disfrutar del delicioso potaje, a más de humitas, malarrabia de maduro, torta de camote y dulce de higos.
“La sobremesa transcurría entre conversaciones de toda índole, copitas de coñac y licores bajativos –evoca Estrada–. Y entre copa y copa, discretos paseos al jardín, para que el primer efecto gaseoso de los granos pudiese disiparse. El Viernes Santo, el fogón no se encendía en nuestra casa sino para calentar la fanesca y los otros alimentos que después de repartir a los vecinos y empleados, habían sobrado del día anterior”.
De cholos y montubios
“Cómo será de hermosa nuestra playa –me comenta el historiador José Villón, oriundo de Chanduy, provincia de Santa Elena– que hasta las ballenas vienen a descansar”. Asombrado lo miro y siento que estoy departiendo con el capitán Ahab, personaje de la novela Moby Dick, de Melville. Pero la historia es porque una ballena se quedó varada en el puerto de Chanduy, en la Semana Santa de 1989. La noticia se regó como aceite de ballena y llegaron cientos de turistas a conocer al moribundo cetáceo. Unos le quitaron los dientes de marfil. Otros despostaron su carne y en pailas ardientes prepararon chicharrón y los nativos guardaron en sus congeladores esa carne como un recuerdo llegado del mar.
“Las tradiciones en nuestros pueblos se han ido perdiendo –reflexiona Villón–, la Semana Santa era un acontecimiento lleno de fe, que en la actualidad no se la practica”.
Cuenta que un día antes del Domingo de Ramos llegaba a Chanduy una banda de pueblo, músicos populares contratados hasta el domingo de Pascua para animar las procesiones diarias.
Además en su pueblo, el Jueves Santo existía la costumbre de tener abierta la iglesia toda la noche porque asistían los creyentes a rezar sus penitencias. “Pero estas costumbres pasaron a la historia porque para el actual clérigo modernista estos actos sanos y recreativos son malsanos y echó al tacho todas las tradiciones religiosas que se celebraban en esta comunidad y en sus recintos”.
Pero en la cabecera cantonal de Santa Elena, todavía se conservan algunas tradiciones, entre ellas la lavada de la Cruz que se inicia en la iglesia matriz, desde la cual los creyentes entre cánticos y oraciones llevan en hombros una gran Cruz hasta Ballenita, a tres kilómetros de distancia, e ingresan con ella al mar.
Wilman Ordóñez, estudioso del folclor y la cultura popular montubia, dice que el montubio pese a ser supersticioso cree en santas y santos católicos. Por lo cual los creyentes de El Empalme y Balao Chico, provincia del Guayas, celebran la Semana Santa cargando por la avenida principal un Cristo crucificado: “Delante de los cargadores caminan las mujeres rezando el rosario, vestidas de negro con un chal cubriendo sus cabezas, algunas van llorando hasta llegar a la iglesia”. Algo parecido ocurre en Montalvo, Ventanas o Quevedo, provincia de Los Ríos.
En cambio, en los pueblos costeros de Salango y Puerto López, provincia de Manabí, entierran tres cruces en la arena y las ancianas se acercan a los vecinos que representan a Cristo y le piden perdón por sus pecados. “Pero si bien para los montubios de Manabí la Semana Santa es recogimiento, no puede faltar un Viernes Santo de festividad salonera con música de rocola, aguardiente y cerveza”. Aquello porque el montubio es creyente pero no cristiano.
“Ahora la Semana Santa de los montubios del Litoral está atravesada por sus tablets, iPhones y redes de intercambio –dice con una sonrisa Wilman Ordóñez–, pero siguen siendo creyentes de sus santos y supersticiones”.
Nuestra Semana Santa siempre estará marcada por su religiosidad, creencias populares de antaño y actuales. Yo pecador me confieso. (I)