Memorias sobre Guayaquil

19 de Julio de 2015
  • Hugo Delgado Cepeda.
  • Vista de la av. Rocafuerte en 1928 hacia el sur desde el cerro Santa Ana.
  • Iglesia Santo Domingo desde donde se inicia la av. Rocafuerte.
  • Carro urbano halado por mulas en el Guayaquil antiguo.
  • Antes, en la iglesia Santo Domingo, los fieles encendían velas a sus santos, ahora depositan monedas para que cirios eléctricos se iluminen.
  • Escena del Guayaquil de los años 70.
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate

Es un guayaquileño de cepa. Cuando Hugo Delgado Cepeda abre la puerta, sé que conversaremos del Guayaquil de ayer y hoy. Reside en el sur porteño, pero nació cuando su familia vivía en la avenida Rocafuerte, exactamente entre Juan Montalvo y Padre Aguirre. Ese es su barrio del alma que olía a pepa de cacao y ría crecida.

La luz entra por un ventanal y resalta su mirada inteligente, la cotona blanca que viste y al sombrero de paja toquilla que usa por nuestras calles ardientes. Lúcido a sus 94 años aunque camina con cierta dificultad. Como proviene de longevos, espera tener el tiempo suficiente para publicar sus últimos libros.

Cree que fue un error incluir a la avenida Rocafuerte en la actual Zona Rosa. Tal vez porque ignoran la historia de esa calle que nace al pie de la iglesia Santo Domingo y que durante la Colonia se llamó Calle Real, luego Calle Nueva, después Pacán y, finalmente, avenida Rocafuerte.

Historias y personajes brotan del memorioso Delgado. Cuenta que los niños del barrio hacían la primera comunión en la Santo Domingo. “Las beatas nos daban un boletito para que a la salida reclamáramos caramelos, así no faltábamos al catecismo”, ríe y recuerda que los domingos después de misa con su hermano recogían la cera derretida de las velas para hacer bolas y jugar. En la esquina de la iglesia estaba la Boca del Pozo –Julián Coronel y Rocafuerte–, pozo que permaneció largo tiempo abierto porque su agua era más dulce de los otros ubicados donde ahora funciona el Museo del Bombero. “A la Boca del Pozo llegaba más agua del río Guayas que del estero, por eso los habitantes de la zona recogían esa agua”.

Él de niño vio transitar por la Rocafuerte a los primeros carros urbanos halados por dos mulas a las que el conductor azotaba y cuando le producía heridas, descendía a recoger tierra para cubrir esas llagas. Como en esos años no existían jardines de infantes, las madres del sector enviaban a sus niños de 4 a 5 años a la casa de las institutrices solteronas Josefina, Victoria y Mechita García. “Ahí aprendí las primeras letras, después ellas murieron carbonizadas en un incendio”, dice y señala que el Guayaquil de los 20 y 30 del siglo XX, los incendios se anunciaban a los bomberos con petardos lanzados al viento.

Se le ilumina el rostro cuando narra que la Rocafuerte en su centro contaba con una alameda de ficus, estaba iluminada por farolas, tenía bancas para departir por las noches y disfrutar de las retretas de las bandas musicales de la ciudad. Menciona vecinos ilustres como Juan de Dios Martínez Mera y Carlos Arroyo del Río, ambos presidentes del Ecuador. Señala que entre las calles Rocafuerte e Imbabura vivió el abogado y escritor lojano Ángel Felicísimo Rojas. “Él vestía de blanco todo el tiempo y se ponía la famosa tostada, sombrero que también usaba mi padre, Simón Delgado, manabita de Montecristi y alfarista”.

Una biblioteca ambulante

Hugo Delgado Cepeda a temprana edad ingresó a radio Cenit, emisora de sus hermanos Washington y Julio. Eran los tiempos de la radio donde destacó en diversas funciones, pero especialmente como libretista de radio teatro. Sus artículos, críticas, investigaciones y reportajes sobre radio, televisión, cine y música nacionales, y compositores de pasillos; crónicas costumbristas, históricas y del folclor fueron publicados en revistas de la época como Cine Radial, Estrellas, suplementos dominicales y en todos los diarios de Guayaquil. Es autor de diversos libros, fue profesor secundario y de periodismo en la Universidad Estatal de Guayaquil, entidad que hace cuatro años, merecidamente le otorgó el doctorado honoris causa.

“En mis artículos periodísticos he empleado un estilo didáctico, sin palabras rebuscadas” –manifiesta en una suerte de confesión–, “soy fanático de las anécdotas veraces y pegado a los gratos recuerdos de antaño. Difusor de la música ecuatoriana, preferentemente de los pasillos, de las tradiciones y costumbres de Guayaquil; amigo de la polémica documentada y sostenida con altura y ética; amante de la fina y erudita bohemia artístico-literaria; de excelente memoria –la llamo mi computadora natural; estoy jubilado, pero aún activo, no petrificado, ni momificado, aunque ya llevo más de 72 años en diferentes actividades”, dice que ha empezado a revisar Orígenes literarios y musical de las principales composiciones ecuatorianas, uno de sus cuatro libros que espera publicar.

Sobre uno de los escritores que más investigó y escribió fue sobre el poeta Medardo Ángel Silva, para lo cual entrevistó a Adolfo H. Simmons y otros contemporáneos del poeta, recientemente vio la película Medardo. “Me molestó. Tiene un 70% de ficción y escasamente un 30% de verdad histórica” –manifiesta– “Por ejemplo cuando entrevisté a Simmons este nunca vio a Medardo tosiendo y botando sangre, y en la película lo muestran a cada rato así”.

Con dosis de buen humor, dice que cuando con su esposa caminan por el centro de Guayaquil, la gente lo detiene y diciéndole: “Tú que eres una biblioteca ambulante, me preguntan sobre historias y personajes. Entonces mi esposa se enoja porque me demoro en las explicaciones y yo le digo que si no los atiendo me van achacar de pretensioso”. Vuelve a reír iluminado por sus 94 años. Hugo Delgado Cepeda es un guayaquileño de cepa. (I)

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