Los Marcelos (Gálvez y Báez) hablan con el cuerpo y la palabra

20 de Noviembre de 2016

El actor Marcelo Gálvez y el escritor Marcelo Báez son expertos manejando estas dos herramientas fundamentales de la comunicación. Los reunimos para hablar de ellas.

Nuestros dos Marcelos descubrieron su vocación desde niños. Gálvez tuvo como gran influencia a su papá, el actor, animador, dramaturgo y director

Lucho Gálvez. “Él tenía un cuerpo inquieto; en casa se ponía a cocinar, construir muebles, crear espacios con iluminación”. Ese paternal “cuerpo inquieto” le transmitió su vocación actoral. Además, a los 7 años de edad lo llevó a observar una presentación del mimo Pepe Vacas.

“Me sorprendió que solo con el cuerpo haya podido interpretar a los personajes de la obra Juanito y la mariposa. Contó la historia de ese niño que quiso capturar con las manos la belleza de una mariposa, y por hacerlo casi la mata. Pero que revivió al liberarla. El mimo narró todo aquello sin decir una palabra”.

Marcelo Báez también siempre tuvo clara su vocación. “Desde niño me gustó la lectura. Todo escritor comienza como lector”, indica, recordando textos como La Isla del Tesoro (de Robert Louis Stevenson) y 20.000 leguas de viaje submarino (Julio Verne). “Me gustaban esas obras por las poderosas imágenes de fantasía que estimulaban mi imaginación en ese entonces”. Así descubría el poder de la palabra generadora de mundos insólitos que, con los años, lo invitaban a participar también como creador.

Siempre decirlo bien

Un firme apretón de manos transmite seguridad. Caminar con el cuerpo derecho (sin encorvarse) muestra confianza. Un texto bien escrito exhibe inteligencia. Un vocabulario amplio señala a un hablante instruido.

Resulta imposible no comunicar, dijo el teórico austriaco-estadounidense Paul Watzlawick (1921-2007). Nuestra sola presencia dispara ráfagas de mensajes a través de palabras, entonaciones, miradas, gestos, movimientos y hasta silencios que son una vitrina de quiénes somos.

Marcelo Gálvez habla de una “poética del cuerpo” que nace desde los inicios de la humanidad. “Es la primera forma de comunicación, desde antes de que el ser humano aprendiera a hablar. Con el cuerpo evocaba a la naturaleza, a los animales que cazaba, mostraba alegría (en danzas). Además, el ser humano desde que nace aprende a moverse antes que cualquier otra cosa”.

En comunicación, el movimiento tiene como gran sucesor a la palabra. Marcelo Báez la considera como la gran transmisora del conocimiento humano, teniendo al alfabeto como el mayor invento de la historia del hombre. “Sin el lenguaje escrito no tendríamos registro o memoria. Seríamos más fugaces de lo que somos. La palabra escrita nos permite dejar una cicatriz en el rostro del tiempo y decir ‘yo estuve allí’”, señala.

Marcelo Gálvez Ortiz

Actor que ha atendido diversos cursos de arte dramático desde los 14 años. También es locutor, director escénico, guionista, instructor de actores, facilitador de talleres de arte para niños, jóvenes y adultos, diseñador de vestuario, escenografía. Es cofundador de los grupos de teatro El Juglar y La Mueca. Es uno de los actores teatrales más influyentes del escenario ecuatoriano.

Un reto para todos

El gran desafío radica en usar esa herramienta de forma adecuada, opina Báez como escritor y docente universitario. “Con mis alumnos enfatizo mucho la parte escrita, la expresión oral y, por supuesto, la lectura. Les pido que usen la letra manuscrita en los trabajos porque quiero que prescindan de la tecnología (la computadora, la impresora)”. 

Pero acepta que el adecuado manejo del lenguaje escrito es actualmente una habilidad subvalorada. “Es muy difícil reprogramar los hábitos en un adulto, pues se trata de un ser humano ya formado. Vivimos en un estado colectivo de atrofiamiento intelectual donde todo el mundo se comunica a través de hashtags o memes, que no siempre son correctos en el uso del lenguaje. En las redes sociales imperan las faltas de ortografía. Hay que crear actitudes de resistencia entre los usuarios pensantes”, dice.

La palabra bien escrita es vital en todo proceso educativo, porque resulta un medidor del nivel de instrucción de una persona. “Mis alumnos pueden realizarme consultas en cualquier momento a través del chat que manejamos, pero nunca les contesto cuando observo faltas de ortografía. Ellos lo saben”, comenta Báez, quien dice manejar el histrionismo corporal cuando dicta clases.

La palabra escrita se complementa también con la correcta oralidad, coinciden ambos Marcelos. Gálvez motiva a sus alumnos de teatro a practicar esa habilidad. “El orador griego Demóstenes tenía un problema de tartamudez, por ello realizaba ejercicios de pronunciación poniendo pequeñas piedras de río en su boca antes de practicar un discurso. Luego, al sacar las piedritas, mejoraba en su dicción. Yo hago algo similar con mis alumnos de teatro, pero haciéndolos leer los textos teniendo un lápiz entre sus incisivos y caninos, y al sacarlo, eliminando ese impedimento, mejoran al hablar”, dice Gálvez, quien maneja la palabra escrita al crear obras y diálogos.

El actor indica que el teatro aumenta las capacidades de comunicación de las personas para cualquier actividad. “Es una herramienta liberadora de la inteligencia creativa”.

También fomenta la autoestima. “Madres de familia me han abrazado para agradecerme porque sus hijos no hablaban ni en la mesa. Pero al actuar mejoraron su capacidad de comunicarse en casa, con amigos, en el colegio”.

Con la expresión liberadora de su cuerpo, los hombres y mujeres luchan contra inhibiciones de la sociedad. “Los padres suelen decirle a una niña que debe mostrarse delicada, y un niño siempre escucha que no debe llorar”.

El cuerpo y la palabra son mecanismos para mostrarnos tal como somos, con nuestras emociones y conocimientos. Ambos Marcelos opinan que son herramientas de la honestidad. (M.P.) (I)

Marcelo Báez Meza

Máster en Comunicación Pública de la Ciencia y la Tecnología por la Espol y candidato a Ph.D. en Literatura Latinoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar. Ganador de cinco premios nacionales de literatura. Autor de catorce libros: 5 poemarios, 3 novelas, 3 libros de cuentos y 3 libros de crónicas de cine. Ganador de beca Fulbright para estudiar literatura norteamericana.

 

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