Teatro ciego: En la Casa Cino Fabiani
“La dinámica consistía en vendar los ojos del público antes de pasar a la sala (el escenario) y estar mezclado en medio de la acción”.
¿Están ahí?... ¿Me oyen?... ¿me escuchan?... ¿me sienten? (léanse con tono de inseguridad). Así, así es la sensación de abandono que experimenté como espectadora, al ser parte de la muestra que trajeron a Guayaquil el
grupo quiteño Confundamiento. La agrupación capitalina lleva haciendo este tipo de teatro desde el 2013 y fui a verles con mucha fe.
La puesta en escena fue de El corazón delator del maestro literario Édgar Allan Poe. Adaptación que se presentó en la Casa Cino Fabiani, cuya novedad radicaba en que era una propuesta de teatro a ciegas.
La dinámica consistía en vendar los ojos del público antes de pasar a la sala (el escenario) y estar mezclado en medio de la acción. Había tres localidades: “inmerso”, el que estaba disperso, pero igualmente en el escenario; “extremo”, los que estaban muy cerca de las acciones; y “flotante”, los espectadores que se encontraban en sillas colgantes, suspendidos en el aire.
Esta opinión no es mía, pero no puedo evitar hacer público haber escuchado la queja del alto costo de las entradas, para lo que se recibió en materia de teatro. El trabajo es interesante y sí, hay ciertos recursos que se pueden vivir fuera del teatro convencional. Pero ¿así? ¿tan fríamente? No nos pasaron tantas cosas como yo hubiera deseado.
Al prescindir de un esfuerzo escenográfico visual, de vestuario, arte (visual), técnicas de actuación, gesticulaciones, manos, mirada, etc., la labor en todo lo demás (que no es para nada sencillo) debía ser impecable e impresionante. Pero se quedaron en los sonidos fuertes y gritos para los momentos álgidos, y el olor de la cocción del canguil o el ácido de la mandarina para sugerir que los personajes estaban comiendo.
Las voces de los actores, que aquí era lo más importante, a ratos se apagaban, se alejaban, se quebraban y hasta se descuidaban. Las voces debían traspasar las tablas, exagerar pasión, opacar los ruidos de las discotecas del cerro o los olores al papi pollo de la vuelta. Faltó el aislamiento del escenario. Un trabajo así pide a gritos desgarradores no hacerlo rodeado de contaminación externa, cosa que los rubros técnicos que no debieron presentar fisuras, nos quedan debiendo.
Creo que el momento más emocionante de la obra fue al inicio, cuando me conducían con los ojos vendados a mi butaca. Las instrucciones de la host fueron prometedoras: “solamente tienen que confiar”, aquellas palabras llenaron de expectativa la curiosidad por lo que iría a ocurrir. Sin embargo, faltaron más indicaciones para nosotros, los enfermos de lo visual. Así como también, un poco más de atención que los sendos tropiezos productos de alguno que otro clímax.
La obra relata la historia de un hombre que mata a su patrón y lo entierra en el suelo de la casa. Pero el final de la propuesta escénica misma, fue confuso, alborotado y perdió mucho por la intervención de dos personajes cómicos que realmente eran innecesarios, para el guion general cargado de tensión.
Es una pieza teatral dirigida por Julián Coraggio, pero hasta ahí, porque del elenco no se conoció nada, ya que no hubo ficha técnica, ni presentación de estos. Al finalizar la presentación se encendieron las luces, despertamos del sueño que esperaba algún instrumento clásico en vivo, el silencio terrorífico, más incertidumbre o el suspenso de la nada. Pero todo esto fue superado por estímulos groseros. Nos fuimos, abandonamos la sala, como si nada, sin el calor y afecto del que estamos acostumbrados después de cada función.
Esta obra es después de todo, un gran riesgo y felicitaciones por haberlo corrido. Aplausos por eso. Bye, bye, bye ¿Cómo le apago? (O)
@_Mercucio_