Síndrome de Pamela

Por Clara Medina
02 de Octubre de 2016

Hace ya algunos años, Pamela Anderson, la rubia modelo y actriz que se hizo popular por la serie Guardianes de la bahía y que se caracteriza por tener unos pechos abundantes, dijo, palabras más, palabras menos, que le molestaba que solo se fijaran en ella por ese detalle y que no se dieran cuenta de sus otros atributos; por ejemplo, de su intelectualidad. Lo extraño era que hacía poco por mostrar esos aspectos que reclamaba le reconocieran, o que creía tener. Así que quienes hablaban de ella se centraban en lo evidente.

A veces pienso que Guayaquil padece un cierto síndrome de Pamela Anderson: muestra solo un aspecto y al mostrarlo, esconde otros que, contrariamente a lo que sucede con la actriz, la ciudad sí tiene si se afina la mirada. De ese modo, se ha visto envuelta en un estereotipo: parecería que en Guayaquil no hay actividades culturales, ni se lee, ni hay literatura; que se priorizan la farra y la farándula. Que es una ciudad un poco árida. La realidad que vivimos muchos de sus ciudadanos nos dice que Guayaquil es más.

En los últimos meses, por un trabajo académico que hice, revisé con atención la programación de los medios de comunicación de la ciudad: radio, televisión y diarios. Y constaté lo que, como el Chapulín Colorado, ya sospechaba desde un principio: estos no cuentan el abanico que es Guayaquil, y a veces, quizá sin proponérselo, hasta refuerzan los estereotipos. No muestran a los escritores, ni la nueva literatura que se está escribiendo, o las iniciativas para difundirla; ni la bullente actividad teatral que existe, ni los proyectos de los artistas independientes, o las diversas propuestas musicales. O corrijo: en ocasiones sí los difunden, pero de forma tan leve, tan breve, que no alcanzan a dimensionarse. Claro está, hay excepciones para esta afirmación.

En todo ello pensaba a raíz de la realización de la Feria Internacional del Libro, cuyo eslogan dice: “Guayaquil es mi destino para leer y crecer”, que es muy optimista y que ojalá saltara del papel a la realidad cotidiana. Y entonces volvía a los medios y me preguntaba: ¿Cómo pueden aportar estos a visibilizar la ciudad, a mostrarla en su potencial cultural? La respuesta que encuentro es: contando de modo amplio ese lado que no cuentan. ¿Y qué tal si los diarios apostaran por suplementos culturales? ¿Y si la televisión le restara media hora a la abundante y reiterativa información de farándula e hiciera un programa de libros o de arte?

¿Y si las radios produjeran programas similares? ¿Y si otras instituciones se sumaran? Si todo esto sucediera, habría hermosas sorpresas: redescubriríamos una ciudad otra, con una vida artística, cultural, creativa, que existe a pesar de los pesares.

¡Qué pena, no me enteré! suele ser la respuesta de algunos ante un acontecimiento cultural que se han perdido. Aunque ahora mediante redes sociales se comunican muchas de las actividades, los medios tradicionales no han perdido su centralidad y todavía pueden hacer bastante para que Guayaquil deje de padecer esa especie de síndrome de Pamela Anderson. (O)

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