Marcela Serrano en los noventa

09 de Septiembre de 2012

Tengo en mis manos dos libros de la escritora chilena Marcela Serrano, editados ahora en la colección Punto de Lectura: Para que no me olvides y El albergue de las mujeres tristes. El primero se publicó, originalmente, a principios de la década del noventa. El segundo, a finales del mismo decenio.

Al volverlos a ver, publicados en una edición más popular, he recordado que la novela Para que no me olvides la leí hace años, al calor del entusiasmo que logró generar con sus actividades el grupo Mujeres del Ático, un colectivo integrado por mujeres de diversas profesiones, quienes confluían en un punto: su amor por la literatura y la lectura. Y en su voluntad por generar espacios de diálogo, de reflexión y de encuentro entre sus integrantes fundamentalmente, pero también, en ocasiones, con un público más amplio. Fue su tónica de mediados de la década del noventa.

Especial interés concitó en esa época la celebración de su aniversario, para el que como invitada especial vino Marcela Serrano. Por entonces era una escritora bastante nueva. Había publicado dos novelas: Nosotras que nos queremos tanto y Para que no me olvides. En ambas, las protagonistas son mujeres.

Serrano interactuó con el público, ofreció conferencias, habló de su literatura y de la literatura de mujeres, firmó ejemplares de sus libros. Fue introducida, de ese modo, entre los lectores de Guayaquil, muchos de los cuales no la conocíamos, ni habíamos leído sus libros.

En la actualidad, Marcela Serrano es una prolífica escritora, con una infinidad de títulos publicados y algunos galardones. Sus protagonistas siguen siendo, como en sus inicios, en su mayoría mujeres, aunque tuvo un punto de inflexión con El albergue de las mujeres tristes, novela en la que dio por primera vez protagonismo a una voz masculina: el médico del albergue ubicado en una isla chilena, adonde acuden las mujeres a sanar sus dolores.

En una época en que no había ni Twitter ni Facebook e internet recién se estaba introduciendo en el país, y por tanto acceder a lecturas era un poco más difícil que ahora, alegra recordar iniciativas como estas, que daban movimiento al panorama cultural de Guayaquil, una ciudad a la que siempre se le ha endilgado el calificativo de no lectora, de poco interesada por las manifestaciones artísticas y culturales, pero que con pequeños actos ha ido derrumbando el mito. Actos que en su mayoría surgen de esfuerzos privados, de gente entusiasta, de personas comprometidas con el arte, con la palabra, con la vida. Eso hay que tenerlo presente.

claramedina5@gmail.com

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