Los afectos literarios

Por Clara Medina
13 de Noviembre de 2016

Debería escribir una reseña sobre el libro que estoy leyendo. O sobre el último que leí. Pero no tengo ganas de hacerlo. Mi corazón está muy triste y el cuerpo lo sabe. Lo saben mis manos, que se niegan a deslizarse por el teclado. En mi cabeza está el recuerdo de Robert Salazar, el joven periodista de 26 años recientemente asesinado por delincuentes por robarle un celular. Los noticieros han informado bastante sobre la manera absurda como murió. Y todos nos hemos indignado y hemos sentido rabia por esta muerte. Sin embargo, no es de rabia ni de indignación de lo que me place hablar, sino de afectos y de luz, porque Robert era un ser de luz. Una persona excepcional.

Tuve el privilegio de ser su editora por un tiempo –quizá tres años–, en la época que trabajé de planta para este Diario y él empezaba su carrera periodística. Debutó con una entrevista al cineasta Sebastián Cordero, que preparó con esmero y que fue el inicio de su etapa de coberturas culturales, una actividad que realizaba con pasión y con alegría. Era alegre y bondadoso. Lo recuerdo animado con cada nota. Con el teatro, con el cine, con la pintura y la literatura.

Hablábamos, a menudo, de libros y de autores. Le interesaba la lectura. Siempre buscaba saber más. Leer más. Ser mejor profesional. Uno de los libros que más lo estusiasmaron fue Betibú, novela de la escritora argentina Claudia Piñeiro, que habla del mundo periodístico. Quizá él se veía reflejado en el Pibe, ese joven periodista que ingresa a diario El Tribuno y hace amistad con Jaime Brena, un periodista que había pasado muchos años de su vida en las redacciones. Tal vez con ese personaje me identificaba yo. Betibú nos dio bastante material de conversación. Esas conversaciones que hacíamos junto a Mildred, Carmita, Diana, Estefanía, Belita y más compañeros.

Robert, o niño Robert, como le decíamos por su juventud, transitó también por otras secciones. Con mucha ilusión, un día se fue a Argentina, a estudiar un masterado, y luego de su regreso, ya graduado, siguió ejerciendo el periodismo con más herramientas teóricas y con más pasión, hasta que la mañana del 7 de noviembre, la delincuencia truncó su camino. Y sus sueños. Era tan joven. Tan lleno de proyectos. Pienso en su familia –especialmente en su madre, que tanto lo amaba y a quien él tanto amaba– y la abrazo con el alma. Ese abrazo le hace bien a mi corazón y el cuerpo lo sabe. Ahora mis manos sí se deslizan por el teclado, pero para escribir de afectos. Por hoy solo quieren escribir de afectos. De amistad. De ti, amigo.

Hay tanto que decir de Robert, como ser humano y como profesional, pero solo añadiré que su corta y luminosa vida es una inspiración. Buen viaje, querido niño Robert. Haré de cuenta que te fuiste a una larga cobertura periodística. No una cobertura como las que hacía el Pibe de Betibú, porque esas eran sobre muertes. Y a la muerte mejor no nombrarla. Para ti, solo lo bello. (O)

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