‘Rayuela’ cumple 50

30 de Junio de 2013
Fernando Balseca, especial para La Revista

El 28 de junio de 1963 apareció Rayuela, del argentino Julio Cortázar (1914-1984), y renovó no solo la novela en lengua española, sino, mundialmente, el concepto mismo de obra literaria.

Quienes conocieron a Julio Cortázar afirman que era como un joven que no envejecía y que tampoco dejó nunca de crecer: medía 1,93 de estatura (los amigos de sus días en Mendoza lo llamaban Largázar). La paradoja de su apariencia física resalta el tópico del juego al que invita Rayuela: la primera evocación nos transporta a los saltos en un solo pie sobre las casillas en el suelo.

El ‘boom’ de ‘Rayuela’

En 1959, en París, Cortázar está redactando Rayuela, que, por entonces, se titula Mandala. En 1961 concluye en Viena La rayuela. De escribir cuentos considerados fantásticos –Bestiario (1951), Final del juego (1956), Las armas secretas (1959), Historias de cronopios y de famas (1962)–, intenta no solo cambiar de género (aunque había publicado en 1960 Los premios), sino modificar el género novela: Rayuela atenta contra la propia naturaleza de la novela. Fue un bombazo que estremeció al público y a la institucionalidad literaria.

¿Qué traía esa ficción que conmocionó especialmente a los jóvenes? En Julio Cortázar. Una biografía revisada (2011), Miguel Herráez afirma: “Rayuela, por sus juegos estructurales, sus zigzagueos contrapuntísticos, los quiebros, su voluntaria incoherencia, su antítesis de mundos distantes, su rechazo de la causalidad indiscutible, vino a intensificar la descomposición de un modelo de novela sujeto a formas tradicionales”. Lo que más llamó la atención fue que todo estaba permitido.

El turno del lector

Un ‘Tablero de dirección’ abre el libro y genera desconcierto al proponer que el lector escoja cómo leer: “Este libro es muchos libros”. La guía obliga a empezar por el capítulo 73 y, de ahí, ir al 1, y así seguir saltando como en una rayuela. Es más, el tercio final son “Capítulos prescindibles” que, si uno quiere, puede dejar de leer.

Dato

El escritor argentino Julio Cortázar publicó Rayuela en 1963.

Una novela con ese inicio estaba sugiriendo la existencia de realidades no lineales. Pero hay más novedades formales: las referencias culturales abundan en collages, montajes y citas; se intercalan simultáneamente discursos (las líneas pares del capítulo 34 son un texto, las líneas impares corresponden a otro); hay un frecuente uso “incorrecto” de la letra h. Rayuela luce como contranovela.

Cortázar quería un lector cómplice y activo: “El lector podría llegar a ser copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma”; “me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me importa es el lector”. El propósito es “quebrar los hábitos mentales del lector”. Cortázar llamó “lector hembra” a quien aceptaba sin más una lectura; pero por muchos años debió reconocer que esa caracterización estaba errada: “Yo debí poner ‘lector pasivo’ y no ‘lector hembra’”.

Rayuela es de lectura complicada, aunque se entreguen claves para seguir su original propuesta. Es una novela intelectual, exigente, pues “la intención de escribir una especie de novela prescindiendo de las articulaciones lógicas del discurso” acarrea lagunas. En 1967 apareció dibujado en La vuelta al día en ochenta mundos un diseño de una máquina para facilitar la lectura, la Rayuel-o-matic, en el entendimiento de que “Rayuela es un libro para leer en la cama a fin de no dormirse en otras posiciones de luctuosas consecuencias”.

De París a Buenos Aires

La primera parte, Del lado de allá, transcurre en el París de 1950. Narra los encuentros, sobre todo los desencuentros, entre Horacio Oliveira y Lucía, llamada la Maga, y unos amigos que se consideran intelectuales bien informados que han creado el Club de la Serpiente para hablar de todo hasta el absurdo.

Oliveira inicia una búsqueda –que se prolongará en la segunda parte– de no se sabe muy bien qué. Conflictivo, sin rumbo, mantiene con Lucía una relación amorosa plagada de momentos sublimes pero, al final, muy torturante.

La segunda parte, Del lado de acá, ocurre cuando Oliveira vuelve a Buenos Aires y se pasa todo el tiempo con sus amigos Traveler y Talita, compartiendo sus trabajos en un circo, primero, y, después, en un manicomio. Las tensiones crecen porque Horacio ve repetidamente, en Talita, a la Maga. Constantes bromas salpican las torceduras del lenguaje; para subrayar que Talita tiene un diploma de farmacéutica, se dice: “Oh, emperatriz de los farmacéuticos, ten piedad de los afofados, los afrontilados, los agalbanados y los aforados que se afufan”.

Oliveira se comporta como un tipo raro en sus actos y pensamientos. En sus cavilaciones nocturnas descubre “que el silbido no era un tema sobresaliente en la literatura. Pocos autores hacían silbar a sus personajes”. Como se ve, padece de una crisis de tedium vitae que lo aproxima al desequilibrio.

La tercera parte, De otros lados (Capítulos prescindibles), son restos de escenas. Hay notas del escritor Morelli con sentencias que justifican los alcances de Rayuela.

A Cortázar lo motivaba hacer una novela cómica: “Método: la ironía, la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie”. Con eso se pretende resaltar la profunda humanidad en el acto de escribir: “Tomar de la literatura eso que es puente vivo de hombre a hombre”.

El mundo Maga

Leída con el paso y el peso de los años, hoy no es fácil evaluar por qué fascinó tanto el personaje femenino la Maga. Sus encuentros con Horacio son resultado del puro azar, pues, aunque son amantes, no se han propuesto juntar sus vidas: “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. Pero Lucía tiene defectos que provocan sorna y desconcierto en quienes la tratan (o maltratan). La consideran boba: “Siempre torpe y distraída pensando en pájaros pintos o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche”. El “mundo Maga” está señalado por el desorden. La creen tonta: “A la Maga no había que plantearle la realidad en términos metódicos”; en cambio, todos los hombres “suspiraban cuando ella hacía alguna pregunta”.

La Maga es torpe: voltea los vasos de cerveza o saca el pie de debajo de una mesa justo para que el mozo se tropiece; no puede pinchar una papa frita que, con frecuencia, termina en la cabeza de otro comensal. Es uruguaya, pero estropea el mate, halando la bombilla de un lado y de otro. Inculta a los ojos del grupo, hay que explicarle quién es Montesquieu. La sobresaltan los nombres de Homero, Goethe, Faulkner, Baudelaire. La queja es: “La Maga no sabe quién es Spinoza. La Maga lee interminables novelas de rusos y alemanes y Pérez Galdós y las olvida enseguida”.

Oliveira la desprecia porque no sabe qué tiene en la cabeza: “Era insensato querer explicar algo a la Maga”, “es increíble lo que te cuesta captar las nociones abstractas”, “además vos no tenés imaginación, siempre decís las mismas cosas”. Para el colmo, ella no entiende conversaciones que incluyan estas palabras: trascendencia, inmanencia, unidad, cosidad, pluralidad.

El lector podría llegar a ser copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma”, Julio Cortázar.

Aunque sabía bastante francés e inglés, ella misma, según la mirada masculina, no sabía por qué había viajado a París; el narrador apunta que bien pudiera estar en Singapur o en Ciudad del Cabo. Con una interpretación actual, Cortázar saldría mal parado por la dominancia de su comprensión machista. El desamor es una de las señas que caracteriza a Lucía: acaso por esa necesidad de expresar una sensibilidad diferente, inventa un lenguaje exclusivo: el gíglico, el habla exclusiva de los enamorados.

El episodio más dramático, lleno de tensiones absurdas, sucede una madrugada en que todos se reúnen en la estrecha habitación de la Maga. La escena se va tornando espeluznante, pues Rocamadour está muy enfermo. Unos lo atienden para que tome el remedio. El niño vuela en temperatura de 39,5. Sin embargo, siguen llegando los miembros del club. Fuman pipa y cigarrillos, oyen música, debaten, discuten, se ríen y ¡nadie se da cuenta de que el niño está agonizando! Da la 1 de la mañana, dan las 3 y no paran de beber y parlamentar sobre la acción, la inacción, la metapintura, la metamúsica... “Duerme muchísimo por suerte”, dice la Maga en esas circunstancias.

Como en toda gran obra artística, Rayuela nos enfrenta con las preguntas estructurales de nuestra subjetividad: ¿qué es el amor de pareja?; ¿qué el amor de madre?; ¿qué la amistad?; ¿qué la soledad?; ¿qué es vivir apartado del terruño?; ¿para qué sirve la dimensión intelectual?; ¿cuál es la finalidad del pensar? En el juego de la rayuela, con Julio Cortázar, el esfuerzo no sin contradicciones por ir de la Tierra al cielo continúa.

 

El gíglico

–Lo hace muy bien –dijo la Maga, mordiéndole el labio–. Muchísimo mejor que vos, y más seguido.

–¿Pero te retila la murta? No me vayas a mentir. ¿Te la retila de veras?

–Muchísimo. Por todas partes, a veces demasiado. Es una sensación maravillosa.

–¿Y te hace poner con los plíneos entre las argustas?

–Sí, y después nos entreturnamos los porcios hasta que él dice basta basta, y yo tampoco puedo más, hay que apurarse, comprendés. Pero eso vos no lo podés comprender. Siempre te quedás en la gunfia más chica.

 

 

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