Amistades de verano

Por Hernán Pérez Loose
29 de Marzo de 2015

Volker Weidermann (1969), escritor alemán y crítico literario, autor de Ostende.Todos ellos habían coincidido en el balneario de Ostende, Bélgica, durante el verano de 1936. La mayoría eran escritores de origen judío. Sus obras habían sido prohibidas de publicarse en el idioma germano. En Europa, las tensiones políticas y diplomáticas habían comenzado a subir de temperatura. El intelectual austriaco Stefan Zweig, que a la sazón ya había ganado una fama internacional como escritor y gozaba de cierta holgura económica, se había convertido en una suerte de anfitrión y protector de estos visitantes. Junto con él estaba su secretaria y amante, Lotte Altman, quien iba a suicidarse con él años más tarde en Río de Janeiro.

Este es el escenario de la novela Ostende, escrita por el periodista y ensayista alemán Volker Weidermann (1969), y que la Editorial Alianza acaba de ponerla en circulación al alcance del mundo de habla hispana. Una novela llena de referencias históricas de la época, de interesante lectura y escrita en un estilo sencillo.

En Ostende, los intelectuales allí reunidos presienten que el final de toda una civilización está por derrumbarse, que sus propias vidas podrían llegar a terminar en poco tiempo más. Esta circunstancia es utilizada por el autor para provocar un cúmulo de reflexiones muy interesantes sobre las sociedades presas del autoritarismo, el papel de los artistas en dichas situaciones y el futuro de Europa. Entre todos ellos hay una gran solidaridad.

Si bien en la obra nos encontramos con una serie de escritores de primera línea como Arthur Koestler, Imgar Keun y Ernst Troller, la novela se concentra básicamente en Zweig y Roth. El autor se remonta a los orígenes de ambos escritores, y traza un paralelo muy agudo entre ambos. Y al hacerlo Weidermann demuestra un conocimiento de la historia cultural y social de la época. De hecho, la novela viene escrita en forma de una sucesión de pinceladas, más que de una narrativa estructurada.

Mientras Zweig es confiado, optimista rayando en la ingenuidad, y cree que al final prevalecerán la razón y el sentido de la decencia, Roth –quien también se suicidaría más tarde– era pesimista, pobre y adverso a cualquier compromiso. Hay una marcada y elegante huella de melancolía en las páginas de esta novela, de una nostalgia por un mundo que se escurrió entre la vulgaridad, la violencia y que tanta falta nos hace.

Como anota Weiderman: “Es impresionante que los gobernantes totalitarios sigan teniendo miedo de los libros, de los escritores, porque es una prueba magnífica del poder de la literatura...”. (O)

hernanperezloose@gmail.com

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