Los rayos fulminantes: El momento menos pensado

Por Gonzalo Peltzer
26 de Enero de 2014

“Las muertes tienen algo de sentido para quienes solo los conocemos por las noticias. Sería genial que nos ayuden a tomar conciencia de que podemos morir en el momento menos pensado”.

Al principio de enero cuatro bañistas murieron y 22 quedaron heridos por un rayo que cayó en la playa de Villa Gesell, a unos 400 kilómetros de Buenos Aires. Parece que al caer en el suelo los rayos se ramifican y van a todo lo que sobresale, especialmente si hay cualquier material conductor de la electricidad, por eso un solo rayo causó la tragedia del 9 de enero entre la tierra y el mar.

No se sabe a ciencia cierta cuánta gente muere por rayos. No hay estadísticas oficiales y solo se conocen las que aparecen en las noticias. Dicen los de National Geographic que los rayos matan a unas 2.000 personas por año en el mundo. Parece que México es el país con más muertes, seguido de Tailandia y Sudáfrica, pero esto es una suposición ya que tampoco hay estadísticas de rayos en China o en India ni proporciones más o menos lógicas, aunque la meteorología sí sabe qué lugares del mundo son más propensos a las tormentas eléctricas y la geografía sabe dónde hay más y menos gente.

Se me ocurre que debían morir muchos más –proporcionalmente hablando– antes de que Benjamín Franklin inventara el pararrayos, que por algo lo inventó. Desde entonces nos venimos salvando en las ciudades gracias a las torres de las iglesias, los rascacielos, las antenas y las leyes que obligan a instalarlos en esos sitios. Todos sabemos que una tormenta eléctrica es bien peligrosa cuando uno anda moviéndose por el campo y peor si no hay árboles cerca, porque entonces lo que sobresale es uno mismo. No hay que refugiarse debajo de los árboles ni ponerse cerca de los alambrados, galpones, molinos o de cualquier material conductor de electricidad.

El carro cerrado es un buen lugar, igual que las casas, pero evitando las cañerías, los cables, la televisión y los teléfonos de línea fija. Las cañas de pesca y los palos de golf son pararrayos ambulantes y si está en la playa y quiere morir ponga los pies en el agua y agite los brazos: será un pararrayos de carne y hueso.

Los rayos son como los terremotos, los tsunamis, los huracanes y otras catástrofes que suceden sobre la tierra. Convivimos con ellos. Sabemos que nos pueden tocar. Lo que nosotros llamamos fatalidad, en inglés se dice god-facts, hechos de Dios porque solo Él los puede controlar: los hombres apenas podemos protegernos y prevenir, y las autoridades civiles tienen mucho que ver en esto. Pero estas fatalidades nos recuerdan lo frágiles que somos los seres humanos comparados con la naturaleza y cómo Dios elige a los que se lleva: al lado de los chicos que murieron hay cientos o miles a los que la muerte les pasó raspando. ¿Pensó cuántas veces, aún sin saberlo, estuvo a un tris de morir o de quedar inválido para toda la vida? Es cosa de menos de un segundo: una maniobra en la ruta, un asiento cambiado sin motivo, un tropezón a tiempo, un paso de más o uno de menos, una mirada descuidada…

Las muertes tienen algo de sentido para quienes solo los conocemos por las noticias. Sería genial que nos ayuden a tomar conciencia de que podemos morir en el momento menos pensado; cuando Dios quiera, decimos los creyentes. Ese día unos nos van a llorar y otros dirán que se salvaron de milagro.

gonzalopeltzer@gmail.com

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