Macerlo y Siomara España Muñoz
Este año usted ganó el Premio Nacional de Poesía Juegos Florales de la Casa de la Cultura de Ambato. A pesar de ello, ¿no se considera poeta de concurso?
No escribo para participar en concursos, sino por una satisfacción interior, una forma de vida. Hay circunstancias que nos llevan a estos espacios, sobre todo, por la idea de que la obra se publique, que pueda ver la luz, eso también es parte de la apuesta.
Usted es la primera Siomara con S que conozco. ¿Se debe a una excentricidad de su padre manabita?
Mi padre, como buen manaba, se dio a la tarea de escoger mi nombre de una revista en la que apareció Xiomara Alfaro, y siendo mi tierra capital mundial de los nombres raros, el mío no podía ser la excepción, así que cambió la X por S (menos mal nací mujer, si no otro sería el cantar).
Whitman, Whitman, Whitman. ¿Por qué recurre siempre a Whitman, como lo haría con su maestro el pequeño saltamontes?
Porque me inclino ante el maestro que con Hojas de hierba construyó un bosque infinito de sencillas e irreductibles sentencias, un canto a la vida, a la tierra y a los seres humanos. Si hay un antipoeta es Whitman, no en el sentido de la antipoesía de Nicanor Parra, sino en el de no ser ‘tan poeta’, con los egos y las poses de los empavonados verseros que pululan los estambres del poema.
La historia cuenta lo que sucedió; la poesía lo que debía ser. Lo dijo Aristóteles y pregunto: ¿significa esto pura idealización?
Los seres, mundos o situaciones que el poeta va construyendo desde su concepción mimética, pueden ser mejores o peores, pero trascenderán si su palabra refleja una línea peculiar, elevada con el ‘don’, la cultura y el talento, que es lo que finalmente cuenta, aunque también cuenta que la poesía no deja nada en la cuenta, y de eso hasta el menos culto se da cuenta.
“Me gustan las mujeres cibernéticas / sin sonrisas de portada / sin voces de miel o edulcorante / sin pestañas de gatita o silicona”. (Mujeres, de su autoría, 2011). Dígame ahora qué no le gusta de las mujeres.
Estoy enamorada de mi género, amo impajaritablemente a seis compañeras que compartieron mi misma cama, útero y ombligo, y amo sobre todas las cosas a la que nos sostuvo a esas seis más una, nueve meses en la misma cuna.
Las mujeres son todas iguales. Solo se diferencian en el número que calzan.
Ya que lo pregunta, respondo en amorfino: De Josefina a Manuela, tacón de aguja o chancleta, ninguna somos iguales, aunque les duela la jeta.
Como la gente lee poco, ¿escribir no es acaso como meter golazos en una cancha polvorienta ante cuatro pelagatos borrachos que no se acuerdan de nada?
Meter un gol, aun en una maltrecha y polvorienta cancha de barrio, es una experiencia alucinante para el goleador; culminar un libro o un poema es una emoción gloriosa para el autor. Un gol condensa un instante; la poesía atrapa ese instante y lo perenniza.
Parte de su obra ha sido traducida al inglés y francés. ¿Cuán inexactas son esas versiones?
Creo que son exageradamente exactas.
¿Es la ilusión el error poetizado?
Errar es de humanos, continuar la errata es divino.
¿Es el silencio un amigo que nunca traiciona?
El silencio traiciona cuando uno tiene demasiado ruido dentro.
¿La mujer pierde la virginidad cuando quiere y el hombre cuando puede?
A veces cuando quiere y otras sin querer queriendo.
¿Qué quisiera que escriban en su epitafio?
Aquí yace ‘La Mujer del Miércoles’ que nació un domingo.
¿Cuál será su alegato en el Día del Juicio Final?
Me libré de los tontos por siempre.
¿Qué piensa hacer después de muerta?
Volver a morir de tedio ante la falta de enemigos y críticos serios.
Hágase una pregunta y contéstela.
Pregunta: ¿Es cierto que de músico poeta y loco todos tenemos un poco? Respuesta: Ninguno lo suficiente.