Narración + fotografía = Juan Rulfo

14 de Mayo de 2017
  • Rulfo se interesó también por el paisaje, los grupos étnicos de México, los pequeños pueblos y el retrato.
  • De sus viajes, Rulfo dejó un legado de unas 7.000 fotografías.
  • Hacia 1940, Juan Rulfo tomó sus primeras fotografías y escribió sus primeros textos.
Fernando Balseca, especial para La Revista

A los cien años del nacimiento del escritor mexicano es cada vez más claro que los mundos doloridos y abandonados de su perfecta y corta obra narrativa fueron continuados en su estupendo trabajo como fotógrafo.

La orfandad de Juan Rulfo se siente –se respira, podría decirse– en el libro de cuentos El Llano en llamas (1953), en la novela Pedro Páramo (1955) y en el relato El gallo de oro (1959), que lo convierten en un escritor de talla universal, a quien Gabriel García Márquez ha comparado con Sófocles.

A los 6 años, el niño Rulfo –que nació el 16 de mayo de 1917– perdió a su padre en un confuso incidente en que este fue acribillado a balazos por un hombre borracho. Antes, Rulfo papá le había reclamado por haber introducido ganado para pastar en tierras ajenas, las de la familia Pérez Rulfo. Según Nuria Amat, este suceso debió hacerle creer al niño Juan que todo el llano estaba en llamas. Tres años después muere la madre de Juan y, según sus biógrafos, este vacío familiar marcará para siempre la vida y la futura obra del escritor mexicano, sin olvidar que, de los 10 a los 14 años de edad, Rulfo vivió en un orfanato.

De escritor a fotógrafo

¿Qué gran escritor del siglo XX, de Europa, Asia o África, no ha celebrado la obra narrativa de Juan Rulfo? Con frecuencia, los editores de sus libros nos recuerdan que autores como Elías Canetti, Günter Grass o Susan Sontag lo han colocado en un sitial universal, a pesar de la parquedad de su producción escrita.

Al conmemorarse los cien años de nacimiento de Rulfo, han proliferado las ediciones de sus libros, lo que incluye novelas gráficas sobre su vida y su obra. Pero, acaso, lo que más llama la atención –dado que su celebridad como autor literario crece sin cesar con el paso del tiempo– es la valoración que se viene haciendo de la obra fotográfica de Rulfo.

La escritora Cristina Rivera Garza, en el libro Había mucha neblina o humo o no sé qué (2016), ensaya un curioso procedimiento para justipreciar, con criterios actualizados, la obra de Rulfo.

Tomando un desafío planteado por el gran escritor argentino Ricardo Piglia, quien sostiene que la historia literaria debería interesarse por los trabajos de los escritores para sobrevivir, Rivera sigue a Rulfo por los caminos mexicanos que él recorrió, primero, como agente vendedor de neumáticos Goodrich-Euskadi, y luego, de 1953 a 1956, como funcionario en la Comisión del Papaloapan, un proyecto estatal de riego para la región de Veracruz.

Aficionado a la fotografía desde los años de 1940, Rulfo siempre hizo fotos en sus viajes juveniles, en sus primeros años de enamorado de Clara Aparicio (quien luego sería su esposa), y en la función de documentar las condiciones de vida de los pueblos que visitaba como burócrata. Es más, de manera genial, Rivera propone pensar que en el Rulfo autor hay dos partes: una literaria y otra fotográfica, pues ella considera que, aunque se dice que Rulfo se silenció con la publicación de Pedro Páramo, la fotografía debe ser entendida como la continuación de su obra narrativa.

Rivera explora aún más esta veta, y clasifica a los escritores entre aquellos que se sientan y aquellos que se mueven: Rulfo es, pues, un escritor que camina y que, además, hace fotos. Así, lo que Alfonso Reyes llamó una manera rulfiana de narrar, puede explicarse mucho mejor con sus fotografías.

Un realismo sospechoso

Para el estudioso Carlos Blanco Aguinaga, la obra de Rulfo es extraña porque, concebida en los años de 1940 y plasmada en los de 1950, el México de ese tiempo se había desarrollado aceleradamente. La población había crecido muchísimo, las construcciones habían aumentado, el petróleo ya estaba nacionalizado, la producción industrial se había diversificado, el proletariado se había fortalecido (por tanto, los campos abandonados), la política internacional era independiente. Y se discute si la revolución mexicana había llegado a su meta o, más bien, había mostrado su fracaso, pues, a pesar de estos signos de prosperidad, había un México olvidado y más abandonado que nunca: el de las ficciones de Rulfo, caracterizadas por Françoise Pérus como ‘realismo sospechoso’.

Justamente, todo esto hace preguntar por qué hay tan desolación en lo que Rulfo escribe; por qué esa prosa tan cargada de dolores, soledad y violencia. El ‘después’ de la revolución

mexicana es tan desesperanzador como el comienzo, cuando las masas campesinas se entusiasmaron por un proceso en el que ellos creían tener las riendas. En el México en que Rulfo crece, hay más prensa, más galerías de arte, mejores sueldos en la universidad, mejores teatros, más becas…; sin embargo, hay grandes zonas relegadas de esos supuestos beneficios de la vida moderna; antes bien, según José Carlos González Boixo, la narrativa rulfiana escenifica “un mundo fracasado en el que la incomunicación se hace patente”.

El mejor fotógrafo en Latinoamérica

La escritora Susan Sontag cuando vio la obra fotográfica del escritor, afirmó: “Juan Rulfo es el mejor fotógrafo que he conocido en Latinoamérica”.

De Rulfo, quien utilizó una cámara Rolleiflex, se conservan más de 7.000 negativos de sus fotografías. Los libros de fotos que ya se han publicado dividen varias temáticas que son constantes a lo largo de su ejercicio fotográfico: arquitectura (fotografía edificios en las urbes), pueblos pequeños (registró casas y sendas abandonadas), paisajes (aficionado al ascensionismo, fotografió volcanes y nevados) y personas (especialmente en el ámbito familiar y de sus amigos escritores).

En 1949 aparecen 11 fotografías en la revista América y en 1960 más de 20 imágenes forman la primera exposición fotográfica en Guadalajara. En el decenio 1950-1950 aparecen fotos en varias revistas mexicanas.

Pero es a partir de 1980 cuando se exhiben 100 de sus fotos en el Palacio de Bellas Artes, que el novelista empieza a ser valorado como fotógrafo. Entre sus libros de fotos se destacan: Inframundo (1983), México: Juan Rulfo fotógrafo (2001), Juan Rulfo, letras e imágenes (2003), Oaxaca (2009), 100 fotografías de Juan Rulfo (2010). El especialista Andrew Demsey ha dicho: “La composición era, para Rulfo, un asunto de la mirada”. Lo que vale también para su obra en prosa. (I)

 

Juan Rulfo en Guayaquil

En julio de 1975, invitado al Primer Encuentro Latinoamericano de Cultura (que organizó Otón Chávez Pazmiño, de la Comisión de Cultura de la Municipalidad porteña), Juan Rulfo visitó Guayaquil. José Luis Ortiz relata, siguiendo el testimonio de Chávez, que Rulfo era un ser que mostraba una extrema timidez, y que no podía estar tranquilo en una tertulia donde estuvieran más de tres personas.

Cuando lo recogieron del hotel en que se alojaba, para ir al sitio de su conferencia, pidió ir en taxi a pesar de que era una distancia de cien metros. Cuando vio el salón lleno, incluso con personas de pie, Rulfo se quedó atónito y prefirió no dictar la conferencia sino responder las inquietudes del público. Dicen que, con esto, Rulfo se apaciguó y que respondió con solvencia las inquietudes del público.

Eduardo Peña Triviño también ha dado testimonio de su encuentro con Rulfo en esa ocasión:

“Hablaba en tono menor, con palabras lentas, mas, de singular sentido”. Peña señala, además, que Rulfo le dijo: “No soy siquiera profesor de nada”, preocupado por la notoriedad de la que era objeto.

 

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