La autopsia de Jesucristo: Dos mil años después de su muerte

08 de Abril de 2012
PATRICIA VILLARRUEL desde Madrid

¿Qué se esconde detrás del asesinato más famoso de la historia? Las nuevas investigaciones del médico español José Cabrera están en su libro CSI: Jesucristo, Anatomía de una ejecución.

Causa fundamental de la muerte de Jesús de Nazaret: fracaso orgánico general con shock hipovolémico (pérdida masiva de sangre). Origen del fallecimiento: suplicio aplicado por crucifixión bajo la autoridad legal del procurador Poncio Pilato y reinando Tiberio como César en Roma. Fecha: viernes 7 de abril del año 30 d.C., hora nona (tres de la tarde).

El médico que suscribe este informe en el 2012 se llama José Cabrera. Vive en Madrid y es uno de los mejores psiquiatras españoles.

El experto forense ha conseguido a través de los evangelios (canónicos y apócrifos), otros textos escritos en la época y la Sábana Santa detallar la autopsia de quien para los cristianos fue la reencarnación de Dios. Pero ha desentrañado, además, los entresijos de su ajusticiamiento, el escenario criminal, las torturas que sufrió... El libro CSI Jesucristo. Anatomía de una ejecución (Editorial Atanor) es el resultado de este compendio de investigaciones sobre el asesinato más famoso (y enigmático) de la historia.

No faltará, seguramente, quien dude del carácter fidedigno de las fuentes a tenor de las creencias o los juicios hechos a priori, pero ante la inexistencia de evidencias arqueológicas (léase restos) sobre el personaje en cuestión habrá que dar credibilidad a los lugares, hechos y circunstancias reflejadas en los textos sagrados. Esa es la base de este estudio retrospectivo.

Pero que nadie se llame a engaño. No estamos, explica su autor a La Revista, ante un “libro teológico” sino ante un “libro objetivo” que no supone “ninguna alteración respecto a los dogmas de fe”. No está claro, en su opinión, qué sucedió realmente en el Calvario. Lo único que se sabe es lo que se ve en las iglesias: a Jesús crucificado”.

A Cabrera le interesa, precisamente, analizar el sufrimiento intenso, gratuito y cruel desde el punto de vista forense. Para un no creyente, el resultado supondrá una demostración de “la injusticia de las fuerzas vivas de un país que hoy sigue vigente”, porque “los judíos denuncian a Jesús por blasfemo y los romanos lo matan por miedo. Solo los pobres lo apoyaban”. Para un creyente será “la confirmación del dolor como medio de redención”.

Personalidad

Jesús, judío nacido en Belén de Judá, natural de Nazaret (por sus padres José y María), era inteligentísimo. Un individuo atlético (con una altura entre 1,70 y 1,80 metros y un peso de 80 kilos). Con carácter, sin llegar a ser iracundo. Contenido a la hora de expresar su afectividad. Acostumbrado a la incomprensión. Algo melancólico, quizás. Su pensamiento místico pudiera ser hoy tachado de delirante, aunque en ningún caso padecía una enfermedad mental grave o un trastorno de personalidad. Su discurso era coherente. Pero esa necesidad imperiosa por expresar “su verdad” acompañada de una ausencia de valoración de los riesgos que asumía lo convirtieron en la víctima perfecta de un complot político-religioso. Por eso a Jesucristo, el anuncio de un reino nuevo, el Reino de Dios, le costó la vida.

“Se cometió con él la peor de las afrentas y se manipularon las leyes para aplicar la mayor de las injusticias”, sostiene Cabrera. Hay quien cree que solo Caifás y Anás juzgaron a Jesús, pero fueron en total 71 jueces los que asistieron a las sesiones del proceso judicial, un proceso sin crimen pero con castigo. “Se saltaron todas las normas jurídicas, por miedo. Declaran, por ejemplo, dos testigos juntos cuando deberían estar separados, se le condena a muerte en una sala que no era la que correspondía”.

Tres veces se reunió el sanedrín (tribunal) para juzgar al reo. Tres veces sin su presencia y sin la posibilidad de que pueda defenderse. Su delito: decir públicamente que era el Mesías.

Antes de ser detenido como un delincuente por la guardia judía después de la Última Cena, Jesús fue a rezar al huerto de Getsemaní. Cabrera recrea el trasiego de vejaciones al que se vio sometido desde que fue llevado a la casa de Anás (suegro del sumo sacerdote Caifás), pasando por la sede del sanedrín en el Templo y la Fortaleza Antonia; luego, de regreso al palacio de Herodes Antipas y otra vez a la Fortaleza, para una vez condenado subir a Jerusalén hasta el Gólgota, donde fue crucificado.

La tortura comienza en el huerto. Jesús suda sangre por el intenso dolor que le provoca el saber los acontecimientos que se avecinan. El tiempo transcurre más lento que en la actualidad, desde el punto de vista psíquico.

Las primeras lesiones llegan con las primeras luces del alba, en casa-palacio de Caifás. Es 7 de abril del año 30. Pedro le ha negado y el cadáver de Judas yace colgado en algún árbol cercano. Los golpes con puños y palos se dirigen, todos, a la cara y al cráneo.

Se produce la entrevista con Poncio Pilato (el encuentro es sumamente corto) y Jesús es trasladado hasta el palacio de Herodes.

Empiezan las humillaciones: se viste al perseguido con una “túnica reluciente de significado burlesco: vestidura cortesana apropiada para un loco que se cree rey”.

En la cruz

La verdadera tortura se inició al volver a la Fortaleza Antonia, sede de la guarnición militar romana y residencia del procurador Pilato. Atado de manos y en una postura encorvada, Jesús recibe múltiples latigazos con un azote corto con mango de madera del que colgaban varias tiras de cuero a las que se ataban bolas de hierro o trozos de huesos de oveja. El instrumento causaba profundas contusiones y desgarraban la piel. Dolorido y exhausto cae al suelo (no pierde el conocimiento, pero se encuentra en estado de shock). La flagelación concluye a las 10:00. La guardia romana le instala con violencia un casco de espinas, largas, agudas y fuertes, según el estudio forense de la Sábana Santa. No usaron una simple corona como se aprecia en muchos lienzos y como ha quedado grabado en el imaginario colectivo.

Una hora después llega la orden de conducir a Jesús al Gólgota. Son 500 metros en los que el condenado carga sobre la parte derecha de su cuerpo el palo transversal de la cruz de 47 kilos, aproximadamente. Cae varias veces al suelo, por la debilidad y el peso. Es el vía crucis. Heridas, golpes y contusiones que se acumulan. A su arribo, a eso de las 12:30, la escuadra de soldados romanos tiende al reo sobre el madero, clava sus pies y manos y eleva la cruz para ponerla vertical. Jesús resiste crucificado, “entre una y dos horas, no más”, explica el forense. “En Tus manos pongo mi Espíritu”, logró decir. Y expiró.

Cabrera, al recrear su autopsia, aprecia en la cabeza pequeñas pero profundas heridas múltiples. En el tronco hay lesiones con rotura de piel provocadas por cientos de latigazos. Las costillas sufren fisuras. En la zona costal derecha se ve una herida que entra en el costado a la altura del corazón (el centurión lanceó a Jesús para comprobar su muerte). Los clavos que penetraron en ambas muñecas y pies lesionaron los nervios y causaron parálisis y espasmos. En la cruz, señala, su cerebro estuvo sometido a tres impactos: “Dolor lacerante de todo el cuerpo, sufrimiento por asfixia progresiva y falta de sangre cada vez mayor”. La causa inmediata de su muerte, a los 33 años: parada cardiorrespiratoria por detención de los latidos cardiacos.

¿Resucitó Jesucristo? “Nunca he visto un resucitado, como médico forense no puedo aceptar la resurrección de la carne”, responde tajante Cabrera. Cree, sin embargo, en la resurrección sin ningún fundamento científico. Está claro, la fe no necesita ciencia, pero la ciencia sí necesita fe.

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