EL UNIVERSO desde el aire
En los años 40, el diario también era distribuido al país en avionetas. Aquí unas memorias de Ernesto Estrada Ycaza, piloto y empresario que vivió la época.
En 1947, EL UNIVERSO, el Mayor Diario Nacional, era enviado a pocas ciudades del Ecuador. A Quito iba directamente por la aerolínea Panagra (acrónimo de Pan-American Grace Airways) y una o dos veces por semana hacia Cuenca y Esmeraldas. En otras ciudades se leían las noticias algunos días después, pues el periódico había sido enviado por barco, carro o burro. Por pedido de EL UNIVERSO, Ateca empezó la entrega diaria por vía aérea a un gran número de pueblos de la Costa.
Generalmente, un camión llegaba a la terminal de Ateca a las cinco de la mañana, llevando paquetes de diferentes tamaños. Cada uno pesando entre 20 y 30 libras y bien empacados tenía escrito en grandes letras EL UNIVERSO y debajo, el nombre del pueblo donde debía ser entregado. Estos eran colocados en el asiento de atrás de la avioneta en el orden en que iban a ser distribuidos, de modo que podían ser fácilmente agarrados por el piloto mientras volaba.
El primer destino en el itinerario era el pequeño pueblo de Salitre, de 3.000 habitantes y 10 millas al norte de Guayaquil. A los seis minutos de vuelo podía ser fácilmente divisado por su forma y por los dos ríos que convergían allí. Con la cancha de fútbol como meta, cogíamos el paquete y lo colocábamos en el borde de la ventana.
Pasábamos a baja altura y en el momento adecuado empujábamos el paquete. El ‘agente’ distribuidor del Diario lo recogería y lo entregaría a los suscriptores que podían enterarse de las noticias a las 06:15. A Salitre no se podía llegar en carro, a pesar de estar a solo diez millas en línea recta desde Guayaquil. Por río la ruta era más larga aún. No había itinerario fijo de barcos. Después de Salitre venían otros pueblos, algunos a solo tres minutos del anterior. Una hora después del decolaje aparecía Quevedo.
Aquí aterrizábamos, descansábamos por 10 minutos mientras tomábamos una taza de café, y volvíamos a Guayaquil por la ruta zigzagueante que conocíamos tan bien y que nos llevaría por el resto de pueblos donde debíamos entregar los demás paquetes. A las 09:00 estábamos de regreso en Guayaquil.
El avión que hacía esta entrega del diario era originalmente una Piper PA-12. Luego, al aumentar el negocio, lo reemplazamos por un Stinson 108, ligeramente más grande. Todos los pilotos de Ateca volaron esta ruta en algún momento. Aunque mis hermanos Lucho y Pepe tenían sus trabajos particulares, también la hacían cada vez que podían o tenían que hacerla.
Luego, cuando Ateca expandió sus vuelos por toda la Costa del Ecuador, entregábamos el periódico a Paján, Jipijapa, Guale, Portoviejo, Manta, Bahía, Cojimíes, Esmeraldas y otros lugares, pero en la mayoría de ellos, los aviones aterrizaban para recoger o dejar pasajeros y carga.
La aviación se convirtió en algo común. Los aviones eran tan normales como los carros. Muchas haciendas tenían pistas de aterrizaje donde podíamos aterrizar para dejar o recoger personas que necesitaban transportación aérea. Recuerdo que cada viernes, regresando de Manta, el avión aterrizaba en una hacienda para recoger al dueño –otro pasajero más–. Siempre estaba bien vestido con pantalón y camisa limpia, sin zapatos. Llevaba un saco con gallinas. El lunes lo recogíamos ya sin las gallinas.
Eventualmente decidió que le gustaban los aviones, tanto que quería para sus hijos un negocio de aerolínea igual al nuestro. Compró ocho Aeroncas (aviones ligeros), y así nació otra compañía, que competiría con Ateca. (I)
Fuente: Archivo personal del historiadorJulio Estrada Ycaza. Cortesía de Cecilia Estrada Solá.