Cataluña de artistas y romanos

08 de Junio de 2014
  • Gerona, la ribera del río Oñar. La ciudad está situada entre los Pirineos y Barcelona, en el noreste de España.
  • Ayuntamiento de Tarragona. El edificio está situado en la Plaza de la Font.
  • El anfiteatro romano. En Tarragona se sitúa junto al mar Mediterráneo.
  • En plena convivencia con las ruinas del foro romano.
  • Monumento a Santiago Rusiñol y Ramón Casas.
  • Calle de Call, una de las más fotografiadas de España.
  • Monumento a Salvador Dalí, junto a la playa de Cadaqués.
  • Cadaqués es un encantador pueblo costero.
Texto y fotos: Alfonso Reece Dousdebés.

Viajar siempre es elegir un camino, una dirección. Dejar otros, dejar todos los demás. Limitación insuperable de lo humano, condenados a elegir, a no tenerlo todo. Por mucho que viajemos, solo una parte ínfima del mundo se revelará a nuestros sentidos. Esta perspectiva es desesperante, enloquecedora. Y a lo mejor, ni siquiera escogemos, Borges dice que “la puerta es la que elige, no el hombre”.

Así ya están reservados los trenes que te llevarán; si pierdes un vuelo, no lo pierdes, no era para ti; hay habitaciones de hotel que te esperan con tanta seguridad como el sepulcro. Todo está encaminado para que llegues a la hora y el lugar determinado en donde tienes un compromiso inevitable con la muerte. Esa visión tampoco es tranquilizadora. Estas reflexiones me asaltaron al intentar recorrer Cataluña, no importa cuánto tiempo dedique a este país, todo será insuficiente para una región tan visitable y tan disfrutable, muy histórica y muy geográfica.

Gerona de la cábala y las moscas
En teniendo que elegir hemos elegido Gerona, nombre que se oye poco, porque el catalán se impone y todos, incluidos los hispanohablantes, dicen Girona... el tema de la autonomía, de la secesión, de la catalanidad inunda la prensa, las conversaciones. En la calle oigo accidentalmente a un hombre de negocios, parece, que instruye a un vendedor, parece, “háblales en catalán; prefiero que hables en un pésimo catalán, que en español; pensarán que por lo menos te estás esforzando”. Así están las cosas con la lengua en este país.

En el Barrio Viejo caminamos bajo bosques de banderas catalanas en varias versiones: la “señera” tradicional y oficial, de barras amarillas y rojas, una de las más antiguas del mundo; la “estelada azul”, que es la misma, pero con un triángulo azul y una estrella blanca, muy del gusto de los independentistas; y la “estelada roja”, con triángulo amarillo y estrella roja, más inclinada a la izquierda. ¿En qué quedará todo esto, digamos, en diez años?

Gerona tiene el peso, el poder, que viene de una urbanización de milenios, como lo podemos ver en el Barrio Viejo, en el cual la parte más misteriosa, sombría sin ser tétrica, es el Call, el barrio judío. Es herencia de una de las comunidades hebreas más importantes y creativas de España medieval, en la que hubo un gran desarrollo de la Cábala, la escuela esotérica que busca los sentidos ocultos de los textos sagrados.

Ese ambiente de callejones oscuros, patios recónditos, arcos, puertas, murallas, es muy apropiado para soñar con rabinos empeñados en producir el golem, el hombre hecho por el hombre, y otros prodigios, pues de ellos hablaba el rabí Ezra de Gerona. Por supuesto, lo cristiano en esta zona es espectacular, empezando por la bella catedral, la más ancha del mundo.

Hay que salir de la parte vieja, para no quedar encantados por algún conjuro cabalístico, y dar un paseo por la Rambla de la Libertad o por la ribera del Oñar, donde la sorprendente cromática demuestra cómo se puede embellecer a una ciudad. A las mujeres bellas no les sobra el maquillaje.

El animal emblemático de Gerona es la mosca, que en cualquier otra parte se considera indeseable. La verdad es que no vi una sola mosca fuera de los souvenirs de todas clases. Esta tradición inusitada provendría de un milagro de San Narciso, patrono de la ciudad, quien habría enviado enjambres de estos insectos contra las tropas francesas que rodeaban la urbe, forzándolas a que levanten el sitio.

Cadaqués y Sitges por razones personales
Hasta decidir que lo mío era la escritura, estuve muy metido en la pintura y en el mundo que la rodea. En esos años, en esos ambientes Cadaqués era una leyenda, un sueño. Al calor del vino hacíamos citas y prometíamos vernos, dentro de cinco años o más, en esa villa que nos parecía tan lejana. Un amigo llegó de España trayendo un lienzo que había pintado en este puerto catalán, una vista del pueblo con su bahía... malo el cuadro, pero desató mi envidia y mi lamento por la injusticia de que pudiesen ir a ese santuario gente que yo pensaba estaba menos dotada. Y es que se sabía que era un pueblo preferido por los artistas. Allí vivieron, o pasaron temporadas, Pablo Picasso; Marcel Duchamp, el pontífice del dadaísmo; Joan Miró; Antoni Pitxot y muchos otros menos conocidos.

Pero el pintor que puso a Cadaqués definitivamente en el mapa de la historia del arte universal fue Salvador Dalí. Su familia tenía una casa de verano en el pueblo y siempre estuvo muy ligada al lugar, con idas y venidas el artista vivió buena parte de su vida en esta comarca. Un monumento junto a la playa perpetúa esta relación. Su hermana Ana María, en algún tiempo muy cercana a él, residió de fijo allí.

La casa que Dalí compartió con Gala, su polémica esposa, ha sido transformada en museo. Está situada en el cercano caserío de Port-lligat, nombre y paisaje que se inmortalizarán con cuadros como La madona de Portlligat. El lugar te demostrará que Dalí no se hacía el loco, lo estaba, sin que esto quiera decir que lo aquejaba un padecimiento o una enfermedad... no, era otra cosa, algo cercano al concepto de morbo sacro de los griegos y romanos.

El pueblo es tan bonito, tiene un no sé qué en sus luces, en el mar, en sus callejuelas tortuosas, que invita a pintar. Me dieron ganas de salir corriendo a comprar un lienzo, óleos, pinceles y volver a las viejas pretensiones. Todavía hay pintores, hay galerías, aunque quizá no del fuste de los anteriores... quién sabe. En cambio hay espectaculares tiendas de diseño y artesanía fina.

Fue en el año de 1982 cuando leí la novela El jardín de al lado, del gran escritor chileno José Donoso. Esa obra introduce a Marcelo Chiriboga, el único escritor ecuatoriano que formó parte del tan renombrado boom latinoamericano. Buena parte de la acción transcurre en Sitges, puerto y balneario al sur de Barcelona. Coincidió que en esos mismos días se mudó a mi vecindad Antonio del Campo, el talentoso pintor guayaquileño, que había vivido algunos años en esa localidad catalana, donde conoció al novelista chileno. Con él comentamos largamente El jardín de al lado y me aclaró algunos de sus trasuntos. Como siempre hacemos en casos así, me dije que en algún momento debía conocer el mágico lugar... tardé treinta y dos años, hasta escribir esto no había hecho la cuenta.

Sitges ha sido lugar preferido por artistas desde fines del siglo XIX. El pintor catalán Santiago Rusiñol se estableció allí. Su casa está transformada en museo. En el Paseo Marítimo se lo retrata en bronce junto a Ramón Casas, otra figura descollante del arte catalán. Se dice que juntos vivieron altas horas de bohemia, tradición que no se ha perdido; esta es una de esas ciudades que parece en perpetua fiesta y sus encantos invitan a vivirla. Me llama la atención el escaparate de una inmobiliaria, me acerco y casi caigo de espaldas viendo los precios, un apartamentito (el diminutivo tiene sentido) no baja de los quinientos mil euros... en esta localidad la propiedad inmobiliaria es la más cara de toda España.

No tardaré otros treinta y dos años para volver a brindar contigo, maestro Antonio del Campo, en la Sitges del cielo, que tendrá el mismo mar y el mismo aire, porque ciertamente son celestiales.

Tarragona o la historia
Saliendo de Barcelona hacia el sur se entra en el Penedés, la región donde tiene origen el cava, vino espumante fuerte candidato a que le declare mi bebida favorita. Remplaza eficazmente, por no decir con ventaja, al champagne desgastado por su propia fama. La visión de las imponentes masías rodeadas por los viñedos es emocionante, a pesar de que las vides están reducidas a la mínima expresión al empezar la primavera.

El paso por el acueducto romano, al que llaman Puente del Diablo, preludia la llegada a la que fue la más importante ciudad romana de la península ibérica, a la par de Hispalis, la actual Sevilla. Corrieron distinta suerte en la Edad Media estas dos grandes urbes, pues mientras Sevilla se engrandeció bajo el dominio de los árabes, Tarragona se eclipsó tras ser arrasada por varias invasiones y estuvo expuesta a los avatares de la guerra entre islámicos y cristianos. De todas maneras el legado romano es muy significativo.

De las murallas que rodeaban la ciudad de Tarraco, que así se llamaba, se conservan partes importantes. Lo propio ocurre con el circo, el lugar en que se realizaban las populares carreras de carros. Del foro queda poca cosa. Lo más espectacular de esta herencia es el anfiteatro, ubicado junto al mar, con lo que la ruina, la vegetación adyacente y el agua, constituyen un conjunto cromático de gran belleza.

No menos notables son los monumentos medievales, entre los que destaca la catedral, conjunto arquitectónico y escultórico, intermedio entre el gótico y el románico, que por sí solo pagaría el viaje. Merece verse el hospital de Santa Tecla, construido poco después del año mil. Cerca de la catedral hay un portal gótico que llaman las bóvedas de la calle Mercería. El sitio es más bien oscuro, apropiado para un encuentro tan bizarro como el que tuve.

Caminaba hacia mí una muchacha en traje de jipi pero no andrajoso, eso sí, el pelo recogido en rastas, que nunca me parecen agradables. Cuando pasó junto a mí advertí algo extraño en su nuca, me regresé a verla cuando se alejaba y creí ver que llevaba allí unos “cuisitos”, como andinamente dictaminé. Pues no eran cuyes, al moverse un poco dejaron ver sus largas colas desnudas, ¡eran ratas! En un sombrío callejón medieval, la visión me llevó a la peste negra y no sé que más horrores... Un episodio atroz en una ciudad tan maravillosa que, como digo, paga el salto del Atlántico.

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