Salvando ‘La última cena’

18 de Diciembre de 2016
  • La obra maestra rescatada luego de estar sumergida doce horas en la inundación que afectó Florencia.
  • Florencia. El 4 de noviembre de 1966 esta ciudad sufrió una de las peores inundaciones.
Paula Deitz | New York Times

Tras la inundación de Florencia ocurrida en 1966, la obra maestra fue afectada gravemente, pero gracias a los avances en restauración la pintura ha renacido.

Con la primera luz de la mañana, los edificios bajos que flanquean ambos lados del río Arno aquí destellan con sus montones de tonalidades de ocre, como el mismo río superficial, el cual fluye tranquilamente a través de la ciudad.

Cuando estuve aquí el 4 de noviembre de 1966, con mi futuro esposo en nuestro primer viaje a Europa juntos, era una vista bastante diferente. Había llovido durante días y, totalmente saturado, el nivel freático se elevó; el río, que corría furioso tras la apertura de una presa río arriba, desbordaba sus muros de contención e inundaba las calles.

Varada en nuestro hotel junto al río, miraba desde el balcón interior del segundo piso cómo el agua se había elevado alarmantemente hasta el techo del vestíbulo. Pedí velas, dos botellas de agua y un par de paquetes de palitos de pan.

¿Colapsarían los cimientos del antiguo edificio? Tomé dos cajones de madera planos del armario y los puse al lado de la ventana en caso que necesitáramos dispositivos de flotación. Luego tomamos turnos para dormir hasta que amaneció. Afuera, grandes tambos de metal de aceite para calefacción, ya llenados para el invierno, fueron arrastrados por el Arno y golpearon toda la noche contra los puentes. Por lo demás, todo estaba fantasmagóricamente tranquilo. Para la mañana siguiente, el titular en La Notte describía la escena: “Florencia – Ciudad de Fantasmas”.

La ciudad era un mar de lodo. Sin alimento ni agua, y el riesgo de tifoidea, el personal del hotel nos dijo que partiéramos de inmediato para aliviar la presión en Florencia. Un huésped emprendedor con un auto en una colina nos transportó por turnos al tren para partir a Boloña.

Sabíamos que estábamos dejando atrás cientos de tesoros arruinados; más de 1.500 obras de arte dañadas por el agua lodosa y la mezcla de petróleo, según un recuento, así como colecciones literarias completas.

De las ocho inundaciones importantes que habían afectado a Florencia desde 1333 –tres de ellas un 4 de noviembre–, esta en 1966 fue considerada la peor.

La más afectada

He regresado, ahora como editora de una publicación de arte, para recordar y observar los preparativos para el 50 aniversario de esta inundación catastrófica. La ciudad rebosa de exhibiciones conmemorativas, pero el acto principal es la reinstalación en el Cenacolo, el antiguo refectorio de Santa Croce, de Última Cena, de Giorgio Vasari (1546). Mucho tiempo en las noticias, la pintura en cinco paneles es la última, y más compleja, de las obras maestras gravemente dañadas en la inundación, en ser restaurada.

Ese viernes, el agua ascendió seis metros en torno a Santa Croce, y Última Cena quedó totalmente sumergida durante más de 12 horas, sus segmentos más bajos por incluso más tiempo. La reinstalación representa el fin simbólico de una era, un conmovedor medio siglo en la historia del arte moderno durante el cual veintenas de expertos en Florencia, y jóvenes aprendices que apenas se iniciaban en el oficio, trabajaron cuidadosamente para restablecer obras inapreciables. Pero los desafíos en el Vasari parecían insuperables hasta la última década, y los conservadores esperaban que la nueva experiencia les ayudara.

La amada pintura de Vasari de Cristo y sus discípulos, asombrosamente contemporánea para su época, fue comisionada por las monjas benedictinas del Convento Florentino de la Murate, cuya vida enclaustrada prohibía a artistas varones entrar a pintar un fresco. Pero una pintura en paneles de álamo fue fácilmente transportable desde el estudio de Vasari. Conocido por su segunda edición en 1568 de Las vidas de los pintores, escultores y arquitectos más prominentes, y su diseño de la tumba de mármol de Miguel Ángel en Santa Croce, Vasari creó un cuadro de realismo que atraía a los espectadores a la escena, al lugar vacío en la mesa de Cristo.

Tras la era napoleónica y la unificación de Italia, el convento fue cerrado, y la pintura fue reubicada eventualmente en la Capilla Castellani en la basílica de Santa Croce en 1865 y, finalmente, en el refectorio en el Museo de la Ópera ahí en los años 50.

Reparando la obra

Marco Grassi, ahora conservador de arte en Nueva York, fue aprendiz en Florencia en la Uffizi Gallery. En la época de la inundación, estaba dividiendo su trabajo entre su estudio en Florencia y la Villa Favorita en Lugano, Suiza. Con hectáreas de pinturas afectadas, “era una total zona de guerra en Santa Croce”, recordó Grassi. Mientras los visitantes huían, enjambres de voluntarios llamados Gli Angeli del Fango (Los ángeles del lodo), llegaron a Florencia para ofrecer su ayuda.

Grassi empezó a trabajar en la Última Cena. “Colocamos hojas de papel de moral japonés resistente al agua sobre la superficie pintada y le dimos brochazos de resina de metacrilato para que se adhirieran”, dijo. Nadie pudo prever la odisea que sería posteriormente retirar los papeles. Tomaría 40 años adquirir la tecnología y experiencia para lograr la restauración completa.

Dos semanas después, los cinco paneles fueron divididos y colocados sobre estantes rejillas en la Limonaia, el conservatorio para los limoneros de los Jardines Boboli en invierno, con su alto nivel de humedad; ahí se secarían lentamente, junto con estantes de cientos de otras obras de arte, a menudo durante años. Pero conforme los paneles se secaban, se encogieron, volviéndose dos centímetros más estrechos, lo que dejó muchas grietas y fisuras en la propia madera. El yeso que los cubría se volvió inestable.

En 2004, los paneles fueron trasladados por primera vez al Opificio delle Pietre Dure (OPD), el primer laboratorio de restauración moderno de Italia, ubicado en un antiguo almacén militar. El taller fue fundado por Fernando I de Medici en 1588 para la incrustación de piedras preciosas, pero ahora es la principal institución de conservación del arte.

Cuando recientemente recorrí con el director, Marco Ciatti, sus cavernosos espacios, vi a una joven en su bata de laboratorio blanca y jeans sentada en un banco con un pincel fino aplicando cuidadosamente sombreado con líneas cruzadas a la túnica rosa casi terminada de un discípulo de la Última Cena. “Milagroso” es la primera palabra que me vino a la mente cuando vi el panel casi terminado.

Un punto de inflexión importante en el proceso ocurrió en 2010, cuando la Fundación Getty, a través de su Iniciativa de Pinturas en Paneles y una subvención de 300.000 euros ($ 329.000) a la OPD, reunió expertos para capacitar a las siguientes dos generaciones de conservadores en tratamiento estructural y estabilización. “El gran avance en la tecnología ocurrió de manera gradual a lo largo de los años conforme los conservadores aprendían cómo mejorar los sistemas de soporte de madera permitiendo el movimiento lateral, así como la curvatura”, dijo Antoine M. Wilmering, un destacado director del programa en la Getty.

En 2014, Prada, en colaboración con el Fondo Ambiente Italiano (el fideicomiso nacional de Italia), ofreció al OPD otra subvención para un intrincado procedimiento que requería aplanar la pintura y llenar las áreas faltantes. Roberto Bellucci fue responsable de esta restauración estética. “La conservación nació aquí en Italia”, dijo Ciatti, citando los documentos de Medici que enlistan pagos a restauradores. Pero esta última década, afirma, ha cambiado al mundo de la restauración.

Al hablar recientemente en la inauguración de La inundación, una exhibición de fotografías en el Instituto Cultural Italiano en Nueva York, el alcalde de Florencia, Dario Nardella, dijo que aunque los expertos pensaban que era imposible restaurar el Vasari, “con determinación fue reconstruido”.

Aunque desastroso, ese acontecimiento determinó mi devoción de toda la vida a la ciudad. Cincuenta años después, mientras miro por mi ventana hacia el agua oscura que brilla con reflejos de la imponente hilera de luces rivereñas, los fuegos artificiales repentinamente encendieron el cielo sobre el ponte

Vecchio. La gente estaba celebrando en algún lugar, y aquí hay mucho que celebrar: la renovación.

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