César Andrade, el hombre detrás de los trazos

22 de Julio de 2012

La obra del pintor quiteño César Andrade Faini no fue extensa, pero trasciende hasta nuestros días. Igual que las enseñanzas que les dejó a sus hijos.

Conseguir que una pintura dure para siempre era una de las principales enseñanzas que el pintor quiteño César Andrade Faini  se esforzó por transmitir a sus estudiantes del colegio de Bellas Artes. Y fue algo que logró con éxito en su propia obra, pues no solo son sus cuadros los que perduran, sino los recuerdos alrededor de cada uno de ellos.

La figura de su padre pintando  en su estudio con su taza de café y su cigarrillo es una imagen que permanece intacta en la memoria de uno de sus hijos, el actor Julio César Andrade. “A mí me gustaba leer, pero por ratos me iba al sitio donde él pintaba y lo observaba, y curiosamente los cuadros que más amo son los que yo vi pintar cuando tenía entre 8 y 10 años”, relata.

Entre sus cuadros favoritos están  Amor vegetal, Los inocentes (el cual considera una de sus obras maestras), El gallero y   el óleo-lienzo Agreste, el cual le obsequió luego de la exposición Retrospectiva, la última que realizó en 1988.

“Él era un hombre muy serio, y les enseñó que el artista debe tratar que su pintura sea para siempre, que se requiere de todo un proceso para preparar la tela, usar los materiales, y creo que los alumnos  siguieron ese camino, ese oficio de buscar la absoluta perfección en lo humanamente posible”, afirma.

Pero no solo era exigente con la técnica de sus cuadros, sino también al momento de elegir sus modelos. “Tenía una amiga jovencita y él todos los días la molestaba para hacerle un retrato, pero ella siempre se negaba. Hasta que un día  fue y le dijo: ‘A ver, vengo a que me pinte’, y él le dijo: ‘¿Y a usted quién le dijo que se corte el pelo?, así no la quiero pintar yo’. Seguía guapa, pero él ya no quiso”, comenta su hijo.

En su mayoría realizó retratos de su esposa, sus nietos y sus hijos, y además para cada Navidad los regalos para su familia venían acompañados de unas tarjetas que él mismo pintaba y que ahora se conservan como un tesoro. 

Pero aunque la pintura fue el aspecto que más se destaca de Julio César Andrade Faini, su hijo revela otras de sus aficiones: el teatro.

“Entre  los primeros recuerdos que tengo es que él adoraba el teatro y cuando venían compañías extranjeras, él se hacía amigo de esta gente y me llevaba a los ensayos y a las presentaciones, para desgracia mía. Es que yo era muy pequeño y algunas obras eran muy fuertes para mi edad y no pude ver”, recuerda.

Una de ellas fue A puerta cerrada, de Jean Paul Sartre, protagonizada por Daniel Villarán, a quien visitó luego en México, mientras que  el actor se encargó de llevar al pintor a los mejores teatros de esa ciudad.

Además, cuando su hijo comenzó a incursionar en este mundo, acostumbraba asistir a los ensayos y presentaciones.

A pesar de ser una persona tan sensible, recuerda Julio César, también adoraba el boxeo. Una afición que compartió con su hermano menor Carlos, a quien llevaba a estos espectáculos. Además disfrutaba de reunirse con sus amigos, entre ellos muchos músicos y artistas de la época, a tomar café y jugar naipes, aunque nunca apostaba dinero.

Julio César añade que su padre tenía mucha ‘suerte’, pues siempre ganaba  premios de la lotería. “Entonces nos llamaba y nos invitaba a un chifa y pasábamos bonito, todos juntos”, recuerda.

Y ese es quizás uno de los rasgos  que más recuerda de la   personalidad de su padre: su generosidad. “Cuando mis padres recién se casaron tuvieron una farmacia, pero terminaron perdiéndolo todo porque tenían un corazón amplio. Las personas llegaban a contarles sus problemas y terminaban mandando los remedios gratis y encima les daban dinero”,  relata.

“Un día entró un arranchador  a la botica que se encontraba  en toda la esquina de Chimborazo y Cuenca, mi padre, que  era muy atlético, saltó la vitrina, salió a perseguirlo, lo agarró, pero no sé qué le contó el ladrón y los dos regresaron corriendo a la farmacia y mi papá le dio plata al ladrón”, agrega.

En definitiva, su obra maestra fue la que construyó con su familia a través de momentos y experiencias que permanecerán en la memoria de sus descendientes. Por eso es que Julio César no vacila en afirmar: “Él fue siempre muy buen padre, muy amado por todos y adorado por los nietos”. (D.L.A.)

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