Milan Kundera: El poder de las bromas

01 de Marzo de 2015
Fernando Balseca, especial para La Revista

Después de catorce años de ausencias novelísticas, el gran escritor Milan Kundera sorprende a la crítica con su último libro.

Milan Kundera.En la solapa de la más reciente novela de Kundera aparece tan solo esto: “Milan Kundera nació en la República Checa y desde 1975 vive en Francia”. Suficiente para quien aprecia la broma y la insignificancia.

Joven aún, en Praga, Milan Kundera toca el piano en una banda de jazz, y, entusiasmado por el proceso comunista que vive su país, ingresa al partido en 1947. Acusado de tener un “pensamiento hostil” es expulsado en 1950, aunque lo reincorporan en 1956. Luego de que el ejército soviético invade Checoslovaquia en 1968, Kundera es separado de su cátedra de la academia cinematográfica y sus libros La broma (1967) y El libro de los amores ridículos (1968) desaparecieron de las bibliotecas públicas. ¿No es risible esta acción de pretender borrar una obra impidiendo que sea leída?

Bromas y dudas peligrosas

Para Kundera, la novela es la ocasión perfecta para instalar la duda frente a las verdades establecidas. En La broma, el joven personaje Ludvik, de 20 años, interesado amorosamente en Marketa, está enojado porque ella se ausentará por dos semanas para ir a un cursillo de formación ideológica, al cual ella acude con alegría y sin sentir pena por la separación, debido al espíritu sano de sus camaradas. Entonces Ludvik le envía una postal en la que escribe: “¡El optimismo es el opio del pueblo! El espíritu sano hiede a idiotez. ¡Viva Trotsky!”.

Tras un delirante interrogatorio en que se lo acusa de estar saboteando el socialismo, Ludvik pierde el derecho de continuar estudiando en la universidad. De ahí en adelante, en todas las situaciones en que se encuentre será recriminado y menospreciado por ‘ser trotskista’, aunque jamás leyó un texto de Trotsky. En el contexto del miedo totalitario, una broma le cambió la vida al bromista. Por asumir este nivel de irreverencia en su escritura, Kundera es reexpulsado del partido en 1970.

Lo que hace entrañable la figura del autor checo, según José Vidal-Beneyto, es su lucha temprana contra el estalinismo, su disidencia sin ambiciones políticas, su exilio sobrio, su defensa incondicional de los derechos humanos, su ironía como expresión de compromiso, y sus silencios cada vez más eficaces. Y, habría que añadir, su comprensión del valor de reírse de aquello que pretende pasar por importante, pero que, ante el lugar que cada uno ocupa en la historia del universo, se vuelve insignificante.

Kundera hizo de la risa una marca de lo genuinamente humano: “Aprendí a valorar el humor durante la época del terror estalinista. Tenía yo veinte años. Para identificar a alguien que no fuera estalinista, al que no hubiera que tener miedo, bastaba con fijarse en su sonrisa. El sentido del humor era una señal de identificación muy fiable. Desde aquella época, me aterroriza la idea de que el mundo está perdiendo su sentido del humor”.

La novela: arte de la risa

Una novela permite reír de las solemnidades que construimos los hombres: “La novela no nació del espíritu teórico, sino del espíritu del humor”. Y, además, la novela socaba a quienes se creen dueños de verdades absolutas: “El arte inspirado por la risa de Dios es, por su propia esencia, no tributario, sino contradictor de las certezas ideológicas”.

En Jacques y su amo. Homenaje a Diderot en tres actos (1981), Kundera confiesa: “Si tuviera que definirme, diría que soy un hedonista atrapado en un mundo en extremo politizado”; lo cual adquiere resonancias especiales porque las autoridades de su país natal prohibieron las obras de Kundera por más de veinte años, en un tiempo en que los escritores, artistas e intelectuales fueron obligados a laborar, para su reeducación, como obreros de la construcción, electricistas y barrenderos.

En La insoportable levedad del ser (1984), tal vez su obra más conocida, el médico Tomás es obligado también a limpiar ventanas, a pesar de que es uno de los neurocirujanos más hábiles de su patria. ¿No producen risa estos métodos para mejorar la especie humana? Esa medida que proviene de las autoridades, y que se supone meditada, sopesada, ¿no es una bobería más de quienes pretenden ser tan serios con respecto de los llamados ideales?

En su obra ensayística Kundera insiste en resaltar el regalo de la broma y la insignificancia. En El telón: ensayo en siete partes (2005), se pregunta: “¿No es precisamente la insignificancia uno de nuestros grandes problemas? ¿No es este nuestro sino? Y, si lo es, ¿es ese sino nuestra dicha o nuestra desgracia? ¿Nuestra humillación o, por el contrario, nuestro alivio, nuestra evasión, nuestro refugio?”.

La importancia de lo insignificante

Al meditar sobre el Quijote, Kundera halla que la risa descubre nuevos sesgos de la realidad. El humor es un modo de conocimiento de la vida y una manera de reconocer nuestra pequeñez. En Un encuentro (2009), Kundera concibe las novelas como “sondas existenciales” y define la época actual como un “mundo de risa sin humor en el que estamos condenados a vivir”.

Por eso no sorprende (¿o sí?) que a los 85 años, su más reciente novela, La fiesta de la insignificancia (2013), recorra con sabiduría un arco que liga la broma, el humor, la risa y lo cómico con la insignificancia. La risa nos humaniza, nos vuelve a la realidad, nos coloca solos ante nuestras verdades más íntimas. Los momentos, las palabras y las acciones que creemos fútiles cobran una dimensión decisiva. Y, por el reverso, todo aquello que imaginamos lleno de grandeza no lo es en verdad. Un personaje de la novela señala que “solo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella”.

En el ocaso de su vida, Kundera juega con los sentidos, llama a no tomarnos tan en serio las cosas, a quitarle espesor y peso a los sucesos cotidianos. Se burla de “la inutilidad de ser brillante” porque, al fin y al cabo, todo tiene el mismo destino de la muerte. Por eso la insignificancia es una práctica liberadora, que nos acerca a lo terreno. Esta novela es un canto a la levedad que, de asumirla todos, nos haría más humanos.

Nada más seria para la vida que esta perspectiva que facilita no solo disfrutar de una historia novelesca, sino a estar conscientes de lo que imaginamos que somos y de lo que en verdad podemos ser. He ahí el poder de las bromas y de la insignificancia. (I)

Adaptación checa de La broma (1969) dirigida por Josef Somr.

 

Así piensa Kundera

• “Infinito buen humor” (decía Hegel)... “No la burla, no la sátira, no el sarcasmo. Solo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres y reirte de ella”.

• “Comprendimos desde hace mucho que ya no era posible subvertir el mundo, ni remodelarlo, ni detener su pobre huída hacia delante. Solo había una resistencia posible: no tomarlo en serio. Pero me doy cuenta de que nuestras gracias ya perdieron todo su poder”.

 

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